En país de ciegos, el tuerto es rey –Refrán. Usaba con frecuencia mi madre aquel refrán que dice: «No hay peor ciego, que el que no quiere ver». Y es verdad, esto puede aplicarse a los políticos, por ejemplo, que una vez en el poder se vuelven ciegos contra el pueblo, contra los amigos y […]
En país de ciegos, el tuerto es rey
–Refrán.
Usaba con frecuencia mi madre aquel refrán que dice: «No hay peor ciego, que el que no quiere ver». Y es verdad, esto puede aplicarse a los políticos, por ejemplo, que una vez en el poder se vuelven ciegos contra el pueblo, contra los amigos y después de los cuatro años de celebridad regresan a su cotidiano destino y vuelven, según ellos, a recuperar la vista pero entonces es el pueblo, sus amistades, que ya no los ven a ellos y no es que el pueblo y amistades se hayan convertido en ciegos sino que esos políticos que no cumplen con sus funciones con los pies sobre la tierra se convierten en invisibles, inservibles.
Pero el presente no es sobre políticos ciegos ni videntes sino simplemente sobre las personas que por una razón u otra, sea ésta de nacimiento, accidentes o cualquier otra circunstancia no tienen la facultad de ver, de ver con los ojos. Existen otras maneras de ver cuando quiere verse.
Desde niños se nos inculca, sobre todo en nuestra cultura latinoamericana, la compasión por los ciegos. Darle una moneda al ciego de la esquina reconforta aunque sea por unos minutos, nos hace sentirnos bien, con la sensación de haber cumplido con la bondad del día. Por alguna razón se nos llega a convencer de que todos los ciegos son nobles, buenas personas e incapaces de causar daño.
En lo personal perdí la inocencia en cuanto a los ciegos a través de la literatura, odié en el Lazarillo de Tormes al ciego usurero que utilizaba al niño para su beneficio y le mezquinaba hasta una miga de pan. Y gocé con la venganza del genial lazarillo que le dice que debe saltar un charco imaginario para que el ciego se estrelle en una roca. Sin duda, yo hubiese hecho lo mismo sin ningún remordimiento.
La ceguera es algo recurrente en la literatura, está, por ejemplo, el Informe sobre ciegos, de Ernesto Sábato, quien tiempo después redactara el informe de Nunca más, sobre los treinta mil desaparecidos y torturados en Argentina durante la guerra fría. A estos los desaparecieron y torturaron videntes cegados por la ira e ignorancia, cumpliendo órdenes de videntes cegados por el poder y la ambición. Tampoco Honduras ha sido ajena a estos videntes ciegos: han existido y aún existen. Y nadie sabe, como dice Rubén Blades en su canción, a dónde van los desaparecidos.
Otro buen ejemplo sería Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago (sí, del mismo Saramago que escribiera, mucho antes de que estuviera de moda el Código Da Vince, El evangelio según Jesucristo, que quizá no produjo escándalo por la inclinación ideológica de su autor y porque está bien escrito), pero éste fue alguien que se vuelve ciego un día cualquiera mientras esperaba que cambiara la luz de un semáforo. De repente la ceguera es colectiva -no lejos de la realidad en un planeta Tierra plagado de videntes ciegos-y allí se constata la bondad de unos y el extremo de la miseria humana de otros, todos ciegos, según la novela.
En lo personal he tenido pocas experiencias con no videntes, una de ellas, de uno que me presentó Juan Carlos Casco cuando era cónsul de Honduras en Nueva York. Este es un no vidente excepcional, Javier, que solo ha recorrido gran parte del mundo. Un día lo llevé al estudio en donde yo vivía en Manhattan y le pedí que cuando quisiera visitarme me llamara antes por teléfono. Para mi sorpresa al día siguiente allí estaba llamándome a la puerta. Tuve un fugaz enojo pero lo pasé adelante.
Todo lo que deseaba era que le leyera fragmentos de mi novela Big Banana, así lo hice. Le leí bastante, pues me pedía que le leyera un capítulo más y otro más. Me dijo que él haría que la novela se publicara en España, para los ciegos. Le dije, qué bien, como dice uno ya automáticamente a tantas promesas no cumplidas. Para mi sorpresa, tiempo después, recibí directamente enviado por la ONCE (Organización Nacional de Ciegos de España) mi novela Big Banana, grabada para ciegos.
Otra experiencia fue en las oficinas de la Misión de Honduras ante las Naciones Unidas, recibimos una visita inesperada, fui yo quien la recibió, se trataba de Dayanira Martínez, quien todavía no era diputada. Avisé al embajador Manuel Acosta Bonilla y él la atendió pero me pidió que le acompañara en su oficina. Y Dayanira llevaba un mar de quejas al embajador: de que no había visto, dicho textualmente así, a nadie de la Misión en el salón en donde ella estaba en el tema sobre los no videntes. A mí me causó gracia pero no a otros compañeros, pues no vieron la necesidad de que ella fuera directamente a quejarse con el embajador en vez de poner sobre aviso a los compañeros. Para calmarla y que hiciera las pases con la Misión le prometí obsequiarle para los ciegos de Honduras la versión grabada de Big Banana que me había enviado la ONCE, misma que, por cierto, tiene en su poder, desde entonces, Marco Rosales, haciendo la versión compatible para Honduras.
También Honduras ocupó el primer lugar en el II Torneo Centroamericano de Ajedrez para Ciegos, que se realizó en Guatemala, con la participación de todos los países de la región. Y también me informó mi corresponsal en Tegucigalpa, la periodista Martha Castelar, que se celebró en Santa Bárbara, Honduras, La semana del no vidente, y uno de los actos fue un partido de fútbol. «Los comentaristas de los programas donde se transmitía (como el de Eduardo Maldonado), decían que deberían sacar a unos dos de esos ciegos y meterlos a la Selección Nacional de Fútbol, porque esos ciegos juegan mejor que nuestras estrellas de la Selección…». Y concluye Castelar: «A mí me fascinó ver el ingenio de ellos, jugando detrás de un balón que no podían ver, sólo lo escuchaban y goleaban bien…Es un buen ejemplo para tantos que tienen todos sus sentidos y nada hacen bien».
No hace mucho asistimos a un concierto de José Feliciano, célebre cantautor y célebre ciego, pues en entrevistas y conciertos es fenomenal con su sentido del humor y siempre tiene chistes sobre los ciegos, sobre sí mismo. Me comentaba Lucy que por un momento olvidó que él era ciego, yo le dije: «No es ciego, es solamente que no ve con los ojos». La felicidad de Feliciano, pez en el agua, pájaro en el aire, es inenarrable. En un receso él no descansó sino que aprovechó para tocar con sus dos hijos, uno de diez y otro de trece años. Al final del concierto no quería irse, se fue de instrumento en instrumento mostrando y demostrando que es músico poro a poro, sabe tocarlos todos.
Impresionado por este ciego que ve, me quedé reflexionando sobre ciegos y videntes. Cayó en mis manos un documental titulado Guitarra mía, que es un tributo a José Feliciano. Allí entrevistan a la madre de José, orgullosísima de su hijo. Dice que ella nunca le tuvo lástima y pedía que nadie se la tuviera. El mismo José cuenta que él temía a que le tuvieran lástima y que por su condición de no vidente convertirse en pordiosero.
Y hoy por hoy José Feliciano es esa gran figura, uno de los guitarristas más grandes del mundo, un ejemplo, se adelantó mucho a su tiempo ya que fue el primero en realizar lo que se conoce como ‘crossover’, que dejó la puerta abierta para nuevos artistas. Al saludar el público, agitado, bañado en sudor, lo vimos de cerca y puede decirse que uno siente la tierna mirada de José.
Nueva York 5 Junio 2006
Roberto Quesada: Escritor y diplomático hondureño, autor de Nunca entres por Miami (Mondadori), y Consejero de la Misión de Honduras ante las Naciones Unidas.