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En torno a las causas de las protestas violentas de la oposición

La oposición venezolana y el «miedo a la libertad»

Fuentes: Rebelión

1 . Los avances sobre el capitalismo engendran la reacción del fascismo Un intento de ordenar explicativamente el origen social de las protestas violentas en contra del Gobierno de Nicolás Maduro, podría partir de una revisión del contenido ideológico de las mismas, y en particular de su origen sociocultural. Haciendo un ensayo de interpretación sobre […]


1 . Los avances sobre el capitalismo engendran la reacción del fascismo

Un intento de ordenar explicativamente el origen social de las protestas violentas en contra del Gobierno de Nicolás Maduro, podría partir de una revisión del contenido ideológico de las mismas, y en particular de su origen sociocultural. Haciendo un ensayo de interpretación sobre este tema podríamos nos planteamos los siguientes elementos como parte de un escenario de interpretación.

El país ha presenciado en los últimos años el mejoramiento de las condiciones de vida de las clases populares, al costo de establecer regulaciones que, indirectamente, funcionan como imposición de restricciones de consumo para las clases medias. A pesar de que tenemos una economía doméstica de ingresos regularmente altos, y que el aporte del Estado para hacer accesibles a la población los insumos básicos es fundamental, la dependencia de las importaciones y las restricciones sobre el dólar tienden a encarecer los bienes primarios (subsidiados por el Estado) y de consumo suntuario. Esto impacta negativamente en las expectativas de consumo de una clase media que también se ha beneficiado de la mejoría en la distribución del ingreso.

Como complemento de esto, en el país se vive una lucha de clases que tiene una forma especial dado el carácter rentista de nuestra economía, lo cual se relaciona con que las fuerzas productivas son escasamente eficientes y altamente dependientes del Estado en su papel de redistribuidor. Esto se traduce en una lucha social – en todos los niveles, y con carices progresivos y regresivos – por la apropiación privada de la renta, y en un plano político-partidista, se convierte en una competencia por el derecho autoritario a la asignación de la misma.

De este modo, el conflicto que hoy día explotan los detractores políticos de la revolución, está fundado en la frustración de las clases medias, beneficiadas por las políticas socioeconómicas de la Revolución pero ideológicamente afines a la sociedad de consumo; al lado del mejoramiento de las condiciones de vida de las clases populares, que cuentan con mayor respuesta a sus necesidades, así como con mayor representación y oportunidades de participación política. En una sociedad estratificada no sólo por el nivel de circulación de capital, sino – simbólicamente – también por el nivel de consumo, el progreso de las condiciones de vida de las clases populares y el aparente estancamiento de las clases medias (representado por la imposibilidad de acceder a condiciones de libre mercado) genera un conflicto fundamental que ha funcionado como detonante de la confrontación partidista en los últimos años.

De hecho, las acciones tomadas por agentes privados, y que apuntan a generar inflación y desabastecimiento, están dirigidas a debilitar la confianza de las clases populares en el Gobierno y a aumentar el rechazo de las clases medias hacia las medidas de regulación económica. En el discurso político de la oposición esto se ha traducido en un conjunto de exigencias políticas irrisorias (basadas en problemas de interpretación más que en hechos), a lo cual se suma explícitamente la demanda de flexibilizar el control cambiario. Con ello se busca dirigir el conflicto básico en contra de la estabilidad del gobierno, reafirmada por la vía electoral, pero ahora retada nuevamente por acciones de calle que claramente se han deslindado de las vías democráticas y constitucionales.

Lo significativo para nosotros es que este conflicto esencial – el resentimiento de las clases medias contra las clases populares, originado en el mejoramiento de las condiciones de vida de éstas, y en el estancamiento de las oportunidades de consumo simbólico de las primeras – es que la respuesta política de la oposición, disfrazada como una lucha por la libertad, está generando precisamente lo contrario. En otras palabras, que el resentimiento de las capas medias está incubando la aceptación pasiva de la violencia organizada en las bases sociales de la oposición, lo que indudablemente sirve de cuna para el levantamiento del fascismo propiamente dicho.

De seguro el mejor ejemplo de esta condición problemática la tenemos en Chile, entre Allende y Pinochet, donde una política de democratización del capital fue saboteada sistemáticamente y condujo al derrocamiento del gobierno en nombre de los intereses de clase, expresados discursivamente como un rechazo al comunismo y a la influencia de la Unión Soviética en Occidente. No por casualidad, uno de los primeros experimentos de vía electoral al socialismo (Allende) se convirtió también en el primer experimento de aplicación de políticas neoliberales (Friedman) apoyadas autoritariamente (Pinochet-EEUU). Así también, el Socialismo Bolivariano se encuentra en el deber de responder a fuerzas que precisamente representan el interés de abortar cualquier forma de emancipación popular.

2 . La oposición venezolana, el miedo a la libertad y el consumismo

No es sencillo caracterizar cómo la base social de las protestas violentas percibe el conflicto, y no intentaremos más que mostrar algunos brochazos de una posible explicación. Si tomamos como punto de partida la oposición entre «Dictadura» y «Libertad» que se presenta en los discursos políticos de los dirigentes de oposición y en las protestas de calle, estamos en la tarea de indagar qué significado tienen para la oposición estos términos.

Erich Fromm, en «El miedo a la libertad» ( Paidós, 2005 ), afirma que la libertad es un problema complejo de la época moderna, es decir, de los últimos tres o cuatro siglos. Por una parte, la racionalización de los procesos sociales («modernización») ha generado un mayor protagonismo del individuo y mayores posibilidades de autorealización. No obstante, la ruptura con potencias superiores (como la religión y el absolutismo) ha tenido como contraparte también la erosión de los lazos de integración tradicionales. A pesar de la mayor autonomía del ser humano, las relaciones sociales – ahora mediadas por entidades como la burocracia y el mercado – pierden significado para el ser humano, de lo cual surge la sensación de la soledad y la anomia. Por lo tanto, en ocasiones, el individuo puesto en la obligación de asumir la responsabilidad de su propia libertad (lo cual necesariamente exige el valor para enfrentarse a la incertidumbre), opta en ocasiones por elegir mecanismos de evasión que implican la sumisión del «yo» a entidades simbólicas abstractas que más bien sirven para diluirlo1.

Para Fromm, este movimiento entre la libertad positiva («liberarse para») y la libertad negativa («liberarse de») corresponde a una tensión fundamental del ser humano y de la sociedad: las pulsiones hacia la individuación y hacia la integración. Ambas formas de buscar la libertad se tocan y se confunden en la historia, a veces hasta convertirse en su contrario. Por un tiempo el capitalismo sirvió como fuerza de autoafirmación al facilitar la ruptura con formas socioculturales precedentes, por lo que la tendencia hacia la individuación («liberarse de») sirvió a los fines de la integración («liberarse para»). Pero con el tiempo el propio capitalismo se ha transformado en una entidad superior que oprime la libertad individual y colectiva, y los medios racionales de control son ahora fuentes de enajenación de la conciencia moral de la sociedad.

Para nosotros, en la segunda parte del siglo XX, el mercado y el consumo se convirtieron en mecanismos de control de masas que alentaban su elección como formas de evasión y de negación de la libertad individual. Jean Baudrillard en «La sociedad de consumo» ( Siglo XXI, 2009 ), explica que el consumo es una forma simbólica de relacionamiento que, no obstante su carácter subjetivo, funciona al mismo tiempo como mediación de las relaciones sociales de poder2. Por lo tanto, no deja de ser paradójico que el principal valor del consumismo, la posibilidad ilimitada de elegir, signifique al mismo tiempo la obliteración de la libertad personal, al crear un sistema del cual el individuo no puede escapar.

El consumismo se origina en el siglo XX, cuando las economías industriales llevan el foco de la actividad económica hacia el consumidor. De ahí emergen tanto la publicidad y la cultura mediática, como el keynesianismo y el Estado de Bienestar. Pero esto hizo necesario que la economía comenzara a «crear» al consumidor, para lo cual sirven las técnicas publicitarias que sin excepción caracterizan los contenidos mediáticos hoy en día. El consumismo es, por tanto, el dispositivo subjetivo que corresponde a la superación de la economía industrial de crecimiento (fenómeno que, por cierto, genera también la denominada «economía del conocimiento»).

Baudrillard plantea que el consumismo ha creado su propio mito, la creencia de que el consumo ilimitado puede alcanzarse, y que el mismo es fuente de prestigio y de poder social (p. 55). Y además de ser una referencia del sistema de poder, el consumismo existe en tensión con la violencia que él mismo procrea, porque la imposibilidad de acceder ilimitadamente a los bienes genera frustraciones y patologías sociales que terminan por ser expresadas por medio de la violencia3.

Dados estos elementos es que nos planteamos la tesis de que el consumo, visto como símbolo de poder, es un objeto deseado por los grupos sociales integrados cognitivamente con los patrones de comunicación de la sociedad capitalista. De ahí que la auto-identificación como consumidores es percibida como una forma de afirmación de la identidad de estos grupos («liberarse para»), y que las regulaciones que impidan participar «plenamente» en la sociedad de consumo son vistos como amenazas para la consolidación de tal identidad, por lo que el rechazo de las regulaciones toma la forma de expresiones de individuación («liberarse de») que buscan el refuerzo de la identidad que se aspira representar.

Este es el sentido que pensamos que tiene la «lucha por la libertad» y «contra la dictadura» en las capas medias opositoras: se trata de una lucha que se nace en el deseo de integrarse afirmativamente en la sociedad de consumo, percibida como «reino de la libertad» (en el cual se encuentran ausentes idealmente las manifestaciones de poder opresivo), y que origina el rechazo – con violencia – de los obstáculos y las formas de control que impiden la satisfacción de dichas expectativas. En cuanto que el consumo está relacionado con el lugar que se ocupa en la sociedad, el acceso al consumo representa en sí mismo un problema de poder. Y en el campo de los discursos y las representaciones políticas, la lucha por la sociedad de consumo se convierte en una guerra contra los actores que se cree que poseen mayor capacidad de maniobra para facilitar u obstaculizar las aspiraciones de consumo.

Para la sociedad de consumo, la «libertad» consiste en la «libertad de elegir» los bienes a consumir en el mercado. Por lo tanto, en Venezuela, la «libertad» de quienes protestan consiste fundamentalmente en la posibilidad de adquirir bienes en el mercado y, para ello, se necesita abrir el acceso a las divisas, romper la dependencia de las importaciones y detener la inflación. Esto hace que se pierdan de vista las causas del control de cambio (cuándo, por qué y para qué se estableció), y que la reacción contra el gobierno sea eminentemente visceral y destructiva. «Libertad» es entonces libertad de mercado, y la «Dictadura» representa los obstáculos y regulaciones que las expectativas de consumo pueden encontrar.

La oposición venezolana ha estado manipulando el miedo a perder la propiedad – y los obstáculos al consumo – desde hace varios años. Por ejemplo, en el 2007 un elemento importante de la campaña contra la Reforma constitucional fue la supuesta amenaza contra la propiedad privada. En los últimos tiempos, la oposición partidista ha presentado propuestas electorales basadas en el ideal del «progreso» y en la noción de un «capitalismo popular» como forma de capitalizar el descontento de algunos sectores de la población con la política económica del gobierno. De hecho, la oposición ha hecho lo posible por explotar la raíz egoísta del sentimiento antichavista, como por ejemplo con el discurso de los «enchufados», que trata de convertir a quienes apoyan al gobierno en «pícaros» y a los demás en «marginados».

Es de este modo que el «miedo a la libertad» de ciertos grupos sociales puede tomar la forma de su opuesto, de una lucha por la libertad, y ser dirigido precisamente en contra de un proyecto que se propone el desarrollo integral del ser humano. Desde la Constitución de 1999 hasta hoy, la Revolución Bolivariana ha desplegado acciones de gobierno que apuntan a consolidar una concepción completa de la libertad humana, en la cual se reconcilian la libertad individual y la justicia social; y donde la emancipación colectiva se concibe como condición para la realización personal, y no como un obstáculo para la misma. Evidentemente, los procesos sociales son complejos y la democracia venezolana no se encuentra excenta de contradicciones, pero el Socialismo Bolivariano es por hoy la única propuesta en la cual el valor de la Solidaridad tiene papel central para organizar la convivencia en términos de paz y de justicia social.

El Socialismo Bolivariano propone un sistema en el que la solidaridad y la reciprocidad sean los ejes de un proyecto de país. Con esta orientación, el Socialismo Bolivariano podría representar una alternativa de integración para todos los grupos sociales, y no solamente una respuesta para la hegemonía las élites locales, que se comprenden a sí mismas como clientela de las élites de las metrópolis y que funcionan como referentes morales de las capas medias. Podría representar, como en efecto lo hace para la mayoría de la población, una oportunidad de integración y de libertad positiva.

3 . La industria cultural y las redes sociales, brazos de las «revoluciones de colores»

La industria cultural tiene un papel protagónico en la creación de los códigos que sirven a la masificación de valores propicios para expansión de la sociedad de consumo. Lo que había sido conocido como «american way of life» (el «estilo de vida americano») es asimilado cada vez más como «the only way of life» (el «único estilo de vida») para todas las sociedades. Subrepticiamente, van penetrando en los sistemas de valores tradicionales, valores más acordes con la organización de la vida con respecto a fines racionales, pero con ello van aparejadas la defensa de la democracia liberal y la apología de la economía de mercado.

A los medios de comunicación de masas convencionales se suman ahora las «redes sociales», que agrega una nueva dimensión a la difusión de contenidos preparados para el consumo masivo, no obstante que faciliten algunas formas de expresión autónomas. Lo cierto es que el fenómeno de las redes sociales se encuentra caracterizado, hoy día, por dos aspectos básicos: la integración funcional con el contenido de los medios masivos – lo cual conduce a una forma de «convergencia» de medios – que se evidencia en la proximidad entre los contenidos televisados y los contenidos compartidos en las redes; y la prevalencia de un modelo de comunicación arriba-abajo que logra convertir a los usuarios en «repetidores» de información preparada, a pesar de que cada vez más se accede a internet a través de dispositivos portátiles. Si además tomamos en cuenta que la información en las redes presenta las mismas condiciones de la información en los medios convencionales (fragmentación, ausencia de contexto, inmediatismo, sesgo editorial, etc), puede afirmarse que los dispositivos móviles y las plataformas sociales no hacen otra cosa que potenciar el efecto de los medios de comunicación de masas. Metafóricamente, las redes son la televisión llevada a un dispositivo móvil para convertir a los consumidores en co-transmisores de información.

Este fenómeno no ha pasado desapercibido desde hace tiempo. Ya en los años 70, el analista y asesor político Zbigniew Brzezinsky afirmaba, en «La era tecnotrónica» (Paidós, 1979), que: «la tendencia parece orientarse hacia la aglutinación del apoyo individual de millones de ciudadanos desorganizados, que caen fácilmente bajo la influencia de personalidades carismáticas y atractivas, personalidades que explotan eficazmente las últimas técnicas de comunicación para manejar las emociones y controlar la razón» (p. 39). Una de las formas por excelencia para canalizar la captación de la voluntad de las masas es la comunicación mediática y, no obstante la aparente diversificación de los medios de información, nos parece que la tendencia que describe Brzezinsky no ha hecho más que fortalecerse con la aparición de los medios digitales. Resulta necesario reconocer que, a pesar del título, la «era tecnotrónica» no es la mayor preocupación del libro de Brzezinsky, sino el problema de garantizar la hegemonía cultural de EEUU frente a la presencia de la Unión Soviética, tomando en cuenta incluso las contradicciones internas de la sociedad estadounidense de la época.

En los últimos años hemos podido ver cómo las redes sociales se han convertido incluso en un instrumento de uso de la violencia. En la sociedad de consumo la violencia aparece de forma útil: se exhibe simbólicamente para satisfacer un deseo de dominación reprimido o para exacerbar el mismo miedo a la violencia, e incluso se utiliza objetivamente como forma de enmascarar la violencia contra un grupo social. La mediatización de las protestas de derecha en Venezuela, que incluye desde la repetición de imágenes falsas hasta el montaje de la industria de Hollywood tomando partido por quienes protestan, supone un recurso a la violencia, dado que contribuye a invisibilizar la voluntad de millones de venezolanos que no están de acuerdo con las protestas y que apoyan al gobierno de Nicolás Maduro. El mensaje es fundamentalmente falso: se basa en la construcción de una diferenciación polar entre ciudadano y Estado, coloca en primer plano las protestas violentas, e invisibiliza la voluntad de quienes rechazan la violencia, para crear la imagen de que el gobierno tiene un fuerte rechazo popular.

De este modo, los medios representan la puesta en escena de la violencia que es ejercida de forma cotidiana contra la población civil durante este período de protestas y, por lo tanto, tienen un papel anti-democrático, tomando en cuenta que en las democracias liberales las diferencias se resuelven en elecciones y que el gobierno actual llegó al poder por decisión de una mayoría soberana. Esta violencia, vale mencionarlo, no nace en los medios sino en intereses políticos y corporativos que consideran inconveniente la estabilidad del sistema político venezolano. Pero los medios se convierten en mensajeros de la violencia, puesto que en la sociedad de consumo la política se ofrece como espectáculo y la realidad se transforma en objeto de consumo para la generación de impresiones irracionales.

La eficacia de los medios de comunicación para trasmitir mensajes afines a los códigos culturales de la sociedad de consumo puede ser capitalizada políticamente por intereses occidentales. La penetración de la cultura occidental es uno de los prerrequisitos de las tácticas de confrontación pacífica que se proponen en libros como «De la dictadura a la democracia», de Gene Sharp ( Albert Einstein, 2011 ), y que tienen como condición que las acciones de resistencia sean difundidas por los medios nacionales y/o internacionales.

La tesis básica de este libro es que los gobiernos se soportan sobre instituciones y órganos sociales que pueden ser penetrados por la oposición para restarle apoyo, con lo cual se espera ganar adeptos y eliminar la resistencia que impida subvertir el orden en acciones de fuerza decisivas. Esto supone, por una parte, que el patrón de medida ya ha sido asimilado por la sociedad, de forma que, por ejemplo, un acto que se presenta como una violación a los derechos humanos puede ser reconocido como tal en una sociedad que ha sido educada para ello. Y también supone que la confrontación, en su etapa de ofensiva pacífica, se comprende como la creación de un conflicto que debe ser resuelto en la arena de la opinión pública.

Las denominadas «revoluciones de colores» en Europa oriental y las «primaveras» del mundo árabe parecen reflejar estas condiciones: la asimilación pasiva de valores occidentales (libertad individual, libre comercio) y la oportunidad de mediatizar el descontento social para crear una matriz de opinión en contra del gobierno, y así dar paso a formas de insurrección civil, militar o a intervenciones extranjeras. Reconocer esto no equivale a pronunciarse a favor de regímenes dictatoriales en ninguna parte del mundo. Pero es de suponer que la realidad cultural de los países que formaron parte de la órbita de la ex-unión soviética, y la de los países árabes, debe ser significativamente diferente, por lo que el «éxito» de una misma fórmula de cambio político debe ser más que suficiente para estimular la curiosidad.

Sería ingenuo pensar que la sociedad de consumo, además de tener mecanismos de expansión, no posee también como sus propios medios de defensa. La ideología del consumo se difunde eficientemente a través de los contenidos de la industria cultural, y crean referentes que permiten activar políticamente a los ciudadanos en defensa del libre mercado y de las instituciones capitalistas. Por lo tanto, la industria cultural sirve para allanar el camino de la expansión de la sociedad de consumo. Para que una «revolución de terciopelo» tenga éxito, antes que las tácticas de Sharp – suponiendo que creemos en el éxito de su libro – tuvo que haber llegado Friends a las sociedades en revuelta .

El fin último del apoyo occidental a las revoluciones en Europa oriental y en los países árabes es propiciar condiciones para la creación de mercados que puedan recibir la sobreproducción de mercancías estadounidenses. A la vez, esto les permite restar apoyos geopolíticos a Rusia y China. En el caso venezolano, el intento de socavar el orden constitucional se encuentra en la necesidad de controlar las reservas de petróleo, además de invertir la tendencia geopolítica de integración en bloques regionales (UNASUR) y la interrelación con países que aún compiten con Estados Unidos (como Rusia y China).

4. La soberanía política en tiempos de la sociedad de consumo

La Revolución Bolivariana, como fenómeno social, emerge y se consolida como respuesta a las reivindicaciones históricas de las clases populares, en el contexto crítico del derrumbe del socialismo burocrático – que aparentemente dejó al capitalismo como única alternativa – y de la avanzada de las políticas neoliberales como expresión de la voluntad de poder de los estados-corporación. Estos aspectos explican el éxito de un pensamiento nacionalista y popular en un país como Venezuela, donde todavía es determinante la influencia del capitalismo rentístico de Estado (a pesar de que el Estado fue llevado al colapso en la época neoliberal – años 90 – lo que condujo a la ruptura del Pueblo con el sistema de conciliación de élites). El Movimiento Bolivariano Revolucionario ha representado una forma exitosa de resistencia contra la desnacionalización de la política y la economía, tendencias que son favorecidas por los estados-corporaciones y sus órganos multinacionales, y aún más, ha contribuido con la construcción de la identidad de una comunidad política que tiene como centro la soberanía y la participación popular.

No obstante, un resultado no esperado de esta proceso, es que cada vez más, la aceptación y la promoción de la violencia organizada – dirigida directa o indirectamente contra las clases populares y contra los órganos de representación democrática – sea concebida como un medio de defensa de los intereses de clase de grupos minoritarios que se sienten desplazados, no solamente por el control que ejerce el gobierno sobre las dinámicas económicas que favorecen el consumismo, sino también por la desaparición de los referentes políticos a los cuales se sienten vinculados, como por ejemplo el papel hegemónico de EEUU en la región. Esta posibilidad se cultiva en el contexto de la dificultad que encuentra el Estado para dar respuesta, al mismo tiempo, a las clases populares y a las capas medias, pero fundamentalmente deviene de la frustración de las capas medias de no poder acceder sin restricciones a las condiciones de consumo ilimitado, y del resentimiento de observar que la brecha con respecto a las condiciones de vida de las clases populares se reduce progresivamente. Este es, en suma, un conflicto irresoluble, que pudiera ser canalizado por medio de concesiones económicas para la clase media, si no fuera porque la presión de los intereses capitalistas en Venezuela hacen muy difícil que existan soluciones intermedias, por lo que las concesiones conducirían muy probablemente a la crisis del Estado.

La sociedad de consumo ha penetrado exitosamente en la sociedad venezolana. Este no es un proceso nuevo, sino que se dio con fuerza a partir de los años 90 con la dinámica del neoliberalismo internacional. Su presencia es tal, que no solamente la oposición política utiliza el tema de la propiedad como consigna, sino que también la Revolución, en ocasiones, ha aumentado su nivel de aceptación gracias a espectaculares medidas para la democratización del acceso a la propiedad y el consumo. Entre una y otra posición la diferencia es más o menos clara: mientras que la oposición defiende la propiedad como privilegio (un símbolo de estatus que puede ser arrebatado por el gobierno, o el fruto del esfuerzo individual y por tanto una muestra de «progreso»), la Revolución ha buscado democratizar y ampliar el acceso a la propiedad como forma para mejorar las condiciones de vida de la población (lo que hoy se conoce mediáticamente como «Buen Vivir»). Pero el efecto en la conciencia colectiva es variable y es posible que la balanza electoral se incline por quien muestre mayor capacidad para proporcionar a los ciudadanos acceso a los bienes de consumo, a los básicos y a los suntuarios, que en cualquier caso se representan como símbolos de jerarquía.

Por tanto, el gobierno debe mostrar respuestas contundentes en el escenario económico. Si bien el origen de la oposición al Proyecto Bolivariano se encuentra en el asalto de la sociedad de consumo a la soberanía de los Pueblos, su permanencia depende de la capacidad para dar respuestas a las demandas de la población, de una forma que permita la satisfacción de las necesidades y el cultivo de la conciencia social.

Ahora bien, el país se encuentra en una coyuntura grave que requiere nuestra atención inmediata. Con un nuevo intento de «golpe suave», es necesario organizar las fuerzas populares para hacerle frente a una ofensiva articulada entre actores nacionales e internacionales. Los medios extranjeros parecen tener cada vez menos escrúpulos en mentir abiertamente, y han orquestado que, por ejemplo, personalidades del espectáculo se pronuncien en contra de nuestro país. Este tipo de incidentes no nos afectan directamente, pero ayudan a crear una matriz de opinión en contra de Venezuela (sustentada precisamente en la política-espectáculo), y podría favorecer una intervención internacional. El conflicto debe ser aprovechado para re-organizar las fuerzas de apoyo de la Revolución en dos ámbitos: la opinión pública y la movilización activa en defensa de los espacios de vida de la población.

La respuesta del movimiento bolivariano debe ser movilizar las bases sociales en torno a la consigna de la paz, no permitir que el conflicto escale con la confrontación directa entre ciudadanos, y polarizar el escenario político para dejar en evidencia a quienes defienden la protesta violenta y las salidas inconstitucionales. Como hemos dicho, la arena de esta confrontación es la opinión pública, y la movilización y la polarización en torno a la consigna de la paz debe servir para aislar a los violentos, ganar adeptos entre los opositores que rechazan la violencia y reactivar las fuerzas sociales de apoyo a la Revolución.

El carácter clasista de las protestas violentas de los últimos días ha sido tan marcado que difícilmente podríamos conceder que pudieran convencer a la Fuerza Armada de que es necesario un cambio de gobierno. Mas el poder popular, entendido como poder constituyente, debe movilizarse para ocupar los espacios que se encuentran amenazados por las acciones violentas de la oposición. El Pueblo organizado debe comprender la protesta violenta como una agresión contra sus propios intereses de vida y no solamente como una acción contra el gobierno que lo representa. Y entonces se deben armar redes para enfrentar, con la resistencia pacífica, a la agresión violenta. Ya se están dando muestras de que las personas no seguirán tolerando el cierre de las vías de acceso (que impiden la entrada de alimentos y otros suministros), y se prestan activamente a la limpieza y despeje de las calles. Empieza a retomarse la iniciativa de defensa popular de los logros del proceso venezolano.

1En palabras de Fromm: «la libertad posee un doble significado para el hombre moderno; éste se ha liberado de las autoridades tradicionales y ha llegado a ser un individuo; pero, al mismo tiempo, se ha vuelto aislado e impotente, tornándose el instrumento de propósitos que no le pertenecen, extrañándose de sí mismo y de los demás. (…) La libertad positiva, por otra parte, se identifica con la realización plena de las potencialidades del individuo, así como con su capacidad para vivir activa y espontáneamente. La libertad ha alcanzado un punto crítico en el que, impulsada por la lógica de su dinamismo, amenaza transmutarse en su opuesto. (…) La victoria de la libertad es solamente posible si la democracia llega a constituir una sociedad en la que el individuo, su desarrollo y felicidad constituyan el fin y el propósito de la cultura» (2005, p. 308).

2De acuerdo con este autor: «El principio del análisis sigue siendo el siguiente: nunca consume uno el objeto en sí mismo (en su valor de uso). Los objetos (en el sentido más amplio) siempre se manipulan como signos que distinguen, ya sea afiliando al individuo a su propio grupo como referencia ideal, ya sea demarcándolo de su grupo por referencia a un grupo de estatus superior» (pp. 55-56).

3Afirma Baudrillard: «El verdadero problema de la violencia está en otra parte. Es el de la violencia real, incontrolable, que secretan la profusión y la seguridad, una vez que han alcanzado cierto umbral. Ya no se trata de la violencia integrada, consumida con todo lo demás, sino de la violencia incontrolable que secreta el bienestar en su consecución misma. Esta violencia se caracteriza (exactamente como el consumo tal como lo hemos definido y no en su acepción superficial) por el hecho de que no tiene fin ni objeto» (pp. 221-222).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.