Agravar la inflación que han generado, con un aumento deliberado del desempleo masivo simplemente será la obra póstuma de unos sádicos
No aprendemos nada, apenas recapacitamos y, finalmente, cuando la realidad se acaba imponiendo, echamos la vista atrás y en un acto de contrición nos arrepentimos por no haber actuado antes. En dos artículos previos, nos explayamos alrededor de dos ideas sencillas. O restauramos los principios de libertad, igualdad y fraternidad, todos y cada uno de ellos, o el fascismo acabará llegando al poder, devorándonos sin contemplaciones. O acabamos con la financiarización de nuestras vidas, o el fascismo acabará llegando al poder, devorándonos sin contemplaciones.
El Leviatán está desatado y se acerca irremediablemente a la consecución del premio gordo, la conquista del poder, bajo la condescendencia de una clase media colgada entre el temor al desempleo y las expectativas de una fantástica recompensa que nunca acaba llegando. A la vez que Marie Le Pen conseguía la nada desdeñable cifra del 42% de los votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, impensable hace una década, el BCE anunciaba que dejaba de financiar en el mercado secundario a los Estados. ¡Qué apechuguen y dejen de ser manirrotos!, braman los burócratas de Bruselas.
Una gran masa de la ciudadanía mira atónita el devenir de quienes rigen nuestros destinos. De manera inmisericorde han legislado contra la inmensa mayoría de la ciudadanía, mientras unos pocos que se enriquecían saqueando al Estado. Eso es exactamente lo que ha hecho Macron en sus últimos cinco años de mandato. Solo el hedor que emana del fascismo le ha salvado, momentáneamente, el pellejo. Veremos qué ocurre en la tercera vuelta, las legislativas. Ahora dice, enésimo acto de contrición falso, que cambiará. Lo dudo.
Allá y aquí, en Estados Unidos, Francia o España las dificultades a las que se ven sometidos los ciudadanos riman. Los problemas del acceso a la vivienda, el encarecimiento de los precios de los alimentos y de la luz, la ausencia del ascensor social, la desprotección de la infancia y la juventud, la bajada de los salarios -en nombre de una farsa llamada competitividad-, las reglas fiscales ad hoc, la deuda privada descomunal,… todo ha supuesto un ataque inmisericorde contra los más desprotegidos, los más débiles, aquellos a los que deberíamos apoyar sin fisuras.
La superélite, profundamente egoísta, de naturaleza intrínsecamente psicópata, se ha apropiado del mito de Robin Hood para su beneficio. En esta nueva versión de Robin Hood los otrora pobres y débiles -desempleados, discapacitados, refugiados…- han sido recolocados en el cuadro conceptual donde solíamos situar a los más ricos y poderosos. Les presentan como vagos, perezosos, parásitos. Mientras que los que antes se consideraban ricos, ahora, por obra y gracia del lenguaje, se les presenta como aquellos que trabajan muy duro para obtener una recompensa más o menos justa. Y bajo ese lenguaje perverso, “hay que apoyar a esta nueva categoría de pobres”, los otrora ricos. Y todo ello, como bien saben ustedes, aderezado con la completa financiarización de nuestras vidas, donde unos pocos, los extractores de rentas, nos acaban succionando hasta la última gota de nuestra sangre, cuan vampiros sedientos.
Los neoclásicos vuelven a la carga: además de la inflación pretenden generar desempleo
Ya saben ustedes, porque he sido muy pesado desde estas líneas, nuestra interpretación de la inflación. Obedece a tres factores consecuencia última de la implementación de políticas económicas apoyadas por los economistas conservadores, liberales, y social-liberales (otrora socialdemócratas). El primero, la financiarización de la energía y productos agrícolas, es sin duda el más relevante. Dicha financiarización se llevó a cabo mediante la expansión y el acceso a los mercados derivados de materias primas a especuladores y a fondos institucionales.
El segundo factor, paralelo a la desregulación de los mercados derivados de materias primas energéticas y agrícolas, tiene que ver con una reestructuración radical de los sectores industriales, de los que el eléctrico es un ejemplo destacadísimo. Los sectores eléctricos reestructurados, incluido el de España, están mostrando resultados contrarios a los beneficios que los entusiastas de la liberalización proclamaron, produciéndose una rápida escalada de los precios de la electricidad en los hogares y empresas. Cuando el coste marginal está tan alejado del coste medio, por obra y gracia de los precios del gas y de los derechos de emisión de CO2 en mercados derivados, el latrocinio es inmediato.
El tercer factor, consecuencia de una globalización sin control, son los problemas de las cadenas de suministro que han afectado a los precios de los bienes Industriales. A nivel académico se ha demostrado que la concentración empresarial, consecuencia lógica de la estrategia de globalización, ha hundido la productividad del capital, ante el descenso en las inversiones en formación bruta de capital fijo. Pero además, la concentración en las cadenas de suministro está detrás de los cuellos de botella que también están haciendo repuntar temporalmente los precios de ciertos productos que no llegan al mercado.
¿Qué proponen? Lo de siempre, austeridad, y el final de la compras de deuda soberana que los bancos centrales hacen en mercados secundarios
No contentos con lo que han generado, ahora pretenden echar la culpa de la escalada de precios a los salarios y al balance de los bancos centrales. ¿Y qué proponen? Lo de siempre, austeridad, y el final de la compras de deuda soberana que los bancos centrales hacen en mercados secundarios. Desde el momento que los bancos centrales financiaron a los tesoros el desempleo cayó masivamente, el crecimiento se consolidó. Si el banco central deja de financiar a los Tesoros, la economía se desplomará y el desempleo aumentará. Por eso, agravar la inflación que han generado, con un aumento deliberado del desempleo masivo simplemente será la obra póstuma de unos sádicos. Y cuando ello ocurra, y vean subir como la espuma a la ultraderecha, harán un cínico acto de contrición. ¡Váyanse al carajo!