El río Orinoco baña de vida a casi dos millones de kilómetros cuadrados de territorio venezolano, desde su nacimiento en la alta Amazonia, hasta su desembocadura en un poético delta, cuyo caudal disgrega el continente en un universo de islas fluviales, a través de las cuales más de 30 millones de litros de […]
El río Orinoco baña de vida a casi dos millones de kilómetros cuadrados de territorio venezolano, desde su nacimiento en la alta Amazonia, hasta su desembocadura en un poético delta, cuyo caudal disgrega el continente en un universo de islas fluviales, a través de las cuales más de 30 millones de litros de agua dulce entran al Océano Atlántico cada segundo.
Pero debajo de esa soberbia riqueza subyace otra, que ha despertado la codicia de las transnacionales energéticas del mundo: la reserva de petróleo crudo más grande de la tierra; la llamada «Faja Petrolífera del Orinoco, Magna Reserva». Un océano oscuro de 300 mil millones de barriles, cuyo uso puede significar la reivindicación del género humano de esta parte del mundo, o los estertores de la vida.
La fatídica compañía estadounidense Exxon-Mobil aspiró a explotar, en condiciones desventajosas para Venezuela, una parte de esa reserva con leyes dispuestas a sus intereses por los gobiernos entreguistas de la llamada IV República.
Pero los planes de manejo energético de la Revolución Bolivariana dispusieron que tanto Exxon como las demás transnacionales: British Petroleum, Total de Francia, Chevron de Estados Unidos y Statoil de Noruega, debían olvidarse de aquella extraordinaria participación mayoritaria que se les había otorgado, y asociarse con una cuota del 22%, frente a un 78% de la empresa estatal venezolana PDVSA.
El resultado: Exxon y Conoco-Phillips se fueron, las demás se quedaron.
Hoy los voceros de Exxon, en compañía del Departamento de Estado estadounidense, le han declarado la guerra a la propuesta bolivariana de manejo solidario de la riqueza petrolera, y hasta la oposición venezolana ha renunciado a asumir la defensa de un patrimonio nacional, y apoya los argumentos de Exxon y los Estados Unidos.
De una década para acá, PDVSA le ha propuesto al continente un nuevo amanecer: el ALBA energética, la posibilidad histórica de que el petróleo jalone pacíficamente las grandes transformaciones socio-políticas, económicas y culturales que nuestros pueblos necesitan.
En cambio Exxon, desde su nacimiento corporativo, ha estado ligada a las traiciones, la ilegalidad, las mentiras y la muerte. John Rockefeller hizo cualquier cosa para ver convertido en realidad su sueño macabro de una gran corporación transnacional, con tanto poder, que pudiera iniciar y terminar guerras mundiales, derrocar o diseñar gobiernos a su antojo, o incluso corromper la ciencia.
Cuando la Exxon se llamaba Standard Oil Company, en la primera mitad del siglo XX, se alió con el nazismo y financió la mayoría de sus aventuras militares para apoderarse de los recursos petroleros de la Unión Soviética. Al ver a los nazis perdidos, alentó al gobierno estadounidense para que entrara en la guerra, en busca de un botín distinto: el pacífico, incluyendo al Japón; y los grandes empréstitos para la reconstrucción de Europa.
La llamada «Nueva PDVSA» ha materializado ya en América Latina a la multi-estatal «Petrocaribe», con un criterio radicalmente distinto al de la política petrolera mundial. Países como Haití y Nicaragua, el primero y segundo más pobres de América, han recibido ya envíos de crudo o combustibles, para aliviar su penosa situación energética.
Cuba refina ya crudo venezolano en la provincia de Cienfuegos, y le abre una brecha importante al bloqueo ilegal e inhumano que el gobierno de los Estados Unidos le mantiene, en contra de la voluntad universal. Gobierno que además recibió, durante las pasadas elecciones, la escandalosa suma de 46 mil millones de dólares por parte de la Exxon, para mantenerse un periodo más en el poder.
Mientras la nueva PDVSA va por el mundo con un mensaje inspirado en el pensamiento humanista de Simón Bolívar y José Martí, y promueve una nueva relación de las naciones con sus recursos energéticos, y financia misiones que le devuelven la vista a los seres humanos, o le brindan acceso a la salud y a la educación a capas sociales tradicionalmente excluidas, la Exxon va en sentido contrario.
Desde 1998 hasta hoy, según lo dice la Unión de Científicos Preocupados de los Estados Unidos, UCS, por sus siglas en inglés, compuesta por más de 200 mil voluntarios, Exxon ha gastado 12 millones de dólares en pagarle a una red de organizaciones dedicadas a emitir mensajes mentirosos, acerca de las verdades probadas científicamente sobre el calentamiento global y el cambio climático.
Ben Stewart, reconocido miembro de Greenpeace ha dicho también que Exxon ofrece a economistas y científicos la suma de 10 mil dólares más gastos de viaje, para quien escriba artículos y dicte conferencias que ataquen las posibles falencias de la teoría del cambio climático.
Exxon-Móbil es responsable además de alentar financiera y políticamente los crímenes de lesa humanidad cometidos por el gobierno de los Estados Unidos en Irak y Afganistán, con la excusa de la guerra contra el terrorismo, pero motivados realmente por la necesidad de esta y otras transnacionales, de obtener nuevas fuentes de recursos energéticos.
El 24 de marzo de 1989 el carguero Exxon Valdez derramó un millón y medio de barriles de petróleo crudo a los mares fríos de Alaska. Medio millón de especies animales murieron, y algunas no las veremos más, desaparecieron.
En su momento la Exxon hizo circular la historia de que el oficial Hazelwood, capitán del barco estaba ebrio, y dejó el mando a un marinero inexperto mientras él dormía en un camarote. El joven marinero perdió el control de una de las naves cargueras más grandes del mundo, y la estrelló sin remedio contra los arrecifes de «Bligth».
Exxon quiso excluir las políticas corporativas de aquel debate, enfatizando en que fueron errores humanos puntuales. Pero lo cierto es que aquel barco gigantesco debía ir primero a California a vender aceites lubricantes que también cargaba, pero se le ordenó llenar los tanques con crudo en el puerto de Valdez, cosa que aumentó su peso e hizo más difícil sus maniobras por los intrincados mares de Alaska.
Aquella fue una mentira más en la carrera mortal de Exxon, que hoy tiene como blanco a Petróleos de Venezuela, el motor financiero de una revolución pacífica que es la esperanza de América.