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La pobre jugada de Argentina

Fuentes: La Jornada/The Economist

La moratoria ofrece la oportunidad de comenzar de nuevo, pero es el reconocimiento de los fracasos anteriores, no la base del éxito futuro

¿Cuáles son las lecciones del éxito de la restructuración de la deuda externa argentina? Como éxito en sí es incuestionable: Argentina ha logrado una aceptación de 76 por ciento a un nuevo pacto que reduce en 70%, en valor actual neto, 100 mil mdd de su deuda. Todo el mundo necesita aprender la lección. Argentina también requiere aprovechar la oportunidad. Aunque más parece merecer la fama de ser un país que nunca pierde la oportunidad de perder una oportunidad.

Las lecciones

La primera lección es que si un país soberano ha llegado a la conclusión de que es más lógico entrar en moratoria que pagar su deuda, sólo un soberano más poderoso puede hacerlo cambiar de opinión. Acreedores privados no pueden embargar a un soberano como podrían hacerlo con un deudor privado que se declarase en bancarrota, al menos en países donde existen normas sobre quiebras. El finado Walter Wriston, de Citibank, alguna vez afirmó que «un país no se va a la bancarrota». Tenía razón. Los países no se van a la bancarrota. Pero sus acreedores sí.

La segunda lección se sigue de la primera. Prestar a los soberanos puede ser riesgoso, cierto, en particular a los que tienen merecida fama de imprudentes. Las recompensas y los riesgos son dos caras de la misma moneda. Así que nadie debería sentirse sorprendido o traumado porque ocurran moratorias.

La tercera lección es que las preocupaciones sobre el riesgo moral ocasionado por los paquetes de rescate se han exagerado tremendamente. Tanto acreedores como deudores se dan cuenta ahora de que la ayuda oficial no les evitará las consecuencias de la insolvencia. Los acreedores han sufrido pérdidas enormes. Argentina ha descubierto que el Fondo Monetario Internacional le prestó la cuerda con la cual colgarse. La ayuda externa no afianzó a los políticos argentinos; sólo logró que el resultado de sus errores fuera más doloroso.

La cuarta lección es que, por costosa que sea una moratoria, evitarla resulta a veces mucho más costoso. Los costos para el negligente son obvios: crisis económica, reputación perdida, intereses más altos y desorden financiero. No existe un camino fácil de seguir, es la conclusión de países como Brasil bajo el mando del presidente Luiz Inacio Lula da Silva. Pero una vez que los acreedores se percatan de que los costos de evitar la moratoria son, al menos para el país deudor, mucho mayores que los de la moratoria, se crea un círculo vicioso: las tasas de interés se elevan, el crédito se seca, la economía se debilita, la credibilidad se deteriora aún más y en consecuencia las tasas de interés se van todavía más arriba. En 2001 la economía de Argentina se contraía mientras las tasas de interés de sus préstamos foráneos se hallaban muy por encima de las tasas de los bonos del Tesoro estadunidenses. En esta situación, no decretar la moratoria es una opción increíble y en esencia impracticable.

La quinta lección es que una vez que la moratoria se convierte en la opción menos mala, la moratoria óptima probablemente sea la más profunda. Enfurecerá a los acreedores, como ocurrió con Argentina, pero ser digno de crédito depende de la voluntad manifiesta de un país de pagar su deuda y de su capacidad de hacerlo. Una vez que un gobierno cae en moratoria, su buena voluntad para pagar el débito futuro se pondrá en duda. Los posibles acreedores centrarán su atención en su capacidad de pago. No tendría mucho caso una moratoria que no fuera lo bastante profunda para mejorar en forma dramática la capacidad de pagar la deuda.

En el caso de Argentina, esto puede representar la mayor dificultad. Aun después de su actual disminución, el monto de la deuda pública como proporción del producto interno bruto seguirá siendo incómodamente alto: casi 75% .

La sexta lección es que la comunidad internacional en general y el FMI en particular están obligados a repensar su estrategia en el caso de una moratoria. Muchas de las más detalladas lecciones respecto al papel del FMI en la irrupción de la crisis fueron expuestas en un excelente informe de la Oficina Independiente de Evaluación del Financiamiento, publicado el año pasado. Pero persiste una gran interrogante en cuanto al papel del Fondo en la orientación de las subsecuentes negociaciones. Si bien el manejo de las negociaciones no debe ser responsabilidad del FMI, sí le corresponde orientar a acreedores y deudores respecto del nivel sustentable del pago de la deuda a futuro. Esto, a su vez, dependería de su percepción de las expectativas de crecimiento económico y del superávit fiscal sustentable. La séptima lección es que el «mecanismo soberano de restructuración de la deuda» propuesto por el FMI en 2002 es innecesario y podría incluso ser perjudicial. Innecesario porque un país soberano es capaz de obtener una restructuración por su cuenta; perjudicial porque hace que la moratoria parezca normal. Y mientras más normal parezca caer en moratoria, más alto será el precio del crédito y más costosa será la moratoria misma. Los países soberanos no pueden ser conducidos a la bancarrota. Lo que se espera del FMI es una mayor disposición a brindar orientación respecto de los aspectos macroecónomicos de la restructuración de la deuda.

¿Hacia dónde se dirige Argentina? El país es capaz, oh sí, de desperdiciar cualquier oportunidad. Eso es todo lo que la moratoria ofrece, una oportunidad de comenzar de nuevo. Pero constituye simplemente el reconocimiento de los fracasos anteriores, no la base del éxito futuro.

El FMI sólo debe llevar adelante el polémico programa de refinanciamiento de deuda que mantiene con Argentina si es susceptible de funcionar a largo plazo.

Argentina demuestra una vez más por qué ha sido una morosa serial y un fracaso económico de larga data. Esa puede ser la menos importante de las lecciones. Pero es de las más deprimentes.