Recomiendo:
0

La paradoja electoral de la izquierda

Fuentes: Rebelión

De un tiempo para acá, la izquierda se viene enfrentando a un problema difícil de resolver en el marco social actual: cuando la izquierda hace políticas de izquierdas, que favorecen a las clases populares, no suele obtener el reconocimiento electoral de estas clases.

Este fenómeno no es nuevo. Allá por los noventa, tras el nacimiento de los gobiernos neoliberales (Reagan, Tatcher), el desapego electoral de los menos favorecidos fue un argumento para la derechización de la socialdemocracia bajo el planteamiento de los social-liberalismos.

La derechización de la izquierda tiene entre otras consecuencias: el desplazamiento hacia la derecha  del arco político y, como corolario, la normalización de la ultraderecha.

 de los Trabajadores en Brasil de Lula. En la primera década del siglo XXI, Lula tras alcanzar el poder puso en marcha un programa de asistencia para las personas más pobres. Fueron decenas de millones de personas que vieron mejoradas sus circunstancias materiales. Resumiendo mucho la historia: el Partido de los Trabajadores perdió las elecciones, terminando por gobernar un capitalista, apoyado por las iglesias evangélicas entre otros grupos, Bolsonaro, que puso en marcha un programa de ultraderecha. Cuando un grupo de cuadros izquierdistas entre sus indagaciones preguntó a las gentes de las fabelas, barrios pobres donde la condiciones indignas de vida, marginación y delincuencia se entrelazan, si habían mejorado su situación la mayoría asentía. Y preguntados a qué atribuían este progreso, la respuesta mayoritaria, por este orden, fue: la primera causa era Dios, la segunda el esfuerzo propio, la tercera y cuarta, el apoyo familiar y de las amistades y, solo en quinto lugar y con cierto desdeño, la política del gobierno.

Es claro que las personas necesitan llenar el estómago para vivir, pero votan con la mente. La izquierda electoral, pero también la no electoral, debe entender que no basta hacer políticas que mejoren el bienestar de la mayoría, ni siquiera se trata de hacer políticas de redistribución extremas, eso puede llevar al vanguardismo. A lo mejor se trata de andar menos y, quizás, más lento, pero andar más acompañados, por la gente (por supuesto). Esto es, a la vez que se mejoran las condiciones materiales de existencia de la población ha de elevarse el nivel de conciencia de los destinatarios de esas políticas. Porque las personas votan con la conciencia.

Y, alguno se preguntará esto como se hace. Teniendo en cuenta, además, que en las sociedades capitalistas la mera reproducción económica imprime un carácter fetichista a las relaciones entre las personas y con ello una conciencia deformada de los fenómenos sociales. (Aquí sitúo la necesidad de la izquierda de empaparse de la Crítica de la Economía Política). Más aún, sociedades donde la arquitectura social está diseñada por el poder de la clase capitalista (educación, medios de comunicación, aparatos estatales, entre otros), conduciendo a un desequilibrio contra la clase obrera en su inevitable lucha de clases.

Bien, aunque las formas concretas las dejo para los especialistas en la sociedad y la comunicación, tengo claro que la mejora de los niveles de conciencia pasa, mientras la educación no haga su trabajo, por la comunicación con las masas populares: qué se les dice (colectividad frente a individualismo), cómo se les dice (participación versus delegación) y qué canales emplear para ello (medios convencionales o alternativos). Resolver estas cuestiones, entre tanto el desarrollo de las fuerzas productivas permitan la sociedad de los individuos libremente asociados, es necesario para que las personas, cada vez en mayor medida, actuemos (en este caso votemos) con conocimiento de causa. Unas y otras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.