«Habría tantas oportunidades para perfeccionar el arte de vivir -decía Mill- si las mentes dejasen de enfrascarse en el arte de medrar» Malthus criticaba a los economistas por no considerar el crecimiento de la población, Marx, por omitir la desigualdad y la lucha de clases y Keynes por ignorar la incertidumbre ante el futuro y […]
«Habría tantas oportunidades para perfeccionar el arte de vivir -decía Mill- si las mentes dejasen de enfrascarse en el arte de medrar»
Malthus criticaba a los economistas por no considerar el crecimiento de la población, Marx, por omitir la desigualdad y la lucha de clases y Keynes por ignorar la incertidumbre ante el futuro y la posibilidad de una insuficiente demanda agregada para generar pleno empleo. Los nuevos economistas se han esforzado por subsanar las deficiencias señaladas por esos críticos.
En todos los casos la solución ha sido la misma: propugnar por un mayor crecimiento económico. A los maltusianos y neomalthusianos, los economistas responden que «los países ricos tienen tasas de natalidad más bajas que los pobres, por lo tanto, el problema demográfico se resolvería automáticamente mediante un mayor crecimiento económico en los países en desarrollo, a partir de que los ricos les proporcionen mercados más grandes para la exportación y mayor capital para la inversión».
A los marxistas y neomarxistas, los economistas responden que «la pobreza desaparecería con un mayor crecimiento; si los pobres mejoraran en términos absolutos sería suficiente y no debe envidiarse la posición relativa de los ricos. La desigualdad no justifica la lucha de clases, pues ofrece incentivos benéficos para el crecimiento y en ultima instancia para los pobres. Una marea ascendente eleva a todas las embarcaciones, ya sean lanchones de basura o barcos de lujo». Los economistas argumentan, igual que los keynesianos y postkeynesianos, que «el fomento de las inversiones aumentaría la demanda agregada y proporcionaría pleno empleo.
Las inversiones significan crecimiento y mayor capacidad productiva a futuro. Eso es benéfico porque el crecimiento nos hace más ricos, mitiga nuestras angustias e incertidumbres acerca del porvenir, nos alienta a consumir e invertir más, fomenta la confianza, la demanda total y el empleo».
«Crecimiento no económico»
Ante este formidable consenso que apoya el crecimiento, aparecen ahora los economistas ecológicos que impugnan a los tradicionales. Les critican su «manía» por el crecimiento, es decir, por no tomar en cuenta los límites ambientales y sociales que éste implica. El crecimiento, la panacea del pasado, se está convirtiendo rápidamente en la pandemia del presente.
Los economistas dedican tanta atención al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) que lo confunden con «crecimiento económico», sin admitir la posibilidad de que éste pudiera ser «no económico», ya que sus costos marginales derivados de los sacrificios ambientales y sociales podrían ser mayores que su valor en términos de los beneficios de la producción. Lo anterior nos haría más pobres y no más ricos, por lo que debería denominarse «crecimiento no económico».
Tal como lo analiza Manfred Max Neef, existen pruebas empíricas convincentes de que algunos países del Norte entraron ya a una etapa de crecimiento antieconómico. Pero, ¿cómo se puede eliminar la pobreza sino a través del crecimiento? La respuesta es evidente aunque para muchos sea desagradable: mediante la redistribución, el control poblacional y el aumento de la productividad de los recursos naturales. Se considera que los dos primeros factores son políticamente imposibles. El tercero es apoyado hasta que se reconoce que los mayores niveles de productividad, insumos de mano de obra y capital se lograron a través del uso «inconsciente» de recursos.
Esto parece un precio bajo como pago por la reducción de la lucha de clases entre la mano de obra, el capital y la compra de la paz industrial. Pero ese costo aumenta y se transfiere a las generaciones futuras, así como loas demás especies de cuyos hábitats la humanidad se apoderó. Además de emprender los esfuerzos técnicos para aumentar la productividad de los recursos, la reducción de la pobreza requeriría también enfrentar las cuestiones morales relativas a la distribución de los ingresos y el control de la población. La manía por el crecimiento representa el intento de circundar esos problemas morales mediante soluciones técnicas sin tener que examinar de nuevo a Malthus, Marx o Keynes.
El subsistema económico, a medida que crece físicamente, también debe desarrollarse en relación con el ecosistema del cual forma parte. Cuanto más el subsistema se aproxime proporcionalmente al sistema general, mayor debería ser su parecido en cuanto a sus características básicas como la condición finita, el no crecimiento, la delimitación material y la dependencia del flujo solar como su principal fuente de energía. La orientación del progreso económico debería cambiar del crecimiento cuantitativo al cualitativo e iniciar una etapa de desarrollo sostenible, una economía estable o una «condición estacionaria» de la población y el capital, si usamos el concepto clásico de John Stuart Mill.
«La condición estacionaria del capital y de la población -decía- no implica el estado estacionario del mejoramiento humano. Habría tantas oportunidades para todo tipo de mentalidades culturales, para el progreso moral, social, para perfeccionar el arte de vivir si las mentes dejasen de enfrascarse en el arte de medrar». La humanidad debería olvidar la manía por el crecimiento y comenzar a considerar la visión de Mill como base del desarrollo sostenible.