En los cines de Cuba, una película de estreno se erige en suceso aun siendo de las menos acunadas por el éxito y la notoriedad. El espectador cubano aplaude invariablemente la llegada de una nueva producción nacional, aunque de su naturaleza exigente y culta proviene posteriormente un juicio colectivo de gran acierto. A pesar de […]
En los cines de Cuba, una película de estreno se erige en suceso aun siendo de las menos acunadas por el éxito y la notoriedad. El espectador cubano aplaude invariablemente la llegada de una nueva producción nacional, aunque de su naturaleza exigente y culta proviene posteriormente un juicio colectivo de gran acierto.
A pesar de su hondo sentido de pertenencia y orgullo por la cinematografía patria -industria cultural de gran arraigo- es capaz de diseccionar un filme con gran agudeza y juicio implacable. Así mismo, desde las lunetas durante la proyección y camino a la puerta de salida del cine, extrovierte sin inhibiciones su parecer sobre el filme en cuestión que acaba de visionar. Da gusto entonces salir de casa y colocarse al amparo de la penumbra de la sala para disfrutar de sus honestas reacciones.
De esa manía escrutadora conoce Manuel Pérez, quien como cualquier director de pura cepa, estudia las reacciones del público con visible emoción y las toma como referente ideal para medirle la temperatura a un filme. Mucho más si se trata de los espectadores de Cuba, proverbiales por su espontaneidad y desinhibición.
Páginas del diario de Mauricio, su más reciente película como director, ha conquistado muy rápidamente al público de la Isla. La principal razón del éxito de esa suerte de crónica de alto valor simbólico sobre la sociedad cubana contemporánea, radica sin dudas en su compromiso espiritual con Cuba. Una Cuba de la resistencia fundada en el amor, cuyas contradicciones y defectos la enriquecen, lejos de empobrecerla. Una Cuba a la cual, como a todo objeto venerado, se le reconocen sus fortalezas y debilidades, pero con la que se está desde adentro. Sería impensable apartarse del objeto amado.
LO ESENCIAL DEL OFICIO
Mi interés por el cine, más allá del espectador común, lo ubico en mis recuerdos cuando tenía 16 años y comencé a motivarme leyendo críticas cinematográficas, por lo que el cine empezó a gustarme como una expresión creativa.
Durante la adolescencia más temprana, mi deseo fue escribir para la radio. En mi época, la cultura que llegaba a mi humilde casa de Lawton era la radial porque la televisión apareció mucho después en Cuba. Por lo tanto, mi curiosidad expresiva, el afán de contar historias está muy ligado a las radionovelas. Mi papá y mi mamá no eran personas cultas, por eso la llegada a la literatura y a otras manifestaciones del arte se va dando en mí muy avanzada la adolescencia.
Entonces, empecé a buscar un ambiente de jóvenes con inquietudes parecidas a las mías. Así llegué en el año 1956 a un cine club barrial nombrado Visión, en el reparto Santo Suárez – me enteré por la prensa de la época -, y allí me encontré a gente con afinidad e intereses por leer libros de cine y ver buenas películas. Era la época del neorrealismo italiano, El ladrón de bicicletas, El limpiabotas… Fue una generación que comenzó a formarse en términos teóricos, porque no teníamos ninguna práctica. Allí también adquirí una formación más integral de la cultura, del teatro, la literatura, la música… compartí con personalidades como Leo Brouwer, Jesús Ortega… había jóvenes de alrededor de veinte años que después fueron figuras destacadas de la cultura.
Cuando triunfó la Revolución en 1959, tenía por supuesto que trabajar para ganarme la vida y como había estudiado contabilidad, trabajaba como auxiliar en una oficina. En el momento en que se funda el ICAIC tengo 19 años, y no jugué un papel importante como el de sus verdaderos fundadores: Alfredo Guevara, Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Santiago Álvarez… pero estuve en esa institución desde el inicio. Ahí inicié una formación autodidacta siendo asistente de dirección de compañeros con más experiencia o de directores extranjeros que venían a Cuba a trabajar. Sobre la marcha fui aprendiendo lo esencial del oficio.
¿Cuándo tuvo una cámara a su disposición?
En el año sesenta trabajé ya con un camarógrafo en ciertos reportajes que dirigí. Estuve en el Pico Turquino cuando Fidel fue con las brigadas universitarias y en 1961 comencé a realizar un documental. Para mi generación y para quienes estábamos interesados en el cine – que no éramos muchos -, la llegada de la Revolución fue un poco como la llegada de los Reyes Magos.
¿Cuánto puede haberle ayudado en su despliegue posterior como realizador de largometrajes de ficción, esa iniciación en el cine a través del documental?
Para algunos el documental representa una etapa formativa – sin subestimarlo – porque sienten que se van a expresar mejor a través de la ficción. En los años sesenta, el documental jugó ese papel. Como es menos costoso, ejercitas el oficio, la edición… y también representaba un modo de consumar un vínculo directo con la realidad inmediata.
Existen los documentalistas de raza. Pienso en Santiago Álvarez, Octavio Cortázar, Oscar Valdés… quienes han transitado por el documental de una manera plena y otros que hemos transitado por el documental de una manera plena y otros, que hemos frecuentado el documental pero nos sentimos más cercanos a la ficción.
En mi caso, el documental fue una experiencia formativa al igual que la asistencia de dirección para, en un momento dado, llegar a la ficción.
El cine suyo muestra gran preocupación social e inicialmente, una fuerte empatía con los temas rurales. ¿Por qué?
Siendo un habanero y un citadino -conocí la isla después del 59- paradójicamente, me interesó inicialmente el tema rural. Mis primeros cortos estuvieron dedicados a la lucha contra bandidos en el Escambray, fueron como ejercicios de ficción: La esperanza y El desertor, que tiene que ver con la lucha de la Sierra Maestra. Me sentí mucho más motivado en aquellos momentos de mi vida con la temática de la violencia rural. Los dos cortos tienen que ver, uno con la lucha en la Sierra contra Batista y el otro con la Limpia del Escambray. No me preguntes por qué. Lo cierto es que me atraía mucho más ese ambiente rural que el citadino.
Cuando pude hacer un largometraje, El hombre de Maisinicú, también regresé a la temática rural y específicamente a la de la lucha contra bandidos. Me basé en la historial real de Alberto Delgado y a pesar de que me estrenaba en la ficción, la película es una reconstrucción un tanto documental; muy influenciada en aquella época por lo que podría ser el cine de Francesco Rossi con su estilo de Salvatore Giuliano. Esa manera de reconstruir la ficción con cierto aire de documental me interesaba mucho.
El hombre de Maisinicú está inspirado en un hecho real. Por una coyuntura estuve en el barco cuando mataron a Alberto, presenciando la última operación de la lucha contra bandidos, porque en aquel momento no había una infraestructura cinematográfica en el MININT para filmar sus operaciones y le pidieron colaboración al ICAIC. Un camarógrafo y yo fuimos designados para filmar la llegada del cabecilla (Cheíto León) que asesina a Delgado.
En ese barco supe que habían matado a un compañero a quien nunca pude ver, que era Alberto, y creo que esos hechos me impactaron tanto, que luego los recreé en la atmósfera del filme, marcando ese estilo entre la ficción y el testimonio.
En Río Negro, vuelvo al tema del Escambray, y después le siguió La segunda hora de Esteban Zayas, ligada también a la lucha contra Batista. Fue una etapa en la cual me atrajeron esas historias rurales, cosa que no pasó con esta última película que acaba de estrenarse, Páginas del diario de Mauricio.
Sin embargo, Páginas… no es la excepción por erigirse en una suerte de testimonio o crónica de un período de nuestra historia.
Cuando dirijo El hombre de Maisinicú, habían pasado ocho años de esa historia que estaba cristalizada y de la cual podía tomar distancia. Con Río Negro sucedió otro tanto y cuando realizo la de Estaban Zayas el viaje epocal fue hasta los años cincuenta. Pero nunca me había enfrentado a una historia tan reciente, que se está viviendo en presente.
Hablar de la Cuba del 2000 es como hablar de la Cuba del 2005, muchos de los problemas siguen existiendo, han tenido una evolución o cambio pero sustancialmente son los mismos.
¿Cuándo surge la idea de Páginas del diario de Mauricio?
Estuve un tiempo largo sin un proyecto personal para largometraje de ficción que me interesase. Dirigí otros documentales, trabajé en el serial Caminos de Revolución, en otro sobre la Operación Peter Pan. En la década del noventa comencé a rumiar la posibilidad de una historia sobre un Mauricio, el personaje protagónico de la película, que me ayudara a reflejar un poco desde su historia personal, lo que se estaba viviendo después de la gran crisis del socialismo en la Europa Oriental. Comencé a escribir sobre un personaje muy cercano a mí, no porque tuviera vínculos directos conmigo pero sí con la gente de mi generación que hoy puede estar o no en Cuba.
Escribí pero no llegué a terminar el argumento. Seguí haciendo otras cosas y dejé dormir el proyecto aunque estaba seguro de mi interés por hacer algo a partir de un protagonista que expresase con sus conflictos lo que yo creo y pienso que ha sido la experiencia de una buena parte de mi generación. Por el año 2000, un buen día se avivó de nuevo el interés y aquel personaje que había quedado dormido despertó. Logré sacar un argumento muy largo pero que tenía un principio y un fin. Empezó un complicado proceso para meter en tiempo la historia, renunciar a muchas cosas y hacerla factible como película pues lo que tenía era casi un serial. Era la historia de Mauricio desde 1959.
Durante ese período trabajé solo, pero choqué el argumento y las versiones del guión con muchísimos compañeros del ICAIC, lo cual fue muy útil. Ya para el 2004 la historia estaba en parámetros aceptables para un largo de ficción.
Allí empezó el trabajo de levantar la producción con las dificultades que tenemos, al tiempo que seguí mejorando el guión que realmente no se concluye hasta la edición.
¿Cuando vuelve a visionar la película encuentra siempre algo que quisiera cambiar?
En este momento preciso en el que hablamos estoy en una etapa de conmoción. Una película cuesta dinero, involucra a mucha gente, no es un libro, una pintura… Detrás de la cámara y delante de ella están numerosos colaboradores durante muchos meses. Y como ya no tengo 30 años, son 66, me siento el reto del tiempo.
Ahora se está produciendo la confrontación con el público porque hasta hace poco la confrontación había sido sólo con los amigos o los involucrados en la película, cuyos argumentos son muy valiosos pero todos tienen un pedacito de su corazón en ella: el fotógrafo, el sonidista, los actores, el editor…
El público no posee ningún vínculo emocional con la historia y aunque uno debe tener seguridad en lo que hace, también debe conservar cierta capacidad de duda. Termino la película y me pasa que no siempre me respira igual. Cuando voy al cine Yara donde la proyección y el sonido es óptimo y me siento de incógnito a verla con quinientas personas, trato de percibir qué pasa, dónde me sorprenden con reacciones inesperadas, y me digo, gracias a esa especie de radar: esto pudo haber sido de otra manera. Después, voy a otro cine donde la proyección no es la misma y la película me respira más lento…
¿Se siente inconforme?
Estoy satisfecho con Páginas del diario de Mauricio en lo fundamental, lo cual no quiere decir que por aquí o por allá pudieron haberse mejorado las cosas. El si yo pudiera… El cine es muy caro, no se trata de un libro que puede corregirse en la imprenta. Es una inversión muy costosa, y lo que quedó no tiene retroceso. Ahora estoy reposando la película. No voy a cambiar de opinión en lo esencial, pero pueden existir aspectos secundarios que se modifiquen en esta confrontación con el público.
De esta película se ha dicho mucho a pesar de su reciente estreno. Roberto Fernández Retamar durante el estreno ha dicho: «…es la película de los que no se fueron, de los que nos quedamos…» ¿Esa perspectiva desde el interior de Cuba fue en usted consciente desde el inicio?
La película, por supuesto, asume el punto de vista de alguien que vive en Cuba comprometido con esta realidad. Puede tener un espíritu crítico de cualquier fenómeno que ve pero siempre desde adentro de Cuba. Es el punto de vista del que forma parte de esta realidad y que al mismo tiempo trata de no verla de una manera complaciente, más bien reflexiva, de meditación. Desde esa óptica es la película de los que estamos aquí.
Existe en el cine la gran épica de un proceso como nuestra Revolución con sus momentos extraordinarios y dramáticos. La cinematografía cubana ostenta grandes ejemplos en ese sentido, pero también coexiste la pequeña historia de cómo esos grandes acontecimientos afectan la vida a nivel familiar e individual.
A veces, por ser el padre de la criatura eres el menos adecuado para hablar de tu hijo. Creo que Páginas del diario de Mauricio es un intento de mi parte por expresar los sentimientos de un sector de la sociedad cubana -ninguna película puede pretender convertirse en el gran fresco de una sociedad- además de lo tan cercanos que estamos a los acontecimientos. Los personajes de esta película son una parte de la sociedad cubana y de una generación específicamente. Es un intento por expresar lo duros y difíciles que han sido estos años para las personas que vivieron y han vivido todos estos años de Revolución y pasaron los duros momentos de la desaparición del campo socialista, no sólo por las consecuencias de tipo económico.
Trato de expresarlo a través de este personaje, Mauricio y también a través de los otros personajes que representan a la generación de la cual formo parte, que al triunfo de la Revolución llega como caída del cielo. Todo era posible, no sólo en Cuba sino en el mundo: la lucha de los negros en Estados Unidos, las luchas en América Latina… Me puse a pensar también en una persona que tuviera mi edad al triunfo de la Revolución (19 años) en 1989 cuando se cae el muro de Berlín, se desploma el socialismo esteuropeo y desaparece el buque insignia que era la Unión Soviética.
Entre esas dos experiencias vitales hay cosas mucho más profundas que 30 años, porque qué acontecimiento más traumático tuvo el siglo XX si excluimos las dos Guerras Mundiales, que la desaparición de ese socialismo. Con Páginas del diario de Mauricio, no sé si logré transmitir esa conmoción pero al menos lo intenté.
¿Mauricio se pudo haber llamado Manuel?
No, porque realmente los conflictos no son los mismos. Creo haber vivido con bastante intensidad todos estos años desde que empecé en el cine club donde adquirí determinada formación política, o sea, que a través del cine yo llego a la política. Lo que sí he vivido muy de cerca son todos los conflictos de mi generación, de los que podían ser menores que nosotros y de la generación que nos antecedió, porque somos contemporáneos de los mismos fracasos y victorias desde el momento del triunfo de la Revolución. Desde ese punto de vista Mauricio es el clásico personaje que uno termina creando con un poco de todos y seguramente también tiene un poquitico de mí.
¿Alguna otra historia ha crecido en paralelo a la de Mauricio?
Mi capacidad en ese sentido es reducida, si estoy en una cosa no puedo estar en dos. Cuando pase esta etapa de relación inicial de la película con el público comenzaré seguramente a escribir algo, porque tengo muchas ganas. No estoy muy claro de qué haré pero tengo la impresión y la esperanza de que si me detengo a meditar saldrán una o dos historias también contemporáneas. Serían como ajustes de cuentas con otros momentos de esta etapa que vivimos, que quedaron guardados en el inconsciente.
La Habana es el escenario de su película. ¿Es esta ciudad un estímulo para la creación?
Soy un habanero de barrio: Lawton, Luyanó, Diez de Octubre, parte de la Víbora. Toda mi infancia, hasta parte de mi vida laboral me tocó por esa zona. Vine a conocer La Habana porque tuve la suerte de que en el año 1955, cuando empecé a trabajar como cobrador, debía recorrerla desde Infanta hasta la Habana Vieja. Como caminaba todo el tiempo, establecí un vínculo muy fuerte con la ciudad de aquellos años y me marcó muchísimo.
Nunca se me había ocurrido una historia que tuviera como escenario a La Habana hasta Páginas del diario de Mauricio. De seguro vivo con esa atadura a la ciudad de la cual no soy totalmente consciente pero indudablemente, su naturaleza está hondamente registrada en mí.