Al presentarse los primeros signos de la crisis, las cúpulas en el poder entraron en la fase de negación. En mayo 2006, cuando surgió la primera quiebra bancaria relacionada con el mercado hipotecario subprime, se dijo que sólo se trataba de algunas malas noticias y que pronto todo estaría bien. Pero ese verano las quiebras […]
Al presentarse los primeros signos de la crisis, las cúpulas en el poder entraron en la fase de negación. En mayo 2006, cuando surgió la primera quiebra bancaria relacionada con el mercado hipotecario subprime, se dijo que sólo se trataba de algunas malas noticias y que pronto todo estaría bien. Pero ese verano las quiebras continuaron y se pudo observar la amplitud de la crisis. Las prácticas bancarias irresponsables estaban en todas partes y no sólo en hipotecas: tarjetas de crédito, autos y todo tipo de operaciones corporativas en la bolsa. Además, los créditos hipotecarios de mala calidad, escondidos en los nefastos «vehículos de inversiones estructuradas», brotaron en la cartera de fondos de riesgo y de bancos por todo el planeta, desde BNP Paribas hasta el Banco de China.
La fase de negación quedó atrás y aparecieron los diagnósticos apresurados y las recetas para curar al enfermo. Al principio se presentaron varios rescates parciales sin dirección estratégica. La Reserva Federal (Fed) y el departamento del Tesoro apadrinaron extrañas operaciones: el rescate y venta de Bear Stearns, el abandono de Lehman Brothers, la adquisición de Merrill Lynch por Bank of America, la intervención de Fannie y Freddie, el rescate de AIG, etcétera.
Pero ni los rescates, ni la restructuración funcionaron y la crisis se intensificó. Los préstamos interbancarios se interrumpieron. En la Fed, Bernanke comenzó a pensar que había que evitar lo sucedido en 1929, cuando se respondió cerrando las llaves del crédito. Así surgió la idea del programa de rescate de 700 mil millones de dólares y su aprobación el primero de octubre fue recibida con aplausos. Pero esa misma semana, la Bolsa de Valores de Nueva York tuvo su peor semana en 75 años. Desde entonces, las caídas no cesan y la crisis se extiende por todo el mundo.
Es claro que el rescate de los 700 mil millones de dólares no restauró la confianza. A pesar de que el fondo servirá para recapitalizar bancos, el crédito interbancario no se ha normalizado y permanece en el marasmo de préstamos de corto plazo. Además, las reglas para aplicar ese monto no son claras y la pelea por esos recursos ha paralizado el proceso de rescate. Peor, ya comenzaron las presiones para aplicar parte de esos fondos a los grandes corporativos no financieros (en especial en el sector automotriz). Finalmente, se supone que el rescate no incluye compensaciones para los funcionarios de bancos rescatados, pero hoy todavía se observan en Wall Street los llamados paracaídas dorados que proporcionan un suave aterrizaje para altos funcionarios de compañías quebradas.
Por su parte, la política monetaria tampoco ha tenido los efectos esperados. La Fed ha reducido la tasa líder de manera continua en los últimos meses y el pasado 29 de octubre la colocó en uno por ciento. Sin embargo, no se ha podido obtener la deseada reanimación. Eso ha inclinado a muchos analistas a pensar que la Fed y la economía estadunidense se encuentran frente a una trampa de liquidez. En ese caso, la política monetaria no tiene ya ningún efecto: con una tasa de interés de corto plazo cercana a cero, el banco central emite billetes y compra deuda del gobierno, pero eso no genera ningún impacto sobre la demanda efectiva.
La noción de trampa de liquidez se deriva de la teoría de Keynes y, se supone, es un caso extremo de libro de texto. El peligroso estancamiento sufrido por la economía japonesa durante la década de los años 90, y la incapacidad del Banco de Japón para salir del pantano, hicieron ver que el concepto de trampa de liquidez no era tan raro. En el contexto de una gigantesca cartera vencida y cerrazón de crédito entre bancos, no puede descartarse que Estados Unidos se encuentre en un caso de trampa de liquidez.
En resumen, ni el rescate financiero ni la política monetaria parecen estar surtiendo efectos y la crisis sigue su camino cuesta abajo. Por eso se habla en Washington de que se necesita un súper paquete de estímulos fiscales distinto al utilizado por la administración Bush. En lugar de devoluciones limitadas, tendría que consistir en un paquete de estímulos combinados, desde reducciones en algunos segmentos, hasta inversiones en sectores de la economía que permitan un efecto multiplicador real. La mala noticia es que el gigantesco déficit fiscal no deja mucho margen de maniobra para lanzar este tipo de paquetes.
En las postrimerías de su gestión, Bush ha convocado a una reunión del G-20 para tratar de coordinar esfuerzos para superar la crisis. Lo bueno es que Felipe Calderón estará presente. Ayer señaló que promoverá la aplicación de políticas contracíclicas al estilo mexicano para atenuar los efectos negativos de la recesión. Supongo que eso quiere decir que promoverá subir las tasas de interés, cerrar el crédito y mantener la restricción fiscal. Con esos conocimientos de economía, Bernanke quedará impresionado y pedirá al mandatario mexicano que se convierta en su asesor. Quizás Obama quiera designarlo secretario del Tesoro. Con suerte y Calderón hasta se queda por allá, en Washington.