No está claro que ocurrirá con Lula en los próximos días. Pero incluso si continuase detenido de forma ilegitima en Curitiba algo habrá cambiado este 8 de julio de 2018. Ya se ve con claridad aún mayor la manipulación en la que se encuentra el órgano judicial brasileño. Estos hechos contribuyen a que la sociedad […]
Cuando se secuestra la democracia ya no hay justicia. El golpe parlamentario a Dilma Rousseff en 2016 fue el primer avance contra el proceso de transformación que transitaba Brasil. Los gobiernos del Partido de los Trabajadores, como todo ciclo político, fueron heterogéneos. Implicaron avances inéditos pero no alcanzaron a reconfigurar la correlación de fuerza con el verdadero poder de las elites brasileñas. El día que Dilma resultó reelecta, en octubre de 2014, venciendo por estrecho margen a Aécio Neves, las fuerzas conservadoras decretaron que ya habían prestado por demasiado tiempo el gobierno, y salieron a recuperar lo que sienten que les pertenece y las urnas les negaron.
Mediante la ilegitima destitución de Dilma pensaban que era el acabose de la izquierda brasileña. Los golpistas, angurrientos, implementaron políticas de ajuste que llevaron a que las encuestas entierren al opaco Michel Temer por debajo del 5% de aprobación. Cualquier similitud con la realidad argentina no es pura coincidencia. La sociedad, pasiva y ensimismada en su propio progreso, simplemente comparó y tomó conciencia que los avances no fueron magia. Allí pusieron en movimiento el segundo estadio del golpe: destruir la credibilidad de Lula, encerrándolo para proscribirlo. Especulaban que esa sí sería la definitiva muerte política del Partido de los Trabajadores (PT) y de sus líderes Lula y Dilma. Pero nuevamente se equivocaron. Lula crece y encabeza todas las encuestas y triunfa en todos los escenarios. Cada nuevo indicador social y económico del gigante latinoamericano demuestra descomposición y se traduce en un impulso en la imagen y los votos del tornero.
El juez Rogerio Favreto, del Tribunal Regional Federal de la Cuarta Región con sede en Porto Alegre, concedió un habeas corpus a Lula a partir de la presentación del viernes pasado de unos diputados del PT y exigió que la medida sea cumplida de forma urgente. El juez Sérgio Moro, uno de los responsables de sostener el estado de excepción en el que se encuentra Brasil, de vacaciones en Portugal y de forma ilegal contraría la decisión de segunda instancia y ejerce su influencia para que no sea liberado.
La decisión de Favreto revela que desde un rincón de la Justicia surgió un signo de rebeldía contra el sistema persecutorio que se impone. Aunque se fracase en la efectiva libertad de Lula ya se dió un paso. Quien hoy posee en las encuestas más chances de triunfar en octubre, si Lula no es candidato, es Jair Bolsonaro, un fascista que declaró que «el error de la dictadura fue torturar y no matar» y que «Pinochet debería haber matado más gente.» Lula es un reformista. Como dirigente sindical hace del consenso y el diálogo un dogma. La sociedad espera, atenta. El futuro es imprevisible. El habeas corpus es un cachetazo a la sociedad y a la dirigencia de izquierda latinoamericana. Nos despierta y nos recuerda que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Hace unas semanas le pregunté a Dilma Rousseff por qué el pueblo brasileño era tan pasivo frente a la injusta persecución y el encarcelamiento de su líder. «La reacción del pueblo brasileño es explosiva», me respondió. Tal vez hoy se haya encendido la mecha.