El iraquí Alaa Hassan, colaborador de IPS, fue asesinado en Bagdad cuando se dirigía a su trabajo el miércoles pasado. Tenía 35 años. Deja a su madre, cinco hermanos y cinco hermanas y a su flamante esposa, embarazada de su primer hijo. Alaa no fue asesinado por ser periodista. De hecho, apenas había comenzado a […]
El iraquí Alaa Hassan, colaborador de IPS, fue asesinado en Bagdad cuando se dirigía a su trabajo el miércoles pasado. Tenía 35 años. Deja a su madre, cinco hermanos y cinco hermanas y a su flamante esposa, embarazada de su primer hijo.
Alaa no fue asesinado por ser periodista. De hecho, apenas había comenzado a colaborar con IPS recolectando información. Cuando hombres armados lo emboscaron y ametrallaron su automóvil fue simplemente por estar en mal lugar y en mal momento, una manifestación más de la violencia que se ha tragado a Iraq desde que fue invadido por Estados Unidos, en marzo de 2003.
El mismo día en que Alaa fue asesinado, la agencia de noticias Reuters reportaba otros 11 incidentes violentos en ese país, incluyendo coches bomba que mataron a trabajadores en Baquba, 50 kilómetros al noreste de Bagdad, y a tenderos en el distrito bagdadí de Shia Qadamiya.
Al menos cuatro policías y un soldado estadounidense murieron en diferentes ataques. En Baquba, el ejército de Estados Unidos admitió haber matado a un «no combatiente» en una redada a una casa de familia.
La mayor parte de las personas muertas ese miércoles 28 de junio –como las decenas de miles de civiles iraquíes que han muerto en los últimos tres años– pasarán a formar parte de las estadísticas. Como conocíamos a Alaa, podemos contar su historia.
Alaa vivía en el vecindario de al-Tajiyyat, en el noreste de Bagdad, cerca del río Tigris, en unas viviendas reservadas para empleados del Ministerio de Industrias cuando era presidente Saddam Hussein (1979-2003). Administraba el inventario de una tienda de artículos para oficinas en la calle Mutanabbi, la zona del famoso mercado de libros de la capital iraquí.
Su casa estaba al lado de lo que había sido una fábrica de electrónica, y cruzando la calle se encontraba la antigua sede del Instituto de Estudios Árabes y Nacionales sobre Petróleo. Ambas instalaciones fueron saqueadas tras la invasión estadounidense en 2003. Más tarde, la fuerza ocupante las convirtió en bases militares. Por tanto, el vecindario de Alaa era frecuentemente bombardeado por la resistencia.
El único camino entre su casa y el centro de Bagdad es el puente al-Muthana sobre el Tigris, sitio habitual de ataques insurgentes. Debido a una curva y a un puesto de control policial, cada vehículo que cruza el puente debe disminuir la velocidad. Muchas veces por semana muere gente allí.
Cuando Alaa cruzó el puente, hombres armados le dispararon con ametralladoras. Recibió seis impactos. Otro pasajero fue gravemente herido.
Ese mismo día, se había quejado de tener que cruzar el puente. Poco antes, su amigo Abu Laith fue muerto en el mismo lugar. «Volvía a casa desde el trabajo, y alguien apareció y lo mató», había dicho Alaa.
«Sé que es peligroso salir de casa. Pero, ¿qué puedo hacer? Debo seguir viviendo», le dijo por teléfono a su hermano Salam.
Alaa estaba siempre en peligro. «Los americanos (estadounidenses) construyeron una base frente a mi casa, donde había un instituto gubernamental, y otra al lado, en la fábrica al-Karrama», relató a su hermano.
«Cuando salimos, los americanos están en la puerta de calle. El muro de su base está frente a la casa. Ya no es seguro ir hasta la calle principal, a medio kilómetro de distancia».
Alaa Hassan nació cerca de la antigua ciudad de Babilonia, en el centro del país, en una familia de 11 hermanos. Su madre era ama de casa y su padre empleado de los tribunales. Ya joven se mudó a las afueras de Bagdad y se empleó como programador de computadoras en el Ministerio de Industria.
Se caso en 2000. Durante el régimen de Saddam Hussein, nadie podía casarse (o abrir una tienda o un negocio) sin un certificado de buena conducta. Pero aparentemente Alaa se casó sin seguir los procedimientos. Alguien denunció el incumplimiento al gobierno, y Alaa fue encerrado en un centro de torturas durante nueve meses.
«La familia tuvo que pagar un soborno para encontrarlo», recuerda Salam. «Lo tenían encerrado en un almacén cerca de la escuela de derecho. Le golpeaban las manos y el cuerpo. Tenía hematomas por todas partes».
Salam recuerda haberlo visitado en ese lugar. «Era un gran almacén con muchos cuartos en el piso superior. Las torturas se practicaban en un área abierta para que los demás prisioneros pudieran verlas. Finalmente decidieron llevarlo a juicio. Lo sentenciaron a 25 años de prisión, pero pagamos un soborno y redujeron la pena a tres».
Alaa cumplía su sentencia en la infame prisión de Abu Ghraib, entre criminales peligrosos y presos políticos. Allí permaneció hasta poco antes de la invasión estadounidense en 2003, cuando Saddam Hussein anunció una amnistía general.
Alaa salió de prisión traumatizado. Se divorció de su esposa y regreso a Babilonia.
Vivió con su familia hasta tres meses después de la caída de Saddam. Entonces decidió buscar trabajo nuevamente. Cuando un primo le consiguió un empleo en una papelería en la calle Mutanabbi, regresó a Bagdad.
Volvió a casarse tres meses antes de morir. La semana pasada apenas se había enterado de que su esposa estaba embarazada.
Como ocurre a muchas familias de víctimas de la violencia iraquí, la de Alaa tuvo dificultades para celebrar su sepelio y su entierro. Cuando uno de los hermanos llamó a la morgue de Bagdad para recuperar el cuerpo, un empleado le advirtió que no fuera porque el área estaba controlada por insurgentes.
Entonces, sus familiares y amigos se reunieron y, todos armados, caminaron hasta el depósito de cadáveres bajo fuego. Cuando llegaron, debieron caminar entre los muertos para encontrar el cuerpo de Alaa.
Lo enterraron el miércoles en la ciudad sagrada de Nayaf, centro del país. Fue una travesía difícil, porque las carreteras no son seguras. Los familiares consiguieron que milicianos del Ejército Mahdi, del clérigo chiita Muqtada al-Sadr, los escoltaran en la autopista y durante el funeral.
La familia de Alaa observará el luto tradicional de 40 días en su hogar de Babilonia. Todos sus parientes se están mudando de Bagdad.
«Las consecuencias de las personas muertas permanecerán en el futuro de Iraq, pues todas tienen familias. La nueva generación crecerá sin padres», dice Salam. «Si esto sigue por otros tres o cuatro años, cada familia de Iraq será afectada por esta guerra. Nos torcerá el rumbo, y será muy difícil volver el país a la paz».
*El autor y Alaa Hassan informaron de la creciente violencia y las divisiones sectarias en Basora, en el sur del país, sobre graves hechos ignorados en la occidental localidad de Haditha, bombardeada por el ejército de Estados Unidos el año pasado, y sobre las reacciones locales al asesinato en junio de Abu Musab al-Zarqawi, el jordano que lideró la red Al Qaeda en Iraq.