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La paz, algo más que un concierto

Fuentes: Aporrea

Buena idea la de un concierto para promover la paz. Buen lugar el escogido. Nada mejor que la frontera entre Venezuela y Colombia para que se alcen las voces de los artistas de las más diversas nacionalidades en contra de la guerra. Y estamos en un mundo en guerra. Diversos conflictos de gran intensidad alejan […]

Buena idea la de un concierto para promover la paz. Buen lugar el escogido. Nada mejor que la frontera entre Venezuela y Colombia para que se alcen las voces de los artistas de las más diversas nacionalidades en contra de la guerra. Y estamos en un mundo en guerra. Diversos conflictos de gran intensidad alejan cada vez más las perspectivas de que el mundo pueda resolver sus contradicciones de otra manera que no sea a punta de cañonazos, bombazos y otros actos que muestran el poco o inexistente respeto por la vida humana de quienes los promueven.

No estuve en la frontera ni vi por televisión el concierto que con tanta profusión se anunció. Dice una nota de El Nacional que los medios oficiales ignoraron el evento en el cual el plato principal era la presentación de Alejandro Sanz, virulento opositor del presidente Hugo Chávez. No está bien que lo hayan ignorado. Era, cuando menos, una noticia curiosa. Ahora, cabría preguntarse si el ánimo imperante entre quienes lo organizaron era la promoción de la paz , o si se trataba de un acto con el disimulado propósito de presentar al gobierno venezolano como enemigo de la paz y de encubrir a algunos de los reales enemigos de esta noble aspiración.

Creo que el manager de Juanes salvó la causa cuando pidió al presidente Alvaro Uribe no presentarse en el evento. Ello habría sido la confirmación de que se trataba de un concierto sesgado.

La paz es una consigna que ciertamente une a la humanidad, y sobre todo a quienes han padecido el horror de la guerra. Pero para que esa consigna vibre con toda su fuerza es necesario que no se ignore el origen de los conflictos. Por ejemplo, sería muy bonito un concierto en Bagdad pidiendo por el cese de la violencia, pero no sería justo que el ruido de la música impida escuchar algunas verdades, sobre todo en lo que se refiere a quiénes son los responsables de la guerra. Ni tampoco que al piano o en la batería esté nada más y nada menos que Mr Bush o la propia Condolezza. El olvido es precisamente uno de los principales enemigos de cualquier causa pacifista.

En el espacio latinoamericano, y en particular en tierras colombianas, existe un conflicto armado desde hace más de cincuenta años. La guerrilla, el narcotráfico y el paramilitarismo son los actores principales de este drama que ha cobrado la vida de decenas y decenas de miles de hombres y mujeres. La guerrilla, no hay forma de ocultarlo ni de justificarlo, ha incurrido en acciones francamente repugnantes como el secuestro; y el paramilitarismo, con fuerte anclaje en la clase política y en el sector militar colombiano, tiene un historial criminal no menos repudiable, para lo cual ha contado con el guante de seda del Estado, si lo comparamos con la actitud de éste contra los grupos guerrilleros. El narcotráfico también siembra violencia y es una actividad frente a la cual predomina la doble moral, sobre todo por parte de los países consumidores que pretenden otorgar o negar certificados de buena conducta.

El discurso a favor de la paz no puede ser para exculpar a una parte de los responsables y culpabilizar exclusivamente a la otra. Hablar de la paz no es suficiente si no se crean condiciones para que ella encuentre un camino seguro y duradero, y se concreten escenarios de diálogo para promover soluciones políticas, que fortalezcan y profundicen la democracia y le abran cauce a la justicia.

¿Cuántos colombianos más tendrán que morir para que quienes toman las decisiones se convenzan de que no hay otro camino sino la negociación? La salida militar puede que conduzca a la paz de los sepulcros, pero nunca a la que aspira la sociedad. Por eso no se le puede cantar a la paz al ritmo de la guerra. La paz en Colombia nos abrigaría a todos, al igual que el recrudecimiento del fuego terminaría por quemarnos, tarde o temprano. Y allí no habrá concierto que valga.