La ciencia, el conocimiento objetivo de la realidad, se nos presenta en la actualidad bajo la forma de teoría. Así las tenemos de la relatividad, la cuántica o de la evolución, en el ámbito de las ciencias naturales. Y si vamos a las ciencias sociales la cosa no mejora: marginalista, psicoanalítica o del control demográfico. Como suele ocurrir cuando un paradigma domina se atreve a leer todo lo anterior bajo sus propias gafas, de modo que la historia del conocimiento es planteada como una sucesión de teorías donde la más reciente supera a las anteriores en cuanto al apoyo suscitado entre los expertos o académicos.
Nuestro esfuerzo, como pueden imaginar, irá en sentido contrario: en el de la critica de la teoría. Y por qué ocuparnos ahora de esto. Bajo mi punto de vista lo que hay en juego es la superación del capitalismo, que pasa a su vez por la eliminación de la escasez, o de manera elegante el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero, esto no será automático, sino que se realizará a través de la lucha de clases. Esta lucha habrá de darse en diversos frentes, como el de las ideas, la ciencia, o el método de conocimiento. En definitiva, se trata de avanzar en la conciencia dialéctica, frente a la lógica, como necesidad del socialismo.
Aclaremos. No se trata aquí de negar la ciencia, o el conocimiento científico, solo decimos que éste puede obtenerse y expresarse de otro modo, el dialéctico (un ejemplo es la Crítica de la economía política de Marx). Retomando la crisis de la lógica, queremos recordar una de sus expresiones, la paradoja de Russell.
Friedrich Ludwig Gottlob Frege (1848-1925), filósofo y matemático alemán que aunque poco reconocido por sus colegas desarrolla su carrera académica con el apoyo inquebrantable de la empresa óptica Carl Zeiss, en 1893 había publicado el primer volumen de su obra Leyes básicas de la aritmética. En esta obra trata de fundamentar lógicamente las matemáticas, empezando por la aritmética. Esto y la fundamentación lógica del lenguaje eran los dos grandes proyectos de Frege, y de muchos otros filósofos contemporáneos y posteriores (también de Russell).
Nueve años después, en 1902, a punto de publicar el segundo volumen de aquella obra, recibe una carta de Bertrand Russell, joven y prometedor filósofo de Cambridge, también muy preocupado por el programa logicista. Allí le anuncia, tras mostrar su acuerdo con todo, que ha detectado una dificultad en su argumentación, que desemboca en una contradicción (la gran enemiga del pensamiento lógico) y que, desde el punto de vista lógico, daría al traste con sus conclusiones. Es decir, su propuesta no permitiría fundamentar lógicamente el conocimiento teórico.
Decía Russell “no hay una clase (en su totalidad) de todas las clases que, en su totalidad, no sean miembros de sí mismas”. El problema venía del quinto axioma de Frege, que afirmaba que si todo A es una B, y toda B es una A, entonces la clase de las Aes es idéntica a la clase de las Bes. Esto llevaría a Russell a plantearse la existencia de una clase (aquí clase es igual a conjunto) de todas las clases de cosas que no son miembros de sí mismas. Este inconveniente sería conocido como la Paradoja de Russell, que podemos resumir de la siguiente forma: a qué conjunto (o clase) pertenece el conjunto de todos los conjuntos que no se pertenecen a sí mismos. De otra forma, ¿se autoincluye dicho conjunto?
Efectivamente, cualquier respuesta lógica conduce a la contradicción. Al responder que dicho conjunto se pertenece, nos encontramos que no debería porque es el conjunto de los conjuntos que no se pertenecen; si la respuesta es que no se pertenece, entonces debería pertenecerse. O sea, cuando respondemos sí es no, y cuando respondemos no es sí. La pura contradicción inadmisible para la lógica.
Una forma más popular es la paradoja del barbero: si el barbero pela a las personas que no se pelan a sí mismos, ¿el barbero se pela a sí mismo? O ¿quién pela al barbero? Con esto la fundamentación lógica de la matemática se torna inconsistente.
El significado de la paradoja de Russel es que imposibilita la fundamentación racional del conocimiento científico bajo la forma teórica, empezando por la matemática. O sea, deja a la teoría sin basamento lógico. Y esto apunta a que, para salvar a la teoría, hay que desvalorizar (cuestionar) la verdad (como la teoría no explica la realidad, cambiemos lo que entendemos por verdad hasta que la teoría sea cierta), el paso previo al postmodernismo científico, la verdad líquida.
Alguien podrá pensar que esto es un refinamiento epistemológico y que no es para tanto. Para los lógicos es importante verse como portadores de la fundamentación del conocimiento científico; para algunos investigadores científicos es importante pensar que lo que hacen es racional y no una arbitrariedad, incluso pensar que lo que hacen es el mejor camino para llegar a la verdad. Estos programas son la fundamentación de los valores éticos y morales que rigen el avance del conocimiento científico. Y para los partidarios del capitalismo es importante pensar que están en la mejor sociedad posible y, sobre todo, que no hay alternativa.
Bien, termino aquí. Frege publicó su libro, a sabiendas del problema que se había encontrado, añadiendo un apéndice donde intentaba en balde responder a Russell; dedicó el resto de su vida a seguir indagando, solo pocos años antes de su muerte (el pasado 26 fue su centenario) reconoció su incapacidad para resolverlo. Russell tampoco dió con una respuesta. Nadie lo ha hecho hasta ahora.
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
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