El libre mercado se autorregula, en teoría esto quiere decir que la actividad económica estimula la subida y caída de los precios ajustándolos según la demanda de la población, en la realidad no sucede así, la falta de controles permite a las élites empoderadas desviar la riqueza generada por las mayorías en beneficio propio, de manera arbitraria y sin ninguna responsabilidad, a esto se llama liberalismo y aunque se trata de un instrumento económico es utilizado como sistema de gobierno en la mayor parte del mundo.
Paradójicamente el control de la economía es la verdad oculta detrás de la autorregulación y el libre mercado.
Ya que el liberalismo no es ni una filosofía ni mucho menos un manual de conciencia humanitaria, sino un instrumento económico, su relación con la salud se reduce a pérdidas y ganancias, al control de la economía en relación con la salud. Cuando, por ejemplo, el recién nacido Estado liberal se planteó el problema de la población humana, encontró la respuesta en el número de habitantes y vio en este número un factor de pérdidas económicas, aunque en un principio los planes de esterilización fueron recibidos con horror y rechazo, para la segunda mitad del siglo XX la idea había sido aceptada de forma general y se puso en marcha la esterilización a nivel mundial.
Muchos han sido los economistas que han puesto de manifiesto la incapacidad del liberalismo tanto para el control como para los números y la ola de anticoncepcion durante el siglo pasado es un buen ejemplo de ello, la drástica reducción generacional planteó un problema a futuro, las jubilaciones dependen de las ganancias de los trabajadores activos, la reducción neurótica de la explosión demográfica llevada a cabo por el liberalismo hacía que el número de jubilados fuera mucho mayor al de trabajadores en activo, esto significaba que el dinero sería insuficiente y afectaría a la economía, fue como meterse el pié a sí mismo. Una vez que estuvieron conscientes del catastrófico error, los políticos enfrentarían el problema del mismo modo que enfrentan al libre mercado, no haciendo nada, para cuando las consecuencias llegaran ellos ya estarían retirados y posiblemente hasta tendrían una jubilación. Mientras tanto los especuladores podrían hacerse cargo de los fondos ahorrados por los trabajadores para su futuro.
Desafortunadamente el liberalismo es también bastante mediocre en la previsión.
La crisis económica del 2007 adelantó la decisión que ya estaba sobre la mesa, a nadie sorprendió que el monto de las jubilaciones se haya reducido radicalmente en todo el mundo al mismo tiempo, se redujo de tal modo que no alcanza ya ni para sobrevivir, ni siquiera en países afortunados como Alemania, donde los ancianos deben salir a recolectar botellas de la basura para sumar unos centavos extra a su precariedad, ni que decir de países como México donde las protestas de jubilados son reprimidas brutalmente. Sin embargo el ajuste no fue suficiente, hubo que reducir la cobertura de los seguros médicos junto con muchas otras garantías conquistadas tras siglos de lucha.
La explosión demográfica ni es libre ni se autorregula, necesita de costosos controles internacionales, que traen como consecuencia ajustes en detrimento de los jubilados y que extrañamente se traducen en jugosos negocios dentro de la bolsa de valores.
Imaginemos ahora un escenario ideal, un escenario que enfrenta una pandemia global provocada por un virus altamente contagioso aunque no tan letal en comparación con otros tipos de influenza ya conocidos, el Covi19. Las autoridades ideales identifican desde el primer momento a los sectores vulnerables y deciden invertir todos sus esfuerzos en protegerlos. Siempre que usamos la palabra invertir nos referimos por supuesto al dinero, imaginemos que solamente una décima parte de lo que se ha gastado en el último año en rescatar a los multimillonarios se invirtiera por ejemplo en mejorar las condiciones de los ancianos, no únicamente en su capacidad adquisitiva sino también en su calidad de vida, desde una mayor cobertura en los servicios de salud hasta propiciar las condiciones para una vida digna, como la convivencia con otras personas sin tener por ello el riesgo de contagiarse o la distribución segura de víveres y productos básicos, tal vez todavía nos quedaría suficiente dinero para ayudar a otros grupos vulnerables como aquellos que escapan de la guerra y son rechazados sistemáticamente por los países que debieran otorgarles asilo o los que sufren pobreza extrema a causa de la injusta distribución de la riqueza mundial.
Desafortunadamente el escenario es otro, se trata de un escenario en donde la reducción de la población mayor a los 70 años significaría la solución a un viejo problema. Nadie es responsable de la aparición del virus igual que nadie es responsable del mercado.
Podríamos ser optimistas y pensar que aún es tiempo de cambiar los planes oficiales para así tener un mayor control de la pandemia, por desgracia los presupuestos de emergencia obedecen a intereses económicos, la ayuda social fue transformada en favor de la industria, el gasto público obedece a leyes rígidas y enredadas, la transformación del sistema de salud es frenado por un aparato burocrático surrealista extraído de las novelas de Franz Kafka, todo está bajo control excepto la pandemia. La libre pandemia se autorregula.