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El director británico Mike Leigh consigue el León de Oro por una inteligente e incisiva película sobre los dilemas del aborto

La Mostra reparte con justicia sus premios entre las excelentes ‘Vera Drake’ y ‘Mar adentro’

Fuentes: El Mundo

>Es muy rara la circunstancia de que los cronistas, informadores y críticos que cubren los festivales aplaudan y celebren unánimemente los premios que conceden los frecuentemente incomprensibles politiqueros o complacientes jurados. Acaba de ocurrir en la clausura de esta edición de la Mostra. Ninguna discrepancia entre el público, ningún abucheo, ningún escándalo ante las decisiones […]

>Es muy rara la circunstancia de que los cronistas, informadores y críticos que cubren los festivales aplaudan y celebren unánimemente los premios que conceden los frecuentemente incomprensibles politiqueros o complacientes jurados. Acaba de ocurrir en la clausura de esta edición de la Mostra. Ninguna discrepancia entre el público, ningún abucheo, ningún escándalo ante las decisiones del muy razonable jurado que presidía John Boorman. Y esos galardones se han repartido equitativamente entre la inglesa Vera Drake y la española Mar adentro, cine rebosante de lucidez, fuerza expresiva y sentimiento, dos películas que hablan con lenguaje poderoso y sensible de temas tan problemáticos, amenazados por la demagogia y anatemizados por la iglesia católica como el aborto y la eutanasia.

  Mike Leigh, retratista penetrante y especializado en los pequeños o grandes dramas cotidianos de gente de la clase obrera forzosamente marginal, director que siempre consigue transmitir sensación de verdad, sentido crítico, compromiso y complejidad, narra en la terrible Vera Drake la ancestral dedicación en el Londres de 1950 de una madre, esposa y vecina ejemplar a la clandestina y peligrosa actividad de hacer abortar con métodos rudimentarios pero eficaces a las angustiadas embarazadas que precisan de su ayuda, mujeres que no tienen dinero o respetabilidad para ingresar en una clínica para que les quiten higiénica y científicamente esos hijos que no desean.

Esta abortista funciona por humanidad e instinto, sin racionalizar lo que hace, sin sentimiento de culpa o de transgresión aunque se lo oculte a su familia, sin manifiestos feministas, sin mezquinas motivaciones económicas, con la única convicción de que está ayudando a solucionar un problema muy duro a desconocidas que se sienten acorraladas. Con una de ellas falla su metodología y está a punto de palmarla. Es delatada. Este ser inocente y generoso tendrá que asumir de la justicia y ante su estupefacto e indignado entorno familiar y social que se ha comportado como una delincuente y sufrir el rechazo moral de lo establecido.

Mike Leigh nos remueve muchas y delicadas fibras emocionales, describe los claroscuros y las contradicciones que a veces existen entre causa y efecto, la hipocresía de la doble moral cebándose en el adecuado chivo expiatorio. Si todo resulta veraz y perturbador en esta película, una responsabilidad notable de ello se apoya en la admirable interpretación de Imelda Staunton. Su personaje solidario, pragmático y vulnerable, esa voluntaria asistente social sin carné ni legitimación que no puede comprender que la opinión pública y su propia gente determinen que ha sido un monstruo, adquiere grandeza pragmática con la sutil, contenida y sugerente creación de esta actriz con rostro y actitud de no haber roto nunca un plato.

El premio especial del jurado a Mar adentro y la Copa Volpi a ese lujazo de actor llamado Javier Bardem, también resultan difícilmente contestables si aplicamos criterios racionales y sensitivos.Alejandro Amenábar despliega talento y sensibilidad extremas en una historia en la que cree, la de un enfermo incurable que reclama su derecho a irse por propia voluntad al otro barrio.

El reto de que el espectador comparta durante dos horas, las vivencias, los sueños, los recuerdos, los amores, las amistades, los vaivenes anímicos, las incertidumbres, las certidumbres, la soledad, la desesperación de alguien que paradójicamente tiene ansia de vida y de muerte y que está paralizado en una cama, lo supera Amenábar con intimismo, poética y contagio de primera clase. La composición que hace Javier Bardem de ese suicida que siente pasión por la vida es tan inteligente como conmovedora.Bardem puede y sabe elegir papeles con cuerpo y alma, pero ya pertenece a esa categoría de histriones que hacen imposible que su interpretación no sea buena en cualquier película, alguien con una presencia, una entrega, una credibilidad, una humanidad y un atractivo que justifican que pases por taquilla por el exclusivo placer de verle y oírle en la pantalla.

Lo único que no puedo entender de este palmarés modélico es que hayan otorgado el título de mejor director al coreano Kim Ki-duk.Admito que está de moda entre los modernos de élite, pero a mí me resulta cargante y absurdo a partes iguales. Desconozco los méritos que acompañan la realización de Binjip, en las que siguen los pasos de una hermética y surreal pareja de niñatos que ponen cara de sufrimiento interior mientras que se dedican a ocupar casas ajenas sin el permiso de los dueños. Es la tercera marcianada que sufro de este director tan coqueto. No pillo el misterio de su arte, a pesar de que gente a la que respeto intente en vano revelármelo. Me ocurre con él todo lo contrario que con Leigh y con Amenábar. Sé de qué me están hablando y además me fascinan, me implican, me emocionan.