Durante décadas, buena parte de la izquierda dejó de hablar de planificación económica debido a su asociación con la burocracia soviética. Sin embargo, la realidad de la intervención estatal masiva en las economías capitalistas hace que la planificación democrática sea ineludible.
En su canción «L’Estaca», Lluís Llach compara la dictadura franquista con una estaca clavada en la tierra que, si se tira con suficiente fuerza, finalmente cederá y caerá. Desde fines del siglo XX, la economía capitalista neoliberal se parece bastante a eso: se tambalea debido a sus crisis recurrentes, pero sigue siendo difícil de derribar del todo. En este contexto, el concepto —largamente olvidado— de «planificación» o de «economía planificada» vuelve a aparecer en el discurso político.
Este término tiene sin duda diferentes significados y grados de radicalidad, dependiendo de la posición política de quienes lo proponen. Sin embargo, el resurgimiento de este concepto dentro de la izquierda refleja un creciente interés por pensar de forma práctica sobre cómo crear un orden socialista sólido y bien anclado, capaz de resistir los golpes que inevitablemente tendrá que afrontar.
¿Una idea obsoleta?
La economía planificada fue definida originalmente por socialistas de principios del siglo XX —como Otto Neurath en Economic Plan and Calculation in Kind— como la antítesis del laissez-faire y el libre mercado, que asume la competencia entre productores privados y la maximización de los beneficios como criterio rector de las decisiones sobre la producción. En cambio, la planificación se caracteriza por 1) la colectivización de las decisiones de producción y la cooperación entre las unidades de producción, basada en 2) la evaluación directa de las necesidades sociales, sin mediación monetaria.
A la luz de los fracasos del sistema de planificación centralizada en la Unión Soviética, el debate sobre el cálculo económico socialista y el auge de la hegemonía neoliberal, hasta tiempos recientes la izquierda había optado por dejar de lado las reivindicaciones de planificación económica. Sin embargo, en las últimas décadas, a medida que la coordinación del mercado demuestra depender de intervenciones estatales masivas y las crisis ecológicas desacreditan aún más la ideología de la autorregulación del mercado, las reflexiones sobre las economías planificadas fueron resurgiendo. Esto, además, permitió una renovación significativa del concepto.
Los recientes llamamientos a la planificación adornan ahora sistemáticamente la palabra con el calificativo «democrática» —como ilustra la reciente creación de la Red Internacional para la Planificación Económica Democrática— para sugerir que se puede evitar la captura autocrática. El papel potencial de la tecnología digital para superar las ineficiencias de la planificación del siglo XX es ahora objeto de un amplio debate.
A pesar de estos esfuerzos por rehabilitar el concepto de planificación, parte de la izquierda radical sigue mostrándose reacia a aceptarlo, y ello al menos por dos razones. En primer lugar, lejos de ser exclusiva de la izquierda, la planificación (ecológica) es ahora un término adoptado por un amplio espectro político, que incluye, irónicamente, a algunos defensores del liberalismo económico. Según la definición anterior, una economía totalmente planificada se corresponde teóricamente con un modo de producción socialista. Sin embargo, dado que el mercado autorregulado es una ficción, el propio capitalismo tiene que recurrir a la planificación en la práctica.
Pensemos en el dirigismo de la posguerra en Francia, donde los líderes empresariales y el Gobierno se reunían para reducir los riesgos de inversión; en la planificación intraempresarial, que crece a medida que se concentra el capital; o en la planificación interempresarial, como expresión del poder del capital concentrado para subordinar a firmas más pequeñas. Los actores privados que buscan una posición monopolística eluden constantemente las restricciones competitivas.
Junto a estas formas dominantes de negación de las relaciones competitivas existen también formas embrionarias de planificación ecológica, motivadas por el intento desesperado de conciliar la descarbonización con la necesidad imperiosa de la valorización del capital. Esta planificación ecológica compatible con el capitalismo aparece así más como un programa de rescate del sistema capitalista que como un proyecto revolucionario destinado a sustituir el dominio del mercado por una dirección consciente y colectiva.
En segundo lugar, incluso si nos atenemos a una definición radical o socialista de la planificación, es de sobra conocido que el término arrastra el desgaste del ideal político que representa. ¿Por qué avergonzarnos con un término asociado al autoritarismo y al productivismo cuando lo que queremos es un socialismo democrático y verde? El problema es que, para demostrar que la «planificación democrática» no es un oxímoron inútil, sus defensores suelen embarcarse en un ejercicio especulativo, diseñando un sistema abstracto no basado en el mercado. Sus modelos —por ejemplo, el modelo ParEcon [Participatory Economics] promovido por Michael Albert y Robin Hahnel, o el modelo de planificación informatizada de Paul Cockshott y Allin Cottrell— son coherentes pero cerrados en sí mismos, lo que deja poco margen para la experiencia política real y la imaginación.
Es como si demostrar que la planificación no es necesariamente productivista y tecnocrática requiriera desconectarla de los problemas y la dinámica del mundo real. En consecuencia, estos modelos de economías planificadas tienen dificultades para convencer a los escépticos, que pueden remitirse a la crítica de Friedrich Engels en Del socialismo utópico al socialismo científico: al hacer que «la solución de los problemas sociales […] brotara del cerebro humano», «se perdieron en la pura fantasía».
La cuestión aquí no es tanto pensar en el futuro antes de que llegue, sino no explicar cómo este futuro está arraigado en las contradicciones del modo de producción existente. A este respecto resultan útiles los esfuerzos de Cédric Durand y Razmig Keucheyan por responder a esta crítica en su obra de 2024 Comment Bifurquer. Ambos desarrollan una visión del ecosocialismo basada en instituciones y políticas ya existentes, que rediseñan como un «sustituto funcional» del imperio del lucro y el cálculo monetario, en lugar de un mero complemento.
En resumen, el término «planificación» se refiere a realidades diferentes, ya sea que se aborde en términos teóricos o prácticos. Teóricamente, se definió como un modo de coordinación opuesto al mercado, como la organización de la producción por parte del colectivo, basada en una evaluación directa de sus necesidades. En la práctica, es instrumentalizado por una diversidad de agendas políticas y adolece de la obsolescencia de su imaginería política y de las visiones abstractas que promueven sus defensores radicales.
Ante esta divergencia entre la teoría y la práctica, los escépticos podrían decir que la planificación es solo un término redundante para la democracia económica o un caballo de Troya para la tecnocracia. Entonces, ¿por qué no deshacernos de este término y abogar en su lugar por el socialismo ecológico o la democracia económica?
Un argumento minimalista a favor de la planificación
Aquí argumentaré que la planificación simplemente no puede ser descartada porque es necesaria para sostener cualquier tipo de economía, ya sea capitalista, autocrática o democrática. Al centrarse en el peligro de que la imagen ideal de una economía planificada no exista en la práctica, los debates sobre la planificación dentro de la izquierda corren el riesgo de ocultar este hecho básico.
Desde este punto de vista, defender la planificación no debería equivaler a diseñar un modelo económico perfectamente democrático, eficiente y bien engrasado. En cambio, podría derivarse simplemente de la conciencia de que debe haber planificación si queremos dar a un sistema alternativo la oportunidad de existir y perdurar en el tiempo. Este argumento minimalista a favor de la planificación nos invita a cambiar el enfoque, pasando de la posibilidad de planificar democráticamente a la necesidad de planificar para que el propio socialismo democrático exista.
Para ilustrar esta idea vale la pena considerar el Proyecto Cybersyn y el socialismo chileno bajo la presidencia de Salvador Allende (1970-1973). Este caso es especialmente interesante porque supuso un uso pionero de las tecnologías de la información para planificar la economía, junto con una rápida democratización económica. ¿Cómo interactuaron estos dos aspectos del socialismo chileno? ¿Fue útil el aparato tecnológico de planificación de Cybersyn para el establecimiento de un poder popular? ¿Habría existido este último sin el primero?
Sin duda, es necesario distinguir entre el proyecto tecnocrático Cybersyn, organizado por el Gobierno, y el movimiento popular democrático y espontáneo de las fábricas chilenas. Como destacó el historiador Eden Medina en Cybernetic Revolutionaries: Technology and Politics in Allende’s Chile, las afirmaciones de que el proyecto Cybersyn empoderaría a los trabajadores y serviría a la planificación democrática no se hicieron realidad en la práctica. Solo los ingenieros y los directivos —no los trabajadores— participaron activamente en el diseño del sistema, tal y como denunciaron las viñetas de la prensa socialdemócrata occidental, que describían Cybersyn como un proyecto autocrático al estilo del Gran Hermano.
El pueblo, por su parte, no esperó a que Cybersyn se implantara en la economía real para tomar el control de las fábricas. Desde esta perspectiva, ambos fenómenos eran inconexos y contradictorios. Pero esta imagen debe matizarse si se analizan los acontecimientos de la huelga de camioneros de 1972, un grave intento de paralizar la economía y derrocar al gobierno de Allende. En aquel momento, la red de teletipos del proyecto Cybersyn se utilizó para resistir la huelga. Las herramientas tecnológicas de planificación resultaron útiles para preservar la economía gobernada por el poder popular ante perturbaciones repentinas.
Ante problemas urgentes de abastecimiento que amenazaban con paralizar el país, la red de máquinas de télex sirvió para comunicar información urgente sobre la producción diaria y coordinar las fábricas de todo el país, como detalló Evgeny Morozov en su podcast The Santiago Boys. Cybersyn proporcionó los mecanismos para coordinar las decisiones sin invadir la redistribución del poder de decisión al pueblo. Las herramientas de planificación se pusieron al servicio del poder popular, lo que le permitió minimizar los daños causados por los opositores al gobierno de Allende. Esta fue una condición necesaria para preservar, aunque fuera temporalmente, la incipiente y vulnerable reorganización de la economía según criterios democráticos.
La experiencia chilena, como tantas otras, nos enseña que el establecimiento del poder popular expone el flujo de recursos a choques masivos y repentinos. Estos pueden ser provocados desde el exterior, por la resistencia del poder dominante a su derrocamiento (como el sabotaje, el embargo o los boicots), o desde el interior, por la profunda reestructuración de la propia economía (por ejemplo, el decrecimiento).
Independientemente de su origen o intención, estas crisis pueden amenazar la supervivencia y la reproducción de la inversión de las relaciones de clase. Porque un sistema, ya sea capitalista o socialista, depende de condiciones materiales para su supervivencia. Por lo tanto, pensar en la planificación significa tomarse en serio la cuestión del mantenimiento de cualquier orden económico, especialmente uno que carece de los mecanismos de coordinación del capitalismo (la competencia generalizada del mercado) y está expuesto a profundas inestabilidades que amenazan la satisfacción de las necesidades de la población.
Complejidades de la democracia
Este ejemplo sugiere, por tanto, que la planificación no queda de algún modo superada por la democracia económica, sino que es necesaria para mantenerla. Llevando las cosas un paso más allá, podríamos preguntarnos si es concebible una economía democrática no planificada, incluso abstractamente, sin tener en cuenta los choques y las perturbaciones causados por la transición revolucionaria.
En una economía así, un grupo definido llamado «el pueblo» tomaría decisiones soberanas sobre las opciones de producción en función de sus necesidades, sin otra restricción que la disponibilidad de recursos. Pero, ¿qué ocurre cuando «el pueblo» toma una decisión cuyas consecuencias se desarrollan a largo plazo y afectan necesariamente a un segundo grupo, las personas que vivirán en el futuro? Del mismo modo, ¿qué ocurre cuando reconocemos las diversas esferas y escalas posibles para definir «el pueblo»? Si la democracia se ejerce en múltiples niveles territoriales y temporales, ¿cómo podemos garantizar que una decisión tomada en una escala no entre en conflicto con otra tomada en otra?
La necesidad de planificar surge de las múltiples expresiones de la soberanía popular; en nombre de esa misma soberanía. Ninguna decisión democrática tomada en ningún lugar puede ser absoluta, ya que inevitablemente entraría en conflicto con otras tomadas en otros lugares y momentos. Planificar, por lo tanto, es tener en cuenta la interdependencia generalizada entre las diferentes expresiones democráticas y los recursos que movilizan. Es garantizar una mediación permanente entre estas expresiones y sus respectivas reivindicaciones. Una vez más, no se trata de capturar el poder de decisión, sino de permitir que estas instancias potencialmente conflictivas coexistan y dialoguen.
La idea de planificación que defendemos aquí no se parece en nada a los modelos purificados e idealizados diseñados por algunos entusiastas de la planificación: se refiere a espacios y prácticas dedicados a la mediación de conflictos (y no a la negación de los mismos). En este sentido, planificar una economía no implica diseñar y ceñirse a una regla contable inmutable que sustituya al valor de cambio y que pueda orientar deductivamente todas las decisiones de producción. Se refiere simplemente a prácticas inductivas de comunicación, debate y adaptación entre las distintas instancias democráticas. La planificación democrática puede redefinirse así como la interconexión consciente entre distintos órganos democráticos.
Para utilizar un término central en el Proyecto Cybersyn, la idea de planificación va de la mano del reconocimiento de que una sociedad solo puede sobrevivir si tiene «autocontrol», es decir, si se adapta a las perturbaciones y los choques que amenazan sus diversos sistemas. Una economía socialista no aboliría el control, sino que cambiaría la forma en que se ejerce, de modo que las relaciones democráticas de producción se convirtieran en un modo de producción operativo y sostenible en lugar de seguir siendo un sueño efímero.
Traducción: Florencia Oroz
Hannah Bensussan. Economista política en la Universidad Sorbonne Paris Nord. Su trabajo se centra en el capitalismo digital y la coordinación económica.
Fuente: https://jacobinlat.com/2025/07/la-planificacion-economica-no-deberia-ser-mala-palabra/