El escritor suizo Martin Suter ha presentado en 2010 la novela «Der Koch» a los 60 años, luego de que hubiera muerto su hijo adoptivo Antonio, de tres años: se atragantó comiendo. Una emboscada en su vida. Punto de inflexión, comienzo de nueva época. «Nada será como fue. No creo que se pueda superar. Queda […]
El escritor suizo Martin Suter ha presentado en 2010 la novela «Der Koch» a los 60 años, luego de que hubiera muerto su hijo adoptivo Antonio, de tres años: se atragantó comiendo. Una emboscada en su vida. Punto de inflexión, comienzo de nueva época. «Nada será como fue. No creo que se pueda superar. Queda una herida abierta a la que tal vez haya que acostumbrarse, pero que nunca cicatrizará. Es otra manera de andar. Su ausencia siempre me acompaña».
El 13 de febrero de 1945 fue el acabose en la ciudad alemana de Dresde. Hace 65 años. Tras la ola de indignación se engendraron mentiras: los rusos habrían consentido el ataque. Fueron los rojos quienes quemaron Gernika. Probablemente, más bien fue la pronta llegada de los rusos la que la libró de la bomba atómica, destinada luego a Hiroshima y Nagasaki. También la proyectada utilización de la bomba atómica (para, como decían los aliados, conocer mejor sus efectos) en una ciudad alemana, aún no bombardeada, se denominaba operación «Trueno», como la operación de bombardeo de Dresde. Christa Nikusch, niña de 12 años, cuenta:
…Presa del pánico corrí en dirección a la escuela que estaba a orillas del Elba, entonces convertida en hospital militar. Como también acabó siendo bombardeada, me refugié bajo un sauce en la ribera del Elba. Allí viví el segundo ataque aéreo sobre la ciudad. Una amazona del circo estaba dando de beber a algunos caballos. Ni ella ni los animales sobrevivieron al segundo ataque. A consecuencia de la gran cantidad de bombas incendiarias, el Elba estaba a punto de hervir, de manera que quienes se arrojaban a él con la ropa ardiendo tampoco allí podían encontrar alivio. Agotada, me quedé dormida, y unas horas después oí el tronar de los aviones sobre mí. Esta vez volaban a ras del suelo y acribillaban todo lo que se movía.
Escribe Brigitte Queck en Tlaxcala que «con esta matanza bárbara y sin sentido de población civil, perpetrada justo antes del fin de la guerra, los aliados querían hacer una demostración de fuerza ante la Unión Soviética y subrayar, con una seguridad «a prueba de bombas» que, tras la capitulación de Alemania y la liberación de los Estados sometidos al yugo fascista, les correspondían algunas ventajas».
¡Qué vergüenza!, exclama Matteo Dell´Aira en el hospital Emergency de Lashkargah en Afganistán, tras la gran operación militar por el progreso y la paz. Vergüenza por lo que provoca esta guerra, cualquier guerra, también las nuestras. Sobre todo las nuestras: Destrucción, muertos, heridos, sangre, trozos de carne humana. gritos feroces y desesperados.
No provoca nada más.
A Said Rahman le trajeron en helicóptero hasta Lashkargah, los mismos helicópteros que antes le habían disparado, a él y a otros . «Todavía lleva en el cuerpo el proyectil, que ha perforado el pulmón derecho a este insurgente de siete años».
Este febrero se han cumplido 65 años de la gran matanza de Dresde, el mismo mes que nuestros gobiernos y naciones demócratas llevan a cabo matanzas en Iraq y Afganistán, quizá con nuestro aplauso y nuestro voto pacífico.
Como ahora hace 65 años en Dresde. Tampoco nada será como antes: en ellos y en nosotros.
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