Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Introducción de Tom Engelhardt.
El tsunami que se produjo en el Océano Índico en 2004 [1], con sus 225.000 o más muertos en un total de once países, conmocionó al mundo; por eso, en las últimas semanas ha ocurrido lo mismo con la devastación causada por el poderoso ciclón (y maremoto) que sacudió el Delta del Irrawaddy en Myanmar. Como resultado, al menos 78.000 muertos (más de 56.000 desaparecidos) [2] y una exhibición de empecinamiento por parte de su junta militar, preocupada únicamente por su propia seguridad mientras su pueblo perece. De forma parecida, un devastador terremoto en la provincia china de Sichuan, que alcanzó los 7,9 grados en la escala Richter y cuyos temblores se sintieron a más de 1.500 kilómetros , ha irrumpido en las noticias. El recuento de víctimas va ya por las 51.000 [3], además de cifras desconocidas de ciudadanos chinos enterrados aún bajo los escombros o aislados en zonas rurales, lo que hace que, hasta el momento, resulte imposible calcular la cifra total de damnificados. Se estima, además, que cinco millones de personas se han quedado sin hogar [4].
Estos son desastres naturales impactantes, que resultan incluso difíciles de asimilar, frente a los que cabe hacerse una pregunta razonable: Si en términos de daños, cualquiera de ellos alcanza la continuada devastación provocada por el hombre (o, expresándolo en términos más exactos, provocada por la administración Bush) en Iraq. Peor aún, porque al contrario que un desastre natural, la catástrofe iraquí no parece tener fin. Nadie puede siquiera adivinar cuándo podrá decirse que ese país está a punto de emprender una etapa de reconstrucción. Muy al contrario, los daños y perjuicios no paran de aumentar una miserable semana tras otra y, en efecto, como ha ocurrido con frecuencia durante el pasado año, Iraq continúa teniendo problemas hasta para entrar en la lista que los medios de comunicación estadounidenses elaboran sobre las diez situaciones más importantes [5] en las que suelen centrar su atención.
Precisamente esta semana, las tropas iraquíes se trasladaron al inmenso y castigado suburbio de Ciudad Sadr, al este de Bagdad, tras semanas de feroces combates. Las primeras descripciones de los daños -en los últimos meses, el poder aéreo estadounidense ha dejado caer con toda regularidad sus obsequios sobre ese depauperado barrio marginal densamente poblado- son devastadoras: «Cuando entré en la barriada», escribe Rahim Salman [6] de Los Angeles Times Online, «la destrucción, tras semanas de combates, era horrible. La mayoría de las tiendas y puestos callejeros están destruidos. Las puertas están arrancadas de sus goznes. Las ventanas destrozadas. Los muros están acribillados de agujeros de bala. Algunos edificios fueron destruidos por los misiles».
Lo terrible es que todo Iraq no es sino una zona devastada. Desde los primeros ataques de la operación «conmoción y pavor» sobre Bagdad, cuando empezó la invasión de la administración Bush en marzo de 2003 -que sólo produjo víctimas civiles [7]-, seguida inmediatamente de bombardeos, ataques con misiles, con obuses e incluso con bombas de racimo en zonas urbanas, a la vez que el ejército invasor estadounidense se adueñaba del norte, la muerte, el caos y la destrucción han encarnado el maremoto de la administración Bush en Iraq. Se estima que hay, por ahora, 4,7 millones de iraquíes [8] refugiados en otros países o internamente desplazados y, dependiendo de qué estudio o cifras se utilicen, de cientos de miles a un millón, o más, de iraquíes han muerto a lo largo de los últimos cinco años. Por otra parte, no hay forma de medir el estrés mental y la angustia que esos años han infligido a los iraquíes.
El New York Times recogía recientemente el trabajo psiquiátrico desarrollado en el hospital psiquiátrico de Ibn Rushid [9] en Bagdad [*], que no cuenta más que con un equipamiento desesperadamente anticuado para atender a una marea de humanidad herida y atormentada, y que ha devenido en un armatoste exhausto del que han huido siete de los once psiquiatras del equipo -hacia zonas kurdas en el norte o al extranjero- por temor a ser asesinados o secuestrados. En algunos de los hospitales y universidades de Bagdad, el equipo ha quedado reducido en un 80%. La economía está hecha polvo; la autoridad gubernamental apenas existe; las enfermedades no paran de extenderse; el sistema sanitario está en ruinas; partes importantes de las clases medias se han marchado; las milicias lo controlan todo; y aún, en medio de esta catástrofe inmensa y espantosa, la administración Bush se obstina inflexiblemente en seguir su rumbo [10].
Recientemente se ha vertido mucho desprecio sobre la junta militar de Myanmar, pero, en todo lo que se refiere a poner de forma recalcitrante los propios intereses frente al bienestar de inmensas masas de almas desesperadas, el Presidente, el Vicepresidente y los altos cargos estadounidenses han demostrado ser una junta planetaria de primer orden. En todas las cuestiones relativas a Iraq, hasta este mismo día, siguen defendiendo obstinadamente los resultados de la versión humana del terremoto de 7,9 grados que han desencadenado en ese país.
Volviendo a enero de 2005, al abordar el tsunami del Océano Indico, Rebecca Solnit [11] escribió: «De alguna manera puede decirse que lo sucedido en Iraq es un tsunami que se ha dejado sentir a quince mil kilómetros del epicentro de un terremoto en Washington DC, un terremoto en la política y en los principios, que allá lejos ha devastado vidas, medio ambiente y ciudades sin cuento…» Pero esta no ha sido precisamente una imagen popular en los medios dominantes estadounidenses; y por eso, en semanas recientes, nadie ha pensado siquiera en relacionar nuestro desastre iraquí en curso con los desastres naturales en Asia, ni los actos de la junta birmana con los de nuestros propios dirigentes en relación a Iraq. Después todo, estamos en gran medida habituados, y por lo general ni nos inmutamos, frente a todo el daño del que somos actualmente responsables.
Y, en efecto, como Michael Schwartz señala, es previsible que continúe la resistencia iraquí a los deseos y designios de Bush. Esta clase de resistencia viene existiendo cuando menos desde que los campesinos católicos de España -los fundamentalistas sunníes de su época- resistieron y finalmente derrotaron al ejército de Napoleón, el mejor en la Europa de su tiempo. Y si juzgamos por las famosas series de aguatintas de Francisco de Goya «Los Desastres de la Guerra » [12], igual que no querrían encontrarse con esos campesinos en un callejón, tampoco desearían verse frente a frente con muchos de los combatientes de la resistencia en el Iraq actual.
Schwartz, cuyos originales e inteligentes análisis de Iraq forman parte desde hace tiempo de Tomdispatch, ha construido ahora a partir de todo ese trabajo un nuevo libro impactante: «War Withouth End» [13], que aparecerá publicado pronto. El artículo que se expone a continuación trata de cómo una nación de 26 millones de seres se las arregla para resistir frente a la «única superpotencia del planeta» -y del precio que paga por ello- y está entresacado de las conclusiones del libro mencionado.
El río de la resistencia
De cómo el sueño imperial estadounidense fracasó en Iraq
Michael Swartz
El 15 de febrero de 2003, los ciudadanos de a pie de todo el mundo se lanzaron a las calles para protestar contra la inminente invasión de Iraq por George W. Bush. Las manifestaciones tuvieron lugar tanto en grandes como en pequeñas ciudades, incluida una reducida pero enérgica protesta en la Estación McMurdo [14], en la Antártida. Hasta 30 millones de personas, que se temían la inminente catástrofe, participaron en lo que Rebecca Solnit [15], esa apóstol de la esperanza popular, denominó como «la mayor y más extendida protesta colectiva que el mundo ha presenciado».
La valoración que a primera vista podría hacerse de la historia de esta notable protesta planetaria es que constituyó un fracaso sin parangón, ya que la administración Bush, menos de un mes después, ordenó a las tropas estadounidenses que cruzaran la frontera kuwaití y se encaminaran hacia Bagdad.
Y todo ello ha sido en gran medida olvidado, o mejor dicho, borrado de la memoria oficial y de los medios. Pero la protesta popular se parece más a un río que a una tormenta; sigue fluyendo hacia nuevas zonas, llevando trozos de su anterior vida hacia otros reinos. Raras veces conocemos sus consecuencias hasta que muchos años después, con un poco de suerte, prosigue finalmente su serpenteante camino. Al dirigirse a todos los que protestaban en aquel mayo de 2003, sólo un mes después de que las tropas estadounidenses entraran en la capital iraquí, Solnit ofreció lo siguiente [16]:
«Probablemente nunca lo sabremos, pero parece que la administración Bush tomó una decisión contra la saturación de bombardeos sobre Bagdad en la operación «Conmoción y Pavor», porque le dejamos claro que el coste sería muy alto en relación con la opinión pública mundial y el descontento civil. Quizá nosotros, millones, pudimos haber salvado unos pocos miles o unas pocas decenas de miles de vidas. El debate global sobre la guerra retrasó lo más duro de la carnicería durante meses, meses en que quizá muchos iraquíes tuvieron tiempo de ser conscientes de la situación, de hacer evacuaciones, de prepararse para la masacre».
Cualquiera que sea la conclusión última sobre ese inesperado momento de protesta, una vez empezada la guerra aparecieron otras formas de resistencia -principalmente en el mismo Iraq- que resultaron también inesperadas. Y sus efectos sobre los objetivos más amplios de los planificadores de la administración Bush pueden localizarse más fácilmente. Piensen en esto: En una tierra del tamaño de California pero con 26 millones de habitantes, un variado conjunto de seres humanos, baazistas, fundamentalistas, antiguos militares, sindicalistas, laicos democráticos, líderes tribales locales y clérigos políticamente activos -aún con habituales peleas-, consiguieron desbaratar sin embargo los planes de la autoproclamada Nueva Roma, la «hiperpotencia» y el «sheriff global» del Planeta Tierra. Y eso, incluso en una primera valoración de la historia, puede probar sin duda que representa un hecho histórico.
Desaparecido en Combate el Nuevo Siglo Americano
Resulta difícil ya hasta recordar la visión originaria que George Bush y sus altos funcionarios tenían de cómo la conquista de Iraq iba a desarrollarse como un mero episodio más de la Guerra Global del Presidente contra el Terror. Tenían claro en sus mentes que la invasión iba a conseguir una victoria veloz, a la que seguiría la creación de un estado clientelista que albergaría cruciales y «perdurables» bases militares estadounidenses [17] [**] desde las que Washington pensaba proyectar su poderío por todo eso que les gusta denominar como «el Gran Oriente Medio».
Además, Iraq iba rápidamente a convertirse en un paraíso del libre comercio, repleto de petróleo privatizado que iba a fluir a tarifas de record hacia los mercados mundiales. Al igual que fichas de dominó que van derrumbándose, Siria e Irán, intimidadas por tal demostración del poder estadounidense, seguirían el ejemplo de Iraq bien mediante nuevas actuaciones militares o porque sus regímenes -y los de hasta 60 países [18] por todo el mundo- serían conscientes de la inutilidad [19] de resistirse a las demandas de Washington. Finalmente, el «momento unipolar» de la hegemonía global estadounidense que el colapso de la Unión Soviética había iniciado se extendería a un «Nuevo Siglo Americano» [20] (junto con una Pax Republicana generacional en casa)-.
Por supuesto que esta visión hace tiempo que ha desaparecido y ha sido en gran medida gracias a la inesperada y tenaz resistencia de todo tipo existente dentro de Iraq. Esta resistencia se integra de muchos más elementos que la inicial insurgencia sunní y ha puesto en entredicho la que Donald Rumsfeld [21] denominó orgullosamente como «la mejor fuerza militar sobre la superficie de la tierra». Pero no parece haber nadie tan imprudente como para sugerir que, en todos sus niveles sociales y a costa de inmensos sacrificios personales, el pueblo iraquí ha frustrado los designios imperiales de una superpotencia.
Por ejemplo, consideren la inmensa variedad de formas en que los sunníes iraquíes resisten la ocupación de su país desde casi el momento en que se vio claramente la intención de la administración Bush de desmantelar completamente el régimen baazista de Saddam Hussein. Faluya, la ciudad mayoritariamente sunní, al igual que otras comunidades por todo el país, formó espontáneamente un nuevo gobierno basado en estructuras locales clericales y tribales. Como muchas de esas ciudades, se evitó lo peor del saqueo posterior a la invasión estimulando la formación de milicias locales que hicieran de policía de la comunidad. Irónicamente, la orgía de saqueos que se produjo en Bagdad fue, al menos en parte, consecuencia de la presencial militar estadounidense, que impidió la creación allí de ese tipo de milicias. Sin embargo, finalmente, las milicias sectarias llevaron una pizca de orden incluso a Bagdad.
En Faluya y en otros lugares, esas mismas milicias se convirtieron pronto en instrumentos eficaces para reducir, y -durante un tiempo- eliminar, la presencia del ejército estadounidense. Durante buena parte del año, enfrentados con los IEDs [siglas en inglés de artefactos explosivos de fabricación casera] y con las emboscadas de los insurgentes, el ejército estadounidense declaró a Faluya «zona imposible», se retiró a sus bases en las afueras de la ciudad e interrumpió las incursiones violentas por las barriadas hostiles. Esa retirada se repitió en muchas otras ciudades y pueblos. La ausencia de patrullas de las fuerzas ocupantes salvó a decenas de miles de «sospechosos de pertenecer a la resistencia» de la frecuente violencia mortal de las irrupciones y asaltos a las casas, y a sus familiares de que les destrozaran sus hogares y les detuvieran a voluntad.
Incluso la más exitosa de las aventuras militares de EEUU durante ese período, la segunda batalla de Faluya de noviembre de 2004, podría también considerarse, desde una perspectiva muy diferente, como un acto triunfal de la resistencia. Debido a que era necesario que EEUU reuniera para llevar a cabo la ofensiva a una proporción importante de sus brigadas de combate (incluso transfiriendo tropas británicas desde el sur para que realizaran labores logísticas), se abandonaron muchas otras ciudades. Y gran parte de esas ciudades utilizaron ese respiro del ejército estadounidense para establecer, o consolidar, gobiernos autónomos o casi autónomos y milicias de defensa, dificultando en gran medida el control de la ocupación.
Por supuesto que la misma Faluya fue destruida [22], con el 70% de sus edificios convertidos en escombros y decenas de miles de sus habitantes en desplazados permanentemente, un sacrificio inmenso que tuvo el inesperado efecto de eliminar durante un tiempo las presiones contra otras ciudades iraquíes. En realidad, la ferocidad de la resistencia en las zonas predominantemente sunníes de Iraq obligó al ejército estadounidense a esperar casi cuatro años antes de renovar sus esfuerzos iniciales de 2004 para pacificar la bien organizada resistencia sadrista en las zonas predominantemente chiíes del país.
La Rebelión de los Trabajadores del Petróleo
En otro escenario completamente distinto, consideren los sueños de la administración Bush de aprovechar la producción petrolífera iraquí [23] para sus ambiciones políticas exteriores. Los objetivos inmediatos, según los veían los planificadores estadounidenses, eran doblar la producción anterior a la guerra y empezar el proceso de transferencia del control de la producción de propiedad estatal a las compañías extranjeras. Tres importantes iniciativas energéticas diseñadas para conseguir esos objetivos se han visto totalmente frustradas por la resistencia desde todos los segmentos de la sociedad iraquí. Los bien organizados trabajadores iraquíes del sector petrolífero jugaron un papel clave en estas acciones, utilizando su capacidad para llevar la producción a un punto de estancamiento que abortara la operación -sólo unos pocos meses después de que EEUU derrocara el régimen de Sadam Husein- de transferir el sureño puerto petrolífero de Basora a manos de la Kellogg Brown and Root , filial entonces de Halliburton.
Este y otros actos precoces de desafío laboral retrasaron el asalto inicial sobre el sistema de producción petrolífera bajo control gubernamental iraquí. Esos actos prepararon también los cimientos de los esfuerzos sucesivos para impedir el paso a las políticas petrolíferas conformadas en Washington y diseñadas para transferir el control de la exploración y producción energética a compañías extranjeras. A los esfuerzos de los trabajadores del petróleo se unieron grupos sunníes y chiíes de la resistencia, gobiernos locales y, finalmente, el nuevo parlamento nacional.
Esa misma clase de resistencia se extendió frente a todo el conjunto de reformas liberales patrocinadas por la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) bajo control estadounidense. Por ejemplo, desde el principio de la ocupación hubo protestas contra el desempleo masivo causado por el desmantelamiento del estado baazista y la clausura de las industrias de propiedad estatal. Gran parte de la resistencia armada fue una respuesta a la pronta y violenta represión de esas protestas por parte de los ocupantes.
Pero más significativos aún fueron los esfuerzos locales para reemplazar los discontinuos servicios gubernamentales de la APC. Los mismos quasi gobiernos locales que habían nutrido las milicias trataron de sostener o sustituir los programas sociales baazistas, desviando a menudo el petróleo destinado a la exportación al mercado negro a pagar los servicios locales y acumular recursos locales como la producción eléctrica. El resultado sería la creación de virtuales ciudades-estado allá donde las tropas estadounidenses no estaban presentes, impidiendo que la ocupación pudiera «pacificar» ninguna parte sustancial del país.
El movimiento sadrista y la milicia del Ejército del Mahdi del clérigo Muqtada al-Sadr fueron probablemente los que más éxito tuvieron -y los más contrarios a la ocupación- de entre los partidos y milicias que buscaban desarrollar sistemáticamente organizaciones cuasi gubernamentales. Trataron de solucionar, aunque fuera de forma mínima, algunas de las necesidades básicas de sus comunidades, suministrando cestas de comida, servicios de alojamiento y tratando de cubrir otras funciones previamente prometidas por el gobierno baazista, pero de las que habían renegado la ocupación estadounidense y el gobierno iraquí que EEUU instaló cuando «transfirió» la soberanía en junio de 2004 [24].
Los ocupantes estadounidenses esperaban que sus planes para la rápida privatización y transformación de la economía estatal generaran sin duda resistencias, pero estaban convencidos de que éstas remitirían rápidamente una vez que la nueva economía se pusiera en marcha. En cambio, según iba avanzando la ocupación, las demandas de ayuda se hicieron más estridentes e insistentes, mientras el país mismo, hundido en el caos y cercano al colapso, veía cada vez pruebas más patentes del fracaso de las políticas de «libre mercado» de la administración Bush.
Una Agenda Iraquí de Retirada
Los funcionarios de la ocupación se enfrentaban con el mismo dilema en el reino de la política. El objetivo original de la administración Buh era instalar un gobierno estable y favorable a Washington, despojado de todo dominio político y económico sobre la sociedad iraquí, pero que conformara un bastión de resistencia ante el poder regional iraní. Esta idea, como las relativas al sector económico y al militar, hace tiempo ya que desaparecieron bajo el peso de la resistencia iraquí.
Tomemos, por ejemplo, las dos importantes elecciones iraquíes, festejadas en los medios dominantes estadounidenses como un logro único de la administración Bush en el, por otra parte, implacablemente autocrático Oriente Medio. Sin embargo, dentro de Iraq había una opinión harto diferente. Es importante recordar que, inicialmente, EEUU planeaba mantener un gobierno suyo directo – la Autoridad Provisional de la Coalición- hasta que el país estuviera completamente pacificado y las reformas económicas completadas. Cuando la APC se convirtió en el odiado símbolo de la indeseada ocupación, cambiaron los planes y llegaron a la idea de instalar un determinado gobierno iraquí a partir de reuniones comunitarias a las que sólo podrían asistir los partidarios de la ocupación. Las elecciones generales se retrasaron hasta asegurar que los ganadores fuesen quienes apoyaban la agenda de Bush. Un estallido de protestas desde las zonas mayoritariamente chiíes del país, dirigidas por el Gran Ayatola Ali al-Sistani, obligó a los administradores de la APC a cambiar a una estrategia basada en elecciones.
Las primeras elecciones, celebradas en enero de 2005, dieron como resultado una considerable mayoría parlamentaria elegida desde programas que pedían calendarios estrictos para una retirada militar total estadounidense del país. Los representantes estadounidenses procedieron entonces a presionar, con contundencia, al recién instalado gabinete para que abandonara esa posición.
Las segundas elecciones parlamentarias, en diciembre de 2005, siguieron una pauta similar. En esta ocasión, el regateo entre bastidores fue eficaz sólo parcialmente. El recién instalado primer ministro, Nuri al-Maliki, incumplió las promesas de su campaña apoyando públicamente una presencia militar estadounidense continuada, lo que causó profundas fisuras en la coalición gobernante. Después de un año de improductivas negociaciones, los 30 sadristas en el parlamento, originariamente partes clave de la coalición gobernante de Maliki, se retiraron tanto de la coalición como del gabinete en protesta ante la negativa del primer ministro a fijar una fecha para el fin de la ocupación. El gobierno y los funcionarios estadounidenses ignoraron posteriores peticiones parlamentarias para fijar una fecha cierta de retirada. Mientras Maliki continuaba en su puesto sin tener la mayoría parlamentaria, la controversia contribuyó a que aumentara la popularidad de los sadristas y a que disminuyera el apoyo hacia los demás partidos chiíes en el gobierno.
A principios de 2008, con la amenaza de elecciones provinciales en noviembre, había pocas dudas de que los sadristas iban a barrer en la lucha por el poder en muchas de las provincias de mayoría chií, y más especialmente en Basora, la segunda ciudad mayor de Iraq y el centro neurálgico petrolífero del sur. Para impedir esta debacle, las tropas del gobierno iraquí, apoyadas y aconsejadas por el ejército estadounidense, trataron de expulsar a los sadristas de las zonas importantes de Basora [25].
Esta utilización de la fuerza militar para impedir una derrota electoral fue sólo uno de los muchos indicios de que el gobierno iraquí estaba sintiendo la presión de la opinión pública. Otro fue la desgana del primer ministro Maliki a mantener una postura antagónica con Irán. A pesar de los fervientes esfuerzos de la administración Bush, su gobierno ha promovido relaciones económicas, sociales y religiosas entre iraquíes e iraníes. Esto incluyó facilitar las visitas a las ciudades santas de Kerbala y Nayaf de cientos de miles de peregrinos chiíes iraníes, así como el apoyo a amplias transacciones petrolíferas entre Basora y firmas iraníes que incluían la distribución y servicios de refinado con el propósito de integrar las dos economías energéticas. Las autoridades estadounidenses vetaron una relación militar formal entre los dos países, pero esto no hizo que la corriente de cooperación diera marcha atrás.
El Río de la Resistencia
Mientras la ocupación seguía adelante, la administración Bush se encontró a sí misma nadando contra una ola de resistencia de un tipo antes inimaginable y cada vez más lejos de sus objetivos. Hoy, ciudades y pueblos por todo el país están en gran medida bajo el dominio de milicias chiíes o sunníes que, incluso aunque estén entrenadas o financiadas por la ocupación, siguen oponiéndose militantemente a la presencia estadounidense. Además, aunque la postrada economía iraquí ha sido formalmente privatizada, esas milicias locales -así como los dirigentes políticos con los que trabajaban- continúan exigiendo que el gobierno financie amplios programas de desarrollo económico y reconstrucción.
El liderazgo político formal de Iraq, enclaustrado dentro de la muy fortificada y controlada por EEUU Zona Verde de Bagdad, sigue obedeciendo públicamente todo lo que se refiere a los planes de la administración Bush de transformar Iraq en un puesto de avanzada en Oriente Medio, lo que implica la presencia continuada de tropas estadounidenses en una serie de megabases [26] construidas en el corazón del país. El resto de la burocracia gubernamental y la inmensa mayoría de las organizaciones de base insisten cada vez más en una pronta fecha de salida de los estadounidenses y en una reversión total a gran escala de las políticas económicas introducidas por la ocupación.
En Washington, tanto para los políticos demócratas como para los republicanos, la idea del puesto de avanzada permanece en el corazón de la agenda política para Iraq de las elecciones de este año, junto con una economía liberal que promueva un sector petrolífero modernizado en el que las firmas multinacionales se dispondrían a utilizar tecnología de vanguardia para maximizar la paralizada producción petrolífera del país.
Sin embargo, la resistencia iraquí, de todo tipo y en todos los niveles, ha impedido que esta visión se convierta en realidad. Porque ha sido y es gracias a los iraquíes que toda la grandilocuencia de la Guerra Global contra el Terror se ha transformado en una desesperada guerra sin fin.
Pero los iraquíes han pagado un precio espantoso por esa resistencia. La invasión y las políticas sociales y económicas que la acompañaron han destruido Iraq, dejando a su pueblo en estado de indigencia absoluta. En los primeros cinco años de esta guerra inacabable, los iraquíes han sufrido más por resistir que si hubieran aceptado y soportado el dominio económico y militar estadounidense. Hayan sido o no conscientes de ello, se han sacrificado a sí mismos para impedir la proyectada marcha militar y económica de Washington por el Medio Oriente rico en petróleo camino hacia un Nuevo Siglo Americano al que no se llegará ya nunca.
Ya pasó el momento en que el resto del mundo tenía al menos que sostener una pequeña porción de la carga de la resistencia. Eso ocurrió cuando las protestas mundiales de antes de la guerra conformaron las fuentes río arriba de la futura resistencia, por eso serían ahora otros, especialmente los estadounidenses, quienes se resistirían ante la misma idea de que Iraq pudiera convertirse alguna vez en el cuartel general de una presencia permanente de EEUU que, en palabras del autor de los discursos de Bush David Frum [27], «pondría a EEUU más enteramente a cargo de la región que cualquier otra potencia desde los tiempos de los otomanos o quizá incluso desde los romanos». Después de todo, y al contrario que los iraquíes, los ciudadanos de los EEUU están únicamente tomando posiciones para enterrar ese sueño imperial por los siglos de los siglos.
NOTAS:
Enlaces con artículos referidos por los autores:
[1] http://en.wikipedia.org/wiki/2004_Indian_Ocean_earthquake
[2] http://ap.google.com/article/ALeqM5iy-MfhL N9Q7MwtQ1VlrvexLjr2dAD90P9DG00
[3] http://news.bbc.co.uk/2/hi/asia-pacific/7414249.stm
[4] http: //seattletimes.nwsource.com/html/nationworld/2004428062_china21.html
[5] http://www.journalism.org/node/11130
[6] http://latimesblogs.latimes.com/babylonbeyond/2008/05/iraq-a-scarred.html
[7] http://www.slate.com/id/2092759/
[8] http://w ww.un.org/apps/news/story.asp?NewsID=26494&Cr=iraq&Cr1 =
[9] http://www.nytimes.com/2008/05/20/world/middleeast/20psychiatry.html?_r=1&oref=slogin
[10] http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2008/05/19/AR2008051902174_pf.html
[11] http://www.tomdispatch.com/post/2095/rebecca_solnit_on_sontag_and_tsunami
[12] http://www.napoleonguide.com/goyaind.htm
[13] http://www.amazon.com/dp/193185954X/ref=nosim/?tag=nationbooks08-20
[14] http://en.wikipedia.org/wiki/McMurdo_Station
[15] http://www.amazon.com/dp/1560258284/ref=nosim/?tag=nationbooks08-20
[16] http://www.tomdispatch.com/post/3 273/the_best_of_tomdispatch_rebecca_solnit
[17] http://www.tomdispatch.com/post/59774/a_permanent_basis_for_withdrawal_
[18] http://news.bbc.co.uk/2/hi/americas/1547561.stm
[19] http://query.nytimes.com/gst/fullpage.html?res=9F01EEDE1E38F937A2575AC0A9679C8B63
[21] http://www.defenselink.mil/transcripts/transcript.aspx?transcripti d=2217
[22] http://www.tomdispatch.com/post/2124/michael_schwartz_desolate_falluja
[23] http://www.tomdispatch.com/post/174779/michael_schwartz_the_prize_of_iraqi_oil
[24] http://www.tomdispatch.com/post/1516/adam_hochschild_on_ hubris_and_the_pseudostate
[25] http://www.salon.com/opinion/feature/2008/04/01/basra/index.html
[26] http://www.tomdi spatch.com/post/174858
[27] http://www.williambowles.info/ini/2007/0307/ini-0475.html
N. de la T.:
[*] Véase en Rebelión la traducción del artículo de Erica Goode aludido en el texto: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=67901
[**] Véase en Rebelión la traducción del artículo de Tom Engelhardt aludido:
http:// www.rebelion.org/noticia.php?id=27065
Enlace con texto original en inglés:
http://www.tomdispatch.com/post/174935/tomdispatch_michael_schwartz_the_loss_of_an_imperial_dream