Después de varios años sujetos a críticas de parte de organismos civiles internacionales, el FMI y el BM han asumido que llegó el momento de explorar caminos distintos. Como siempre, la pregunta es qué países, o bloques de países, serán beneficiados con la reforma propuesta
En la última década, la legitimidad de las acciones y políticas recomendadas e instrumentadas desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) fueron cuestionadas desde varios frentes: organizaciones civiles, la academia y algunos gobiernos. Ahora las dudas surgen de un ámbito poco esperado. Los propios organismos financieros multilaterales han llegado a la conclusión de que están perdiendo relevancia. Este fue uno de los temas que ocupó parte de la discusión en la asamblea anual de gobernadores, celebrada el 24 y 25 de septiembre en la capital estadunidense.
El FMI, encabezado anteriormente por el francés Michel Camdessus, no escatimó elogios para las reformas de la primera mitad de la década pasada aplicadas en países como Argentina y México, procesos que llevaron a crisis profundas a ambos países, sin duda con mayor impacto en el primero. Los organismos internacionales suministraron sin medida fondos a Rusia, que después fueron transferidos por el grupo cercano al entonces presidente Boris Yeltsin a cuentas privadas en un banco de Nueva York. Y acciones similares se repitieron en el sureste de Asia y en Turquía en los últimos años.
La pérdida de legitimidad de las políticas diseñadas por los organismos que surgieron de los acuerdos de Bretton Woods al final de la Segunda Guerra Mundial, que entre sus objetivos plantearon ayudar a los países a evitar errores de política económica y contribuir a la reconstrucción y la estabilidad económica general, estuvo en el centro de las protestas civiles que acompañaron varias de sus reuniones previas, ya fuera en Praga o Washington. De algún modo, esa presión social, apuntalada también desde la academia e incluso por la fama pública de algunos de sus funcionarios -ejemplo típico puede ser la serie de conferencias y libros publicados por Joseph Stiglitz, ex vicepresidente del BM- contribuyó a crear alguna sospecha y hasta a tratar de matizar el énfasis de algunas de sus políticas.
Por ejemplo, los informes anuales del BM de los siete u ocho últimos años hacían énfasis en temas de eficiencia económica o de profundización de la reforma estructural como caminos para reducir la pobreza, meta principal del Banco. Llama la atención que el informe de este año se enfoque en la equidad de las oportunidades y critique los obstáculos que las elites económicas de los países imponen a la reducción de la desigualdad.
Este año, Paul Wolfowitz, nuevo presidente del Banco, planteó que el desarrollo sostenible depende del «liderazgo y la rendición de cuentas, la participación de la sociedad civil y de las mujeres». Identificó estos factores como el «cuarto pilar» del desarrollo, junto con el trabajo, el capital y la tecnología.
Rodrigo Rato, director gerente del FMI desde mediados de 2004, planteó en esta reunión la necesidad de que el organismo adapte su actuación a nuevas condiciones. «El tamaño, la velocidad y el alcance de los choques a través de los mercados desarrollados y emergentes se han incrementado», comentó Rato. «La integración de los mercados de capital ha permitido a algunos países mantener un amplio desequilibrio de su cuenta corriente, mientras otros han logrado diversificar sus activos o asegurarlos contra crisis por medio de la constitución de reservas de divisas.» La integración de los mercados de capital plantea mayores dificultades tanto a los gobiernos como a los organismos internacionales, consideró.
Claro ejemplo puede ser Estados Unidos, con un creciente déficit de cuenta corriente, que este año llegará a 6 por ciento del producto interno bruto, según previsión del propio FMI. Esto significa que los estadunidenses gastan 700 mil millones de dólares (casi el PIB de México) más de lo que produce. El déficit es financiado sobre todo por China, país que ha logrado acumular gran cantidad de reservas y que las utiliza para comprar bonos de deuda del Tesoro estadunidense. La pregunta es qué ocurrirá cuando esa cadena se rompa.
«El FMI se tiene que adaptar. Claro que el Fondo ha estado por mucho tiempo profundamente involucrado en plantear las reformas que requiere la globalización. Mucho trabajo se ha realizado desde mediados de los años 90 para enfrentar el masivo movimiento de capitales a través de las fronteras. Pero esas responsabilidades han aumentado, absorbiendo recursos y no siempre atendiendo las necesidades de los miembros del Fondo de la manera más eficiente.»
Rato, ministro de Economía en el gobierno del Partido Popular de José María Aznar en España, ha planteado una reforma del FMI, que dará a conocer en los siguientes tres meses y cuyo fin es, precisamente, poner la institución en un papel más protagónico. Para el efecto, ha recibido el respaldo de los gobiernos del Grupo de los Ocho países más ricos, la voz cantante en el organismo.
«El Fondo se ha convertido en un barco sin timón, a la deriva en medio de un mar de liquidez», definió Barry Eichergreen, un académico de la Universidad de Berkeley, que participó en un seminario organizado por el Instituto de Economía Internacional, en el marco de la reunión del FMI y el BM. La afirmación refleja un poco el sentimiento prevaleciente respecto de la capacidad que tendrán ambas instituciones para enfrentar los temas que se plantearán en los siguientes meses. «Rato está más bien aburrido, melancólico por regresar a un puesto importante en la política española y ha delegado los temas importantes a Anne Krugger (la número dos del FMI)», comentó en un artículo la publicación Emerging Markets.
Para muchos bestia negra del aparato de dominación de la economía mundial, el FMI es uno de los organismos públicos de mayor membresía en el mundo y también ente con instancias de coordinación de la política internacional. Por tanto, su papel no es irrelevante en muchos casos.
La reunión dejó clara la preocupación por dos temas: el precio del petróleo se mantendrá alto en los siguientes meses, más arriba incluso en 2006 de lo que ya ha estado este año y ello tendrá un efecto adverso en la economía mundial, que ha gozado de estabilidad y crecimiento en los dos años previos. Están también los déficit fiscal y externo de Estados Unidos, que quizá tiendan a crecer por la reconstrucción después de los huracanes, a pesar de los ofrecimientos públicos del presidente Bush de ponerles un dique. En este entorno, el FMI puede ser protagónico, como desea Rato, o bien, tener un papel secundario para atestiguar las estrategias que se diseñan en los despachos de los gestores de fondos de inversión en Nueva York, Londres o Hong Kong, que están fuera del escrutinio público en la economía global