El impresionante ciclo alcista del precio del crudo, que comenzó en el año 2003, está culminando con un también abismal desplome histórico de éste en las postrimerías del año 2008. La palpable consecuencia de la escalada ha sido la entrada de la economía mundial en una recesión de caballo, razón última a su […]
El impresionante ciclo alcista del precio del crudo, que comenzó en el año 2003, está culminando con un también abismal desplome histórico de éste en las postrimerías del año 2008. La palpable consecuencia de la escalada ha sido la entrada de la economía mundial en una recesión de caballo, razón última a su vez del comportamiento de colapso posterior del precio del petróleo, y todo ello poniendo en la picota al mismo modelo de crecimiento exponencial (acelerado) que nos trajo estos ritmos de consumo y producción que no se pueden mantener por mucho tiempo. Así, tiene el Mundo desarrollado hoy millones de coches que no encuentran comprador, y también millones de viviendas vacías, porque se generó un mercado financiero suicida que llevó sus excesos de creación de deuda a los inmuebles, como otrora lo hiciera con otros bienes.
Hay quien circunscribe la actual parálisis y decrecimiento económico a la consecuencia de los juegos contables de algunas irresponsables entidades financieras, olvidando que conditio sine qua non para la existencia de esa dinámica de generación de crédito, es que tengamos la movilización de energía y materiales suficiente que soporte los crecimientos y las altas tasas de retorno de las inversiones especulativas, con los que pagar los intereses de lo prestado.
El alivio que está sufriendo la carrera frenética hacia el abismo del consumo, vía depresión económica, genera preocupación amplia, por sus importantes repercusiones sobre la subsistencia de millones de personas. Resulta que la «pausa petrolera» se convierte, en el actual modelo, en una condena trampa para los que trabajan en muchos sectores económicos, poniendo en juego el sustento de los eslabones más vulnerables.
Se está planificando, al tiempo que ahondamos en la depresión económica, un «reflotamiento» económico que implicaría, básicamente, recuperar la senda del crecimiento, algo que, como se ha comprobado empíricamente, precisa más energía y materiales. He ahí el principal dilema y problema que vamos a enfrentar, de forma recurrente, en el próximo periodo. Cuando se quiera recuperar ese camino, vendrán de nuevo los límites – sobre todo los energéticos – a recordarnos que hemos consumido el petróleo fácil, y que el mismo crecimiento económico basado en su precio de saldo no podrá repetirse. Así nos lo ha transmitido la misma Agencia Internacional de la Energía, renuente hasta hace pocos años a admitir escasez alguna. En su Informe de 2008 analiza los gigantes yacimientos de petróleo del Mundo y «descubre» (tras años de advertencia, por lo demás, por parte de múltiples geólogos), que la mayoría de aquéllos son antiguos, muchos de ellos en declive, y sin sustituto inmediato. Se requieren cinco Arabias Saudí en dos décadas, nos dice el organismo, para suplir el declive de los grandes, pero el campo petrolero más «joven» y similar a los encontrados en ese país árabe tiene ya más de treinta años de existencia… Es otra forma de decir que nos enfrentamos al cenit y declive posterior del líquido madre de nuestro modelo económico, sin que podamos percibir a la vista ningún milagroso «mix energético» que nos permita seguir creciendo, si es que es eso lo que se pretende hacer (lo que nos llevaría a posteriores problemas de límites físicos, tanto energéticos como de materiales).
Como dijera Albert Einstein, las ideas que crearon los problemas no pueden ayudarnos a salir de ellos. El recetario necesita ser replanteado, para decrecer de la forma menos traumática posible, previo reconocimiento de que el enfermo tiene un diagnóstico claro: empacho de crecimiento voraz, angustia al darse de bruces con los límites del plato, y comienzo de pánico al no saber qué hacer con tanto incómodo comensal que también quiere participar del resto del pastel de lo que nos queda en la mesa común, la diezmada Tierra.