Ningún ministro de Hacienda que se respete puede dejar de referirse en sus discursos al riesgo país. Indicador para iniciados es hoy crucial para los gobiernos de los países en desarrollo. Movido por las percepciones sobre los mercados financieros, los cambios en esta medida guían las acciones de los inversionistas.
Por ahora, el fantasma que atemoriza a los mercados, a los gobiernos y repercute en las condiciones de vida de la población en general de los países de las llamadas economías emergentes de América Latina parece estar dormido. Se trata del riesgo país, indicador que evalúa la probabilidad de que no se cumplan los compromisos contraídos con el exterior, o sea, con la deuda. Actualmente se ubica en niveles históricamente bajos, pero seguir su evolución se ha convertido en una práctica de los inversionistas, operadores del mercado y autoridades financieras.
La tranquilidad proviene de un entorno de bajas tasas en Estados Unidos, lo que hace que fluyan recursos para comprar títulos de deuda de las economías emergentes y reduce para ellos el costo de financiar sus deudas. En marzo, el promedio del riesgo país computado entre 10 naciones emergentes era de poco más de 300 puntos, mientras en septiembre de 2002, todavía bajo el efecto de la moratoria argentina y ante la perspectiva de la victoria electoral de la izquierda en Brasil, rozó 2 mil 400 puntos.
El Indice de Bonos de Mercados Emergentes (EMBI, por sus siglas en inglés), que elabora el banco JP Morgan, asigna la «prima» que un país tiene que pagar para financiarse, tomando como referencia las tasas de los bonos del Tesoro estadunidense. Cada 100 puntos del indicador corresponden a un punto porcentual de interés anual por arriba de dicha tasa. Así, tener un riesgo de 400 puntos significa que para comprar papeles de deuda de determinado país, el mercado exige una tasa de interés anual cuatro puntos arriba de la tasa de referencia.
Hoy, Brasil, México y Rusia son los países con más peso en el EMBI. Los tres son responsables de 23, 20 y 17 por ciento de su composición. JP Morgan arma el indicador usando una cartera estándar con títulos de la deuda externa de 10 países emergentes en proporciones que reflejan el peso de cada uno en el mercado de deuda soberana. Y cada país tiene su propio índice, elaborado con base en una canasta de títulos que se ponderan según los volúmenes negociados en el mercado.
Por la expectativa de que las progresivas alzas de las tasas de interés estadunidenses pudieran forzar hacia arriba, a fines de marzo, el llamado EMBI plus, referido a los países emergentes, estaba en casi 330 puntos, con el riesgo más alto atribuido a Brasil, por encima de 400, México con 170 y Rusia con 200 puntos.
El indicador se mueve con las compras y ventas de títulos de la deuda, y cuanto mayor sea la percepción de que uno de esos países pueda tener dificultades para cumplir sus compromisos financieros externos, más elevada será la prima exigida. En situaciones extremas en que se derrumba la confianza, como sucedió a partir de 1999 y hasta los meses anteriores a la moratoria argentina de 2001, se termina generando una espiral de endeudamiento que hace prácticamente imposible pagar: el mercado demanda tasas cada vez más elevadas para seguir financiando un país, que a la vez tiene que asumir costos de endeudamiento que terminan comprometiendo sus indicadores macroeconómicos clave. El deterioro de esos indicadores empeora la percepción de los mercados y se suscita un círculo vicioso.
Con la tranquilidad actual, el índice casi ha desaparecido de los titulares noticiosos y dejó de ser preocupación cotidiana en los mercados, lo que contrasta con los periodos en que se convierte casi en oráculo capaz de determinar el destino de una economía. Pero se cree que la situación puede ser temporal y depende menos de lo que pase en las economías emergentes y más del impacto que puede tener sobre ellas la trayectoria de incremento de las tasas estadunidenses, que decide la Reserva Federal.
«No creo que hayamos tenido un cambio estructural en los países emergentes que justifique la fuerte reducción del riesgo. El principal factor es la política mundial de tasas de interés», dijo el economista argentino Mariano Flores Vidal, quien considera que la situación presente es de mucho menos aversión al riesgo en comparación con la etapa de fines de los 90 y principios de esta década. Dicho periodo lo marcaron las sucesivas moratorias de Rusia, Ecuador, Ucrania, Pakistán y Argentina, lo que hizo que los inversionistas miraran con desconfianza a los países emergentes, haciendo apuestas sobre cuál sería el próximo en desbarrancarse.
La llegada al poder de un gobierno de izquierda en Brasil hizo que el país fuera considerado el candidato más fuerte a una crisis; pero desde que asumió Luiz Inacio Lula da Silva han hecho todos los esfuerzos para evitarla y aparentemente se ha logrado mantener la confianza del mercado.
En contraste, Argentina recién ha concluido la más grande restructuración de deuda de la historia, imponiendo también la quinta más grande entre los países emergentes que la hayan aplicado. Aun con una mala reputación, debe volver al mercado internacional de deuda con un riesgo país sólo algunos puntos por arriba de Brasil.
Como «castigo», Argentina probablemente seguirá un largo tiempo participando de manera modesta en los mercados financieros internacionales, aunque el gobierno celebre la situación comparándola con un alcohólico que no puede ceder a la tentación de volver a tomar, o sea, endeudarse. Y si, innegablemente la restructuración ha sido un remedio amargo que tuvieron que tragarse los acreedores «el proceso hizo que la deuda sea sustentable, compatible con la capacidad de pago que efectivamente tiene el país», afirmó Rodrigo Alvarez, de la consultora Ecolatina. El economista cree que las condiciones que plantea una deuda más baja y manejable propician menor probabilidad de recaer en moratoria.
La consultora, que fundó el actual ministro de Economía argentino, Roberto Lavagna, elabora desde fines de 2002 un índice de riesgo país. Este considera solamente los bonos argentinos emitidos después de la moratoria de diciembre de 2001 y que, por tanto, no fueron objeto de restructuración. A pesar de que su creación tiene sentido político, al ofrecer una medida de riesgo alternativa a la de JP Morgan, que con la moratoria de diciembre de 2001 se disparó a 6 mil puntos base, el indicador de Ecolatina estaba a fines de marzo en 500 puntos. Los operadores del mercado creen que ese número refleja la cotización que tendrán los bonos argentinos a partir de su reingreso al mercado, en abril. No se puede estar seguro de que los niveles se mantendrán bajos, pero sin duda son un verdadero contraste frente a Rusia, que tras estar año y medio en cesación de pagos ingresó al mercado con un riesgo de mil 600 puntos, mientras el promedio de los países emergentes era de 700.