Los medios se han llenado de «opiniones personales». No hay programa o periódico que no cuente en sus diarias ofertas con la «opinión personal» de alguno de sus entrevistados habituales. Y esa constante apelación a resaltar las opiniones propias como personales, en mi personal opinión sólo puede deberse a que los declarantes también disponen de […]
Los medios se han llenado de «opiniones personales». No hay programa o periódico que no cuente en sus diarias ofertas con la «opinión personal» de alguno de sus entrevistados habituales.
Y esa constante apelación a resaltar las opiniones propias como personales, en mi personal opinión sólo puede deberse a que los declarantes también disponen de opiniones no personales, esas que son ajenas, que se suponen inducidas y se diferencian de las primeras en que no necesitan titularse como propias.
Aunque la comunidad científica todavía lo ignore, al parecer, nuestro cerebro dispone de dos espacios perfectamente delimitados para albergar las opiniones. Uno de los depósitos sirve para generar las personales y el otro se ocupa de almacenar aquellas de las que nos apropiamos.
En una sociedad en la que todo el mundo opina lo mismo y, lo que es peor, lo opina de la misma forma, lo único que nos permite diferenciar una opinión de otra es esa coletilla que subraya la autoría del juicio, la responsabilidad de la opinión. De ahí que haya opiniones a secas y opiniones personales.
Lo que no acabo de entender es… ¿personal de quién?