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La masacre de 1932 en El Salvador

Fuentes: Rebelión

George Orwell dijo que quien controla la historia, controla el presente, y a lo mejor hasta el futuro. Resulta de obligada urgencia que se rediseñe y reescriba toda la tergiversada historia salvadoreña, es decir, escuchar la historia desde la posición de los vencidos. Se vuelve un imperativo conocer la cultura de nuestros antepasados, cómo se […]

George Orwell dijo que quien controla la historia, controla el presente, y a lo mejor hasta el futuro. Resulta de obligada urgencia que se rediseñe y reescriba toda la tergiversada historia salvadoreña, es decir, escuchar la historia desde la posición de los vencidos. Se vuelve un imperativo conocer la cultura de nuestros antepasados, cómo se fueron configurando los diversos grupos étnicos, la independencia de 1821, el surgimiento de la oligarquía, la sangrienta historia de los golpes de Estado y las dictaduras militares. Por estar en el mes de enero, el mes del levantamiento indígena-campesino o comunista, iniciado el 20 de enero de 1932, es oportuno señalar algunos episodios de esa parte de la historia de lucha de clases en nuestro El Salvador, para que las futuras generaciones no olviden lo ocurrido, bien para prepararse ante eventos de ese tipo, o bien para que no se repitan.

Los «sucesos de 1932» como algunos historiadores se han tomado la tarea en llamar, es una concurrencia de varios factores que incidieron para que el pueblo, en su mayoría campesinos-indígenas, se sublevaran en contra de la dictadura militar del General Maximiliano Hernández Martínez, apoyado por la oligarquía cafetalera. Por ejemplo, uno de los factores fue el descontento de la población por el asunto relacionado con la tenencia desproporcional de la tierra, concentrada ésta mayoritariamente en manos de la oligarquía. Para algunos este suceso fue un levantamiento campesino, para otros una insurrección propiamente dicha, y no falta quien opine que fue un movimiento comunista para la toma del poder. Todos tienen relativamente la razón, porque las variables de esos acontecimientos del 32 reúnen las características de las denominaciones que anteriormente señalamos; pero fue también, a mi juicio, un etnocidio; porque la mayoría de asesinados fueron campesinos y nativos que representaban la mayoría de la población salvadoreña en la zona donde se generaron estos hechos; en una palabra integradora, fue un hecho abominable en la historia no sólo de El Salvador, sino de la humanidad. Antes de emitir un juicio es necesario remontarnos a los orígenes de los «sucesos del 32».

Los orígenes de esta matanza se remontan a la invasión de los españoles a nuestras tierras y la subsecuente independencia de los criollos y mestizos; todo ello fue un factor negativo para que las condiciones de vida de la población se volvieran cada vez más en un estado de precariedad. La misma independencia de 1821 incidió a que surgiera un escenario de desigualdades, la cual dejó a la población nativa en una miseria sin precedentes; sumado a ello, la caída en los precios del café a raíz de la crisis mundial de 1929 fue un detonante de gran envergadura para que se diera este fenómeno sociopolítico. Aunque una década antes ya existía el descontento generalizado de la población; la crisis cafetalera incidió en gran medida porque al tiempo que se disminuían las exportaciones, aumentaban los despidos de los campesinos que trabajaban en las haciendas de los terratenientes cafetaleros.

Planteada así la situación, la sociedad salvadoreña entra en una fase de lucha entre opresores y oprimidos. Específicamente a finales de la década de 1920 se transforma El Salvador en un territorio propicio para las luchas populares; surgen las primeras organizaciones proletarias como la Sociedad de Obreros de El Salvador, la Sociedad Cooperativa de Zapateros y Sastres, entre otras; y con ello la Federación Regional de Trabajadores Salvadoreños (FRTS). Además, es justamente en marzo de 1930 cuando se funda el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) y dos años más tarde se da la masacre.

Este hecho histórico dio paso al escenario de una larga dictadura militar caracterizada por la represión, en tanto después a esta fecha no se habla solamente de las categorías opresores-oprimidos; por cuanto el régimen, al ver que el pueblo comienza a organizarse para defender sus derechos fundamentales, diseña un mecanismo de represión para contrarrestar la resistencia y el avance popular; es así como surge la lucha represores-reprimidos. Los líderes de los movimientos sociales son perseguidos, exiliados, torturados y en el peor de los casos asesinados; la dictadura militar trata de silenciar el descontento del pueblo implementando más represión.  La injusticia social y económica se incrementa en el país, las voces populares nos revelan que el 80% de la población gozaba del 20% de la riqueza nacional, y el 20% de la población gozaba del 80% de la riqueza nacional, lo cual es una enorme injusticia.

Esta riqueza nacional es entendida como la suma total de todos los bienes con valor económico que poseen los gobiernos centrales, regionales y locales de un determinado país. Concretamente en tiempos de las dictaduras militares comprendidas desde 1932 a 1992, lo que caracterizaba y le daba fuerza a la riqueza y economía de El Salvador era la agricultura; el café, el algodón y la caña de azúcar eran productos de exportación, y esa riqueza también era distribuida desigualmente como ya se ha señalado.

Vayamos a los hechos que dieron origen a la insurrección señalada. En primer lugar, evidentemente en la década de 1920 ya había un descontento de la clase trabajadora y los campesinos, quienes son explotados por los grandes cafetaleros. A este descontento se suman los indígenas y los líderes comunistas de esa época. Para algunos, este levantamiento o insurrección popular fue obrero-campesino, y que los comunistas se aprovecharon de esa coyuntura para emprender su conspiración. Pero al hacer un análisis de esos acontecimientos, diremos categóricamente que fue el PCS el que orientó y enrumbó esa convergencia de factores que generaron las condiciones para que se diese la insurrección. Es decir, que el PCS le imprimió el alma de todo movimiento social, político y revolucionario, que es en sí la dialéctica marxista interpretativa de esas condiciones, la cual no puede estar divorciada de la lucha popular porque es la esencia de toda revolución originada a consecuencia de las mismas contradicciones sociales.

No tenemos que perder de vista el elemento que le dio vida al levantamiento; y es que ese acontecimiento, según Tomas Anderson, se distingue por ser el primer movimiento revolucionario latinoamericano en el cual desempeñaron el papel más importante hombres considerados como comunistas internacionales. Por cuanto, quedémonos con que fue una insurrección popular en donde el PCS jugó un importante papel.

Es preciso señalar que no tenemos por qué perder de vista el elemento que le dio vida al levantamiento; y es que ese acontecimiento, según Tomas Anderson, se distingue por ser el primer movimiento revolucionario latinoamericano en el cual desempeñaron el papel más importante hombres considerados como comunistas internacionales. Por cuanto, quedémonos con que fue una insurrección popular en donde el PCS jugó un importante papel junto a los campesinos e indígenas.

Se tiene que decir también con toda propiedad que fue el problema agrario el que más incidió, relacionado éste con la tenencia desproporcional de la tierra y el salario de los trabajadores y campesinos-indígenas. El salario que los grandes cafetaleros pagaban a los campesinos era de miseria, al respecto Marx ya había señalado que, «El nivel mínimo de salario, y el único necesario, es lo requerido para mantener al obrero durante el trabajo, y para que él pueda alimentar una familia y no se extinga la raza de los obreros. El salario habitual es, según Smith, el mínimo compatible con la simple humanité, es decir, con una existencia animal». La crisis mundial de 1929 también fue un elemento que incidió a que el café, como monocultivo de exportación y base de la economía salvadoreña, disminuyeran sus exportaciones, en consecuencia, los despidos aumentaron y los salarios de hambre pagados a los campesinos-indígenas fueran aun más bajos. Fue por lo tanto una conjunción de factores que le dieron vida a las contradicciones de clase, y ello propició a que en enero de 1932 se iniciara la insurrección.

Una vez llevada a cabo la insurrección, comandada en algunos sitios del occidente del país por líderes campesinos e indígenas, y en otras partes por líderes sindicales y comunistas, las fuerzas represivas de la dictadura militar del General Martínez apoyado por la oligarquía respondieron con represión indiscriminada contra el pueblo. Algunos afirman que los muertos fueron cinco o quince mil muertos, pero hay otros que registran más de treinta mil muertos, en su inmensa mayoría indígenas; por ello es que anteriormente he señalado que fue un etnocidio porque la mayoría de ejecutados fueron indígenas que no comprendían lo que era el comunismo, únicamente ellos se sublevaron con la intención de que cambiaran sus condiciones precarias de vida, y esa motivación era coincidente con el planteamiento de los comunistas.

El régimen de manera preeminente y con toda la premeditación perversa del caso, tergiversaron la idea del comunismo hasta llegar a satanizarlo. Una vez que la dictadura militar sembró en la opinión pública la vinculación entre comunistas e indígena, a manera de sinónimo, propició la «legitimación» o «justificación» de la masacre. En esto, como ha sido siempre y hasta la fecha, los medios de comunicación de derecha o conservadores, hicieron su papel de distorsionar los hechos. En los periódicos como La Prensa aparecían las siguientes líneas tendientes a favorecer y justificar la masacre propiciada por el régimen: «gracias a la energía del Gobierno del General Martínez ha sido restablecida totalmente la paz». Es de observar cómo este periódico manejó y ocultó la realidad, porque cuando se menciona el término «energía» lo hace para no mencionar la palabra violencia o genocidio. Los muertos se contaban por centenares en las líneas férreas del occidente del país, y para justificar la desaparición y calcinación de esos cuerpos masacrados el periódico en mención seguía diciendo: «Para evitar las epidemias, la dirección General de Sanidad ha ordenado la incineración de los cadáveres de los comunistas muertos en los diferentes encuentros habidos en la República». Y a los indígenas los definían como terroristas y personas salvajes.

 Héctor Lindo Fuentes señala que el hecho de que la historia esté condenada a repetirse tiene que ver tanto con la capacidad de olvidar como con la capacidad de recordar. Y sigue diciendo que una exploración de cómo diferentes elementos de la sociedad salvadoreña seleccionaron, silenciaron y reacomodaron diferentes aspectos de la historia de la matanza de miles de campesinos e indígenas que tuvo lugar en 1932 nos ayuda a comprender la problemática historia de El Salvador.

Como país hemos entrado en una fase transicional, y es oportuno señalar la importancia de recobrar la verdadera memoria histórica de nuestro pueblo, la cual los anteriores regímenes han ocultado durante tanto tiempo. Es de mencionar que la rebelión de 1932 finaliza con el fusilamiento de uno de sus líderes, como fue Farabundo Martí, y por supuesto tiene que resaltar el nombre de otros líderes que sobrevivieron a la masacre como Miguel Mármol, fundador del Partido Comunista Salvadoreño y dirigente sindical. Así finaliza el levantamiento del 32 pero se recrudece la represión contra el pueblo salvadoreño mediante la imposición de un estado de excepción que se promulgó y prolongó durante la dictadura de Martínez hasta las posteriores dictaduras militares.

Esta suspensión de garantías constitucionales implicó represión contra el pueblo organizado y persecución contra sus líderes. Así tenemos que Miguel Mármol huyó hacia el oriente del país, específicamente se radicó en el Departamento de Usulután, otros se exiliaron en el extranjero. Pero lo más importante es que quedó sembrada la semilla insurreccional que germinó en las décadas de 1970 y 1980, dando como resultado la guerra civil que duró 12 años y se culminó con la firma de un Acuerdo de Paz, por razones del destino firmado en el mes de enero de 1992.

Mediante este Acuerdo lo que se logró fue simplemente un cese al enfrentamiento armado, pero no se logró erradicar el problema de raíz que es la injusticia social, siendo la oligarquía la más beneficiada porque instauró un neoliberalismo ortodoxo que, hasta la fecha y aun con cambio de gobierno de izquierda, se mantiene sin presentar signos de verdaderos cambios. Se espera que esto vaya cambiando pronto por el bien de la clase trabajadora y los campesinos, siendo éstos últimos los que mayor protagonismo han tenido en las luchas armadas en toda la historia insurreccional de El Salvador.

Los hechos de 1932, por haber ocurrido justamente al finalizar el mes de enero, es importante que se le dé mayor importancia a su celebración, incluso muy por encima del Acuerdo de Paz. Creo que está más lleno de significado ese acontecimiento, en el entendido de la imperiosa necesidad de comprender la historia para controlar el presente y evitar en el futuro que un hecho abominable como la masacre del 32 se repita.

*El autor es salvadoreño.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.