De acuerdo con un comunicado difundido por Reuters, publicado por La Jornada el viernes pasado, Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México (BdM), dijo el miércoles pasado que México tiene margen para usar hasta 20 mil millones de dólares de sus reservas internacionales sin poner en riesgo la economía e incluso para mejorar su capacidad […]
De acuerdo con un comunicado difundido por Reuters, publicado por La Jornada el viernes pasado, Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México (BdM), dijo el miércoles pasado que México tiene margen para usar hasta 20 mil millones de dólares de sus reservas internacionales sin poner en riesgo la economía e incluso para mejorar su capacidad crediticia. La acumulación de reservas internacionales de México ha visto máximos históricos y ronda en el presente los 67 mil millones de dólares.
Ortiz dijo que no estaba proponiendo al gobierno el uso de las reservas para pagar la deuda externa y enfatizó: «las cuentas del país requieren un superávit fiscal para liberar el efectivo necesario para la compra de dólares al banco central». Si él siente que debe hacer tal aclaración al gobierno, es que se ha sumado a la amplia corriente de ciudadanos que ven una peligrosa escasez de neuronas por el rumbo de Los Pinos.
Según el gobernador del Banco de México, las reservas tienen un costo para el gobierno de 4.5 por ciento anuales, mientras la deuda externa del país cuesta cerca de 5.7 por ciento en intereses. La operación, en sí misma, aparece obviamente ventajosa, pero, como ha venido ocurriendo desde algunos años, las autoridades de BdM y el Ejecutivo tienen diferencias a veces sustanciales, que no ventilan a la luz pública, y menos con la transparencia que una sociedad que se supone democrática requiere.
«Una fuente cercana a la operación», según Reuters, «dijo que México ofrecerá recomprar deuda externa denominada en dólares estadunidenses, libras y euros a través de diversos instrumentos y por un volumen total de cerca de 30 mil millones de dólares. La oferta cubriría 25 instrumentos con vencimientos que van del 2007 al 2033.»
Ortiz señaló en Londres que México está en la posibilidad de llevar a cabo la operación referida, pero dijo también que no está proponiendo al gobierno mexicano que la lleve a cabo, al menos en los términos en los que él imagina que la puede entender el Ejecutivo. Para el ciudadano común Guillermo Ortiz dijo: sí, pero no; a lo mejor, quién sabe, ya ve usted cómo están las cosas, así que de eso, ni hablar. ¡Así de claro!
No obstante, según el propio gobierno del BdM sí le estaría proponiendo la operación, pero se niega a llevarla a cabo, según el subsecretario de Hacienda, Alonso García Tamés, quien afirmó ayer que no se puede pagar deuda externa con las reservas internacionales del banco central. Si hay superávit fiscal, indicó, el próximo gobierno decidirá qué hacer con él. Es decir, García Tamés sí entendió a Guillermo Ortiz. Por supuesto, los funcionarios financieros no se toman la molestia de poner en un lenguaje adecuado para todos los ciudadanos las arcanas expresiones financieras.
Ocurre con estas operaciones que involucran miles de millones, lo mismo que ocurre con los excedentes petroleros: ¿dónde están?, ¿cuál fue su destino?, ¿es asunto exclusivo de los funcionarios financieros?, ¿no se trata acaso de un patrimonio que es propiedad de la nación y, por tanto, del conjunto de la sociedad?
El titular de la deuda pública externa es el gobierno federal. Pero las reservas de divisas las tiene en su poder el BdM. Para redimir deuda externa el gobierno tiene que comprárselas al banco central, y para ello es menester que genere un su-perávit fiscal.
Sin cambios en la estructura y monto de los ingresos del gobierno, el superávit fiscal sólo puede alcanzarse mediante la reducción del gasto público, en este caso hasta por 20 mil millones de dólares. Puesto que una operación del tipo referido es de una sola vez, es posible jerarquizar el gasto de modo de afectar lo mínimo los programas sociales, probablemente posponiendo para un siguiente ejercicio alguna obra pública de gran magnitud (por supuesto, esto afecta la generación de empleos en el corto plazo), pero la recomposición de la deuda y el ahorro de intereses implican también miles de millones, tema del que no nos muestran ninguna estimación los soberanos dioses olímpicos de las finanzas.
Por supuesto, si todas las cartas fueran puestas sobre la mesa, podríamos saber el efecto a largo plazo de los ahorros provenientes del rescate de deuda en el que está interesado Ortiz. Podríamos opinar cómo debieran usarse esos recursos. ¿Qué tal si ponemos una parte sustantiva de esos ahorros en la inversión educativa y la investigación científica y tecnológica, que es, con mucho, la inversión estratégica de mayor importancia para el futuro del país?
Pero ocurre que, debido al bajo nivel medio educativo del país, los dioses financieros son soberanos absolutos, sin que nadie haya puesto en ninguna urna un solo voto a favor de los dueños de las reservas. Hacen, por tanto, lo que entienden como el perfecto deber ser en materia financiera -léase un alineamiento absoluto con otros dioses financieros aún más poderosos que habitan el Olimpo cuyo domicilio fiscal puede usted hallar en Wall Street.
Guillermo Ortiz podría dejar de cantinflear y darnos buenas razones. Y Hacienda, también.