La reciente elección presidencial en Brasil mostró una realidad que merece análisis y drásticas conclusiones por parte de la izquierda que de verdad es poscapitalista. Ocurrió que al mismo tiempo en que los actuales Estado y orden capitalistas mostraban en ese país todas sus facetas, la pseudoizquierda (encabezada por Lula, el PT y el lulismo), […]
La reciente elección presidencial en Brasil mostró una realidad que merece análisis y drásticas conclusiones por parte de la izquierda que de verdad es poscapitalista.
Ocurrió que al mismo tiempo en que los actuales Estado y orden capitalistas mostraban en ese país todas sus facetas, la pseudoizquierda (encabezada por Lula, el PT y el lulismo), se empantanó al interior de esa trama, sin plantearse nunca la superación de la misma, o sea, del capitalismo; al mismo tiempo, quien se presentó y ganó como anti-sistema (en especial opuesto a la partidocracia corrupta imperante) fue el fascista Bolsonaro.
Lo tragicómico es que aquella pseudoizquierda (que llegó al Gobierno con Lula en 2002 luego de que el mismo se reuniese con el dueño de la Red Globo y publicase la «Carta a los brasileños» en la que se olvidaba de la palabra «socialismo»), denunció la persecusión sufrida por los dueños del país (latifundistas, banqueros y grandes industriales y comerciantes), el Estado burgués (en especial el Poder Judicial) y sus prolongaciones (como la gran prensa, encabezada por la Red Globo), pero no cesó de apostar a las decisiones de los Tribunales vigentes, donde fracasó una y otra vez (primero para intentar impedir la prisión de Lula, luego para intentar mantenerlo como candidato presidencial, y por último para intentar sacarlo de prisión). Paralelamente, tras proclamar que «una elección sin Lula es fraude y un nuevo Golpe tras el que derribó a Dilma Rousseff», acató luego el veto a Lula y se empeñó en la candidatura perdedora de Haddad; la misma, por cierto, se concentró en la segunda vuelta en desesperados intentos de unión con sectores corruptos de derecha con los que habían pactado y gobernado antes Lula y Rousseff, al tiempo en que renunciaba explícitamente a la idea de una Asamblea Constituyente exclusiva, tímidamente levantada en la primera vuelta.
Mientras ello ocurría, otro hecho tragicómico lo constituye el que Bolsonaro, fiel a su anticomunismo primario heredado de la dictadura inaugurada en 1964 (de la que siempre se declaró defensor, incluyendo sus actos de tortura) bramaba que su gran enemigo era el comunismo y el socialismo simbolizado según él: ¡por el PT y Lula!!! Y centró su campaña en la corrupción política reinante, que redujo exclusivamente al PT (omitiendo el hecho de que, según las investigaciones oficiales, más de 20 Partidos, desde la extrema derecha hasta la pseudoizquierda, estaban comprometidos con ella), y en el clamor ciudadano por más seguridad, ante una violencia cotidiana creciente.
Así recogió los frutos de las grandes manifestaciones populares del 2013 (opuestas a la corrupción comprobada en las obras del Mundial de Fútbol y de las Olimpíadas, eventos negociados por Lula y realizados durante los gobiernos de Rousseff), y de las manifestaciones derechistas patrocinadas por la Red Globo en 2016 para echar a Rousseff (con más de 12 horas de transmisión diaria en directo, de cada una de ellas, a través de la TV Globonews), acusada de ser por lo menos omisa en lo tocante a la gran corrupción desvelada en Petrobras y grandes constructoras a favor del PT (y, como dijimos, de otra veintena de Partidos); hay que recordar, no obstante, que el motivo oficial esgrimido en el impeachment parlamentario de Rousseff fue su supuesta práctica de «bicicletas fiscales», que inmediatamente después de su destitución fueron legalizadas por el Parlamento para ayudar a Temer en su tarea de vender el país al imperio yanqui-OTAN y quitarle varios derechos sociales fundamentales a los brasileños.
Todo ese triste panorama me lleva a la siguiente conclusión genérica que luego habrá que detallar en cada país (en especial de A. Latina): la izquierda verdaderamente poscapitalista necesita presentarse y actuar diariamente como la verdadera oposición antisistema al capitalismo (usando todas las formas de lucha, con excepción del terrorismo, que siempre hemos condenado, por causar víctimas inocentes), y con propuestas que apunten claramente a superarlo en todos los órdenes (incluyendo en el área de la corrupción, que le es inherente); nos referimos, entre otros, a los planos económico, político, étnico, intercultural, internacional, ambiental, sexual, de género, social-relacional, de seguridad y Defensa, comunicacional, educativo, deportivo, y religioso.
En suma, es la hora de calzar de nuevo con osadía las botas de Marx, del Che y de Raúl Sendic Antonaccio, y de caminar siempre hacia el poscapitalismo, sin tregua y sin concesiones claudicantes ante esta prehistoria de la Humanidad que es el capitalismo (como dijo Marx). En ese caminar habrá que ser implacable en la lucha contra la corrupción (en especial en la que aparezca en las propias filas) si se quiere ganar el respeto de toda la población, a la que también habrá que proponer una seguridad ciudadana basada en la auto-organziación popular apoyada diariamente por los organismos especializados que se revelen necesarios (evitando que la derecha monopolice ese tema, con su habitual encare anti-popular y dictatorial).
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