Es necesario plantearse la cuestión de qué es una vida vivible, lo que implica redefinir el propio término de bienestar más allá de la identificación con la capacidad de consumo mercantil que plantea la economía ortodoxa
LA BOCA DEL LOGO
La cartografía global actual podría configurarse como una gran arquitectura en la que se van superponiendo fronteras que aíslan y excluyen a las personas, reordenan los territorios bajo mecanismos de violencia estructural, expulsiones y desalojos en la que, sin embargo, las mercancías siguen ampliando sus niveles de movilidad.
En este escenario, se ha venido produciendo una «crisis de los cuidados» provocada por un sistema económico neoliberal que ha venido excluyendo de manera sistemática a amplios sectores de la población del acceso a recursos básicos necesarios para satisfacer sus necesidades de reproducción, biológica y social.
Esta crisis de los cuidados se ha producido como consecuencia de avanzar hacia un proceso de globalización en el que el mercado libre aparece en el epicentro y el objetivo último es la acumulación de capital, empleando a las personas y a la naturaleza como recursos para ser explotados.
Dejar atrás el sistema neoliberal radica en conformar otros modos de pensar y hacer economía, afrontar una transformación de fondo para desplazar a los mercados y volver a poner la vida y las personas en el centro. Es crucial construir teorías críticas cuyos postulados avancen hacia la consecución de otros objetivos con diferentes principios y valores, un cambio en las visiones y políticas de quiénes y cómo hacer economía, qué y cómo producir, qué y cómo consumir para, en última instancia, reproducir la vida.
Para propiciar el desarrollo de una «contrageografía global» es necesario, por tanto, un nuevo modelo construido desde unas economías enraizadas en los saberes populares, la clase, etnia y territorio. La inclusión de una perspectiva feminista en la construcción de estas iniciativas de desarrollo (local) bajo los parámetros de un sistema alternativo (social y solidario) es una cuestión ineludible para poder incluir en su conformación el papel de la mujer en la sociedad y en el territorio, reconociendo las diferencias de roles y la situación desigualitaria desde la que parten en cualquier ámbito de análisis.
A lo largo de la historia de la Teoría Económica más reciente, se ha planteado un modelo en base a un esquema por el cual las empresas contratan tiempo de trabajo remunerado (empleo) a través de un salario, que permite a los hogares adquirir todos los bienes y servicios para la subsistencia de las personas, reproduciéndose así la fuerza de trabajo que vuelve a ser contratada por las empresas.
En este esquema no se está teniendo en cuenta el trabajo doméstico y de cuidados y su importancia, no sólo como reproductor de la fuerza de trabajo, sino como paradigma del bienestar humano. El cuidado humano supone tiempos, espacios y relaciones en los que se desarrollan trabajos y actividades que producen bienes, servicios y atención necesarios para la reproducción cotidiana y generacional de la gente y de las colectividades -no sólo de la fuerza de trabajo-.
La Economía Feminista plantea, como una de las cuestiones centrales de su discurso, el papel del trabajo doméstico y de cuidados. Su abordaje, desde una visión anticapitalista y antipatriarcal, se contrapone al sistema mercantilista centrado únicamente en las relaciones de producción monetizadas, olvidándose del resto de relaciones que son, sin embargo, cruciales para el desarrollo de la vida.
Hablar de la sostenibilidad de la vida desde la corriente feminista se refiere a una consideración del sistema socioeconómico que excede los mercados y lo entiende como un engranaje de diversas esferas de actividad (unas monetizadas y otras no). Desde esta perspectiva, es necesario plantearse la cuestión de qué es una vida vivible, lo que implica redefinir el propio término de bienestar más allá de la identificación con la capacidad de consumo mercantil que plantea la economía ortodoxa.
Paralelo a este discurso aparecen otras propuestas alternativas al modelo hegemónico que también cuestionan el centralismo de los mercados y que articulan otras formas de desarrollo y conformación de un sistema socioeconómico como es la Economía Solidaria (ES).
Las diferentes visiones de la ES valoran los bienes y servicios por su valor de uso, es decir, por su contribución a la reproducción de las comunidades y no por el valor de cambio, mecanismo usual del sistema mercantilista en su búsqueda por el alto margen de ganancia en los intercambios económicos. Esta visión (es) plantea entonces desmercantilizar las relaciones y los bienes y servicios que satisfacen las necesidades humanas y garantizan la vida de todas las personas.
Asimismo, este modelo devuelve centralidad al trabajo y contribuye a recomponer el nexo entre producción y consumo, lo que permite ver las contradicciones y límites del modelo económico actual.
La Economía Feminista y la Economía Social y Solidaria abordan, por tanto, aspectos involucrados en la crisis de reproducción de amplios sectores de la población y en particular de las mujeres. El patriarcado, la naturalización de lo reproductivo como una responsabilidad femenina, la separación entre producción y reproducción son factores presentes en la construcción hegemónica de lo que se ha entendido como «economía» dando lugar a procesos de injusticia estructural.
No obstante, aunque los principios de la Economía Solidaria se integran con los objetivos y propuestas de la Economía Feminista, no siempre está explícito el enfoque de género. Como ya afirma Yolanda Jubeto, esta ausencia no es algo excepcional sino que se repite en la mayoría de las teorías consideradas alternativas como el Enfoque de las Capacidades o las propuestas del Buen Vivir.
La articulación de las diferentes propuestas para la conformación de un discurso capaz de romper con el modelo imperante es, sin duda, uno de los desafíos a los que se enfrentan todas las escuelas de pensamiento heterodoxas contrarias a un sistema en el que las personas jugamos un papel meramente instrumental.
Nota:
La temática de este artículo está basada en la publicación de Economistas Sin Fronteras El enfoque de género en la Economía Social y Solidaria: Aportes de la Economía Feminista, que he tenido el placer de coordinar y cuenta con siete miradas y experiencias distintas de -casi en su totalidad mujeres- personas vinculadas a entidades de la sociedad civil, movimientos de mujeres y la academia.
María Atienza. Técnica de la Red de Economía Alternativa y Solidaria de Madrid y colaboradora en Economistas sin Fronteras.