A un lado del ring la mosca, alias cojonera. Al otro, el nuevo emperador, alias el guay. Tras un reñido combate, vence el emperador. La mosca yace en el suelo, aniquilada. El ganador sonríe. Ha vuelto a demostrar su superioridad. ¿Era una mosca? ¿Seguro? ¿No sería Irán, o Corea del Norte? ¿Puede que Irak? ¿Pensaba […]
A un lado del ring la mosca, alias cojonera. Al otro, el nuevo emperador, alias el guay. Tras un reñido combate, vence el emperador. La mosca yace en el suelo, aniquilada. El ganador sonríe. Ha vuelto a demostrar su superioridad.
¿Era una mosca? ¿Seguro? ¿No sería Irán, o Corea del Norte? ¿Puede que Irak? ¿Pensaba Obama en el insecto o más bien en Chávez o Castro? ¿Estaba la mosca contratada o era realmente espontánea? Y, a todo esto, ¿qué opinan sus numerosos asesores de imagen? Los de Obama, se entiende. De los de la mosca nunca sabremos nada, me temo.
Si eres emperador no puedes matar una mosca ante las cámaras sin esperar que millones de personas hablen de ti. Posiblemente la matas porque eres emperador y muestras orgullo después. Para que sepan que no vacilas, que aplastarías así a cualquiera que llegara a importunarte. Si eres emperador…
Ése es el problema. No puedes ser una persona decente, salvo que lo primero y lo único que hagas como emperador sea liquidar el imperio, claro. Pero tú no estás ahí para eso, sino para lo contrario, para que haya imperio para rato. Ésa es tu función y una mosca no va a distraerte.
Pero hay un problema: en el imperio hay más moscas. Una de ellas osó desafiar al emperador cuando desplegaba su halo de poder ante otro icono del imperio, la televisión. Pero no estaba sola, miles, millones de moscas tomaron su relevo a lo largo y lo ancho del planeta y serán más y más. Un imperio es, entre otras cosas, un criadero de moscas. Los imperios pasan, las moscas permanecen. Terminan por ser tantas que devoran al imperio. Los emperadores deberían saberlo ya.
Quizás Obama lo sabe y por eso actuó así. Aviso para moscas: no me rindo, he venido para reformar el imperio y manteneros a raya. A los imperios siempre les parece que los que no se arrodillan ante ellos están a tiro y merecen ser tiroteados. Existir al margen del imperio es ya inaceptable.
¿Qué habría hecho Bush en esa misma situación? Puede que hubiera detenido su mano por aquello del qué dirán. Obama, en cambio, ha sido rotundo. Él no vacila, habrá sido pobre y será negro, pero es el emperador. Incluso hay algunos malvados que dicen que es el emperador porque es negro y fue pobre. La mosca siempre fue pobre y no quería ser emperatriz. Sólo mosca.
Obama no la quería mosca. Obama no quiere moscas. No quiere que nadie vuele libremente y distorsione con el sonido de sus alas el bello discurso de la nueva América salvadora del mundo. Obama no tratará a las moscas como Bush, no por lo menos al principio del mandato, pero pretende lo mismo que Bush: mantenerlas bajo control. Mantenernos bajo control, porque yo también soy mosca y tú y aquélla de allá. Moscas cuya vida no vale nada frente al imperio. Moscas prescindibles, eliminables si molestamos a los que rigen los destinos del imperio y la vida de sus súbditos. Pero también pesadas, obstinadas, que pasaremos el testigo de unas a otras hasta que alguna de nuestras descendientes acabe con el último emperador. Obama lo sabe y por eso disparó primero.