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La oposición venezolana, el virus del antiespíritu de cuerpo y la terapia de realidad

Fuentes: Rebelión

Acabo de , de manera no oficial, las elecciones parlamentarias en Venezuela. Hacía siete años que no viajaba a ese país. La última vez había ido para las presidenciales de 1998, cuando Hugo Chávez se hizo con la presidencia. Los fuertes aguaceros del día electoral me hacen echar mano a una frase manida: ha llovido […]

Acabo de , de manera no oficial, las elecciones parlamentarias en Venezuela. Hacía siete años que no viajaba a ese país. La última vez había ido para las presidenciales de 1998, cuando Hugo Chávez se hizo con la presidencia. Los fuertes aguaceros del día electoral me hacen echar mano a una frase manida: ha llovido mucho desde entonces y, en el pueblo venezolano -no en las élites del acuerdo de Punto Fijo de 1958- ha crecido vigorosa la democracia.

Bien es sabido que ni los pueblos ni las personas nacen demócratas, se hacen demócratas. En Venezuela observé un fenómeno sumamente curioso: por un lado el pueblo, una aplastante mayoría de sus ciudadanos, parece concordar en que es más conveniente vivir bajo el imperio de las leyes sancionadas por la mayoría y están dispuestos a convivir en un clima de tolerancia, negociación y pacto social; y por el otro, unas élites políticas de oposición -a las que hasta hace muy poco creíamos demócratas convencidos que, una vez desplazadas del poder, han demostrado que no estaban adecuadamente educadas en el sacramento de la urna, la persuasión y la tolerancia- que se resisten a comprometerse con las reglas del juego democrático y -lo que es peor- conspiran con un gobierno extranjero para desconocerlas y sabotearlas.

Cabe la pregunta: ¿ Cambiaron tanto los políticos venezolanos que hoy están en la oposición y apoyan la violencia y el golpismo ? Definitivamente no. Lo que sucede es que antes eran los que mandaban y no se sentían para nada obligados a obedecer la ley ni a escuchar a los ciudadanos de a pie. No eran administradores asalariados, sino elementos que gobernaban con total insolencia antidemocrática. Ahí está el corazón del problema: para que la democracia funcione en Venezuela, para que pueda surgir una mentalidad social hospitalaria con la ley y la libertad, es imprescindible variar totalmente la actitud de los partidos políticos de oposición, de las televisoras privadas que actúan como partidos y -por qué no- algunas posturas de los partidos que integran el gobierno.

En Venezuela parece estarse dando un proceso inédito en el contexto latinoamericano: el venezolano de a pie -el del 80 % que estaba sumido en la pobreza en uno de los países más ricos del mundo- comienza a percibirse como el dueño y señor de su país que, por primera vez, ejerce la soberanía. Comienza a prevalecer en el pueblo venezolano una reflexión básica sobre el modo en que la mayoría quiere que se conduzcan los negocios comunes y sobre el imperio incuestionable de las reglas del juego, actitudes que debemos celebrar, pues sólo así será posible en ese atribulado país la vigencia del Estado de Derecho.

Le pregunté a un intelectual de derecha, en mi opinión una de las cabezas mejor cultivadas de Venezuela: -cuyo nombre me reservo por que así me lo pidió expresamente- ¿ Será posible que los tanques vuelvan a avanzar hacia Miraflores ? Y me contestó: «la inmensa mayoría de los venezolanos siente ahora que el Estado le pertenece; de manera creciente acata y respeta las reglas del juego democrático y en muchos casos por primera vez se sienten que son gobierno. Mientras esto sea así -y los chavistas no caigan en los mismos errores y corrupciones de las élites pasadas- es muy difícil que los tanques avancen hacia Miraflores. Y si avanzaran, no dudes en que el pueblo saldrá a detenerlos con los puños si es preciso». Y concluyó melancólicamente: «No hay nada que hacer».

No me detendré en los resultados electorales pues el chavismo, como confirmaban todas las encuestas -incluso una encuesta secreta realizada por la CIA- alcanzó unos 150 curules en la nueva Asamblea Nacional. En Venezuela, la oposición -al menos la asociada con el golpismo, con la violencia y con la antidemocracia- está recibiendo una Terapia de Realidad parecida a la que Glasser diseñó, en su momento, para tratar a los delincuentes. Nada de oscuras coartadas freudianas al estilo del puntofijismo. Nada de permitir que transmitan a otros sus propias responsabilidades, o mejor irresponsabilidades.

Sin embargo, ya en el avión, de regreso a casa, leía unas declaraciones de María Corina Machado de la organización opositora «Súmate» -un compañero de vuelo me porfió tercamente que la organización se llama «Réstate»– que decía: «Con estos resultados hay menos democracia en Venezuela, hay un Parlamento unipartidista, la Asamblea está herida de ilegitimidad».

De nada servirán los llamados a la cordura y a la oposición responsable que les lanza Chávez, si en los opositores no se produce eso a lo que los curas de la infancia llamaban «propósito de enmienda», y francamente, todavía, en esta visita a Venezuela no he apreciado síntomas de que ese milagro interior esté a punto de ocurrir. Más bien las élites opositoras tercamente insisten en el terror, digo en el error.

Bien. Aquí cabe la pregunta: ¿ Por qué los líderes de los partidos de oposición tienen ese comportamiento suicida ? Creo, sinceramente, y quisiera compartir con los lectores mi preocupación: la oposición venezolana está contagiada con el virus del antiespíritu de cuerpo. Los norteamericanos -que realizan una investigación de todo, o de casi todo- conocen este virus y lo han descrito magistralmente. Se trata de una fuerza centrífuga irresistible que conduce a la disgregación de toda estructura que resulte claramente repudiada por la sociedad, en la que sus dirigentes han perdido la autoridad moral, y en la que su discurso carece de cualquier clase de relación con la verdad o la virtud.

El Presidente Chávez, luego de ejercer el derecho al sufragio el domingo expresó: «este nuevo fracaso de la oposición obedece a que los venezolanos estamos inmunizados contra ese veneno, contra el intento de sabotearnos por la vía del retiro de algunos partidos y la vía violenta…». Bien vale la pena -digo yo- que el gobierno bolivariano instituya el programa Barrio Adentro XL, para vacunar -con el antídoto correspondiente, es decir con Terapia de realidad– a esa oposición rabiosa y descuerpada, que gústenos o no, también necesita la democracia venezolana.