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La moneda, el crédito y el capital financiero

Fuentes: Sin Permiso

«Todas las monedas son símbolos, y su peso o composición no tiene mayor importancia. Lo que de hecho importa es el nombre o el poder de quien la emite». Mitchell Innes, What is money, Banking Law Journal 1913, mayo, p. 32 Para sorpresa de los ideólogos, los Estados Unidos acaban de dar una clase, corta, […]

«Todas las monedas son símbolos, y su peso o composición no tiene mayor importancia. Lo que de hecho importa es el nombre o el poder de quien la emite». Mitchell Innes, What is money, Banking Law Journal 1913, mayo, p. 32

Para sorpresa de los ideólogos, los Estados Unidos acaban de dar una clase, corta, sintética y brillante, sobre la naturaleza del capitalismo y sobre el funcionamiento de sus mercados. Con pocas palabras, el gobierno norteamericano anunció, en esta última semana, la estatización de las dos mayores empresas de financiamiento hipotecario de los Estados Unidos – la Fannie Mae y la Freddie Mac – creadas por el Estado norteamericano, en 1938 y 1970, y después privatizadas, con el objetivo de disminuir los gastos públicos y aumentar la competencia sectorial. Al anunciar su decisión, el secretario del Tesoro norteamericano prometió inyectar hasta 200 mil millones de dólares de los contribuyentes, en las dos empresas que controlan la mitad del mercado de las hipotecas en los Estados Unidos, estimado en 12 billones de dólares. Pero no es sólo esto: en los últimos meses, la Fed (Reserva Federal) financió la compra del Bear Stearns por el J.P. Morgan; creó una nueva línea de financiamiento para firmas externas del sector bancario; y puso a sus «inspectores» a controlar los bancos de inversión. Mientras tanto el Congreso norteamericano aprobaba, el pasado 30 de julio, la Ley para la «Recuperación de la Economía y el Sector Inmobiliario», y discutía una nueva reglamentación rigurosa y detallada del mercado financiero norteamericano, Y ahora, más recientemente, el ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, propuso directamente la creación de una nueva agencia estatal de análisis de riesgo de las empresas privadas. O sea, de todos lados está llegando la misma señal: como dice el diario Financial Times: » en el conflicto perenne entre la política y el mercado, no hay duda, que en este momento, la política está ganando». (1)

En cuanto a esto, los analistas económicos se estrujan la cabeza hace más de un año, sin conseguir explicar la naturaleza, la extensión y el futuro de la crisis hipotecaria norteamericana. Tal vez porque todos comparten, de una forma u otra, la misma tesis del Financial Times: la idea equivocada de que existe un «conflicto perenne» entre la Política y el Mercado. A pesar de que la historia de la formación de los mercados y del capitalismo, apunte en la dirección opuesta, de una solidaridad esencial y originaria entre el poder, el mercado y los capitales privados. Una historia que comienza a mediados del Siglo XIV, con el poder arbitrario de los príncipes que definían de forma soberana el valor de los tributos que tenían que ser pagados por sus súbditos, y al mismo tiempo, definían el valor de la moneda que acuñaban para el pago de sus propios tributos. Asimismo cuando circulaban otras monedas y títulos privados, dentro de su «principado», ellos siempre eran referidos, en última instancia, al valor de la moneda soberana. Este «circuito» inicial se complicó con la expansión de las guerras y la necesidad de los príncipes a recurrir al endeudamiento, creando la deuda pública negociada por los comerciantes-banqueros, en un mercado cada vez más extenso de títulos y monedas. Fue así que nació el capital financiero a través del señoreaje entre las monedas y títulos de las unidades soberanas del mundo Medieval.

El paso siguiente de esta historia ocurrió en los Siglos XVII y XVIII, con el nacimiento de los primeros estados nacionales, y con la «revolución financiera» que cambió el rostro del capitalismo europeo. Esta revolución comenzó en Holanda, en el siglo XVII y se completó en Inglaterra en el Siglo XVIII. Los dos países centralizaron sus sistemas de tributación y crearon bancos públicos responsables de la administración conjunta de la deuda soberana, en la forma de un bono del Estado, y de la deuda privada, en la forma de letras de cambio, que se transforman en la base de un sistema de crédito cada vez más elástico, creativo y diversificado, aunque siempre referido, en última instancia, a la moneda de cuenta nacional. Y no hay duda que la fusión entre esta nueva finanza holandesa e inglesa, a partir de 1689, tuvo un papel decisivo en el fortalecimiento de la victoria colonial de Inglaterra y en la proyección internacional de la moneda inglesa, la Libra, que fue hegemónica en todo el mundo hasta su «casi-fusión» con el Dólar norteamericano, durante el Siglo XX. En una especie de sucesión de «hereditaria», que partió de Holanda y de Inglaterra y se prolongó en los Estados Unidos, manteniendo la supremacía monetario-financiera anglo-sajona, incuestionable durante los cuatro siglos de historia de este sistema mundial, que fue creado a partir de la expansión política y económica de Europa.

Durante el período en que la «moneda internacional» tuvo una base metálica, la Libra y el Dólar también tuvieron una restricción financiera intraspasable, impuesta por la necesidad del equilibrio del Balance de Pagos del país emisor de la moneda de referencia. Pero después del fin del Sistema de Bretton Woods, en 1973, esta restricción desapareció con el nuevo sistema monetario internacional «dólar-flexible», que no tiene ningún tipo de patrón metálico de referencia. En este sentido, se puede decir que hubo una nueva «revolución financiera» – en la década de 1980 – que provocó una especia de retorno a los orígenes de la relación entre el poder, la moneda y el crédito. Los Estados Unidos volvieron a definir, de manera soberana y aislada, el valor de su moneda, pese a que ella ya era la moneda internacional, y también el valor de sus títulos de la deuda pública, no obstante de que ellos se habían transformado en la base de referencia de la propia moneda. Además de esto, el gobierno norteamericano desreguló sus mercados financieros, y con ello liberó la expansión casi infinitamente elástica del crédito, lejos del mundo de las mercancías y del «valor-trabajo», y limitado apenas por la capacidad de tributación y endeudamiento del propio Estado norteamericano, que todavía es un poder en expansión y que gana más poder con el fortalecimiento de su crédito internacional y de su capital financiero.  En este sistema, por lo tanto, no existe un «conflicto perenne» entre la política y el mercado, como piensa la teoría económica convencional. Lo que existe y siempre existió es una «memorable alianza» entre el poder y las finanzas, que estuvo en el origen del capitalismo y del «milagro europeo», según Max Weber, y que sigue moviendo la frontera expansiva del sistema inter-estatal capitalista en este inicio del Siglo XXI.

 Nota:

(1) Plender, J. en Financial Times, 21 de agosto de 2008

 José Luis Fiori, profesor de economía y ciencia política en la Universidad pública de Río de Janeiro, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.