En la mayoría de los países de ambos lados del Atlántico Norte no existe plena conciencia entre la población de la extraordinaria concentración de riqueza existente en estos países, resultado de la aplicación de políticas neoliberales por parte de sus gobiernos en los últimos treinta años, desde comienzos del periodo neoliberal en los años ochenta […]
En la mayoría de los países de ambos lados del Atlántico Norte no existe plena conciencia entre la población de la extraordinaria concentración de riqueza existente en estos países, resultado de la aplicación de políticas neoliberales por parte de sus gobiernos en los últimos treinta años, desde comienzos del periodo neoliberal en los años ochenta hasta ahora. La desregulación de los mercados, incluyendo los financieros (que ha significado que las rentas superiores de tales sociedades y sus instituciones financieras, como los bancos, no tengan limitaciones en sus comportamiento especulativos) y de los laborales (forzando un descenso de los salarios y de la protección social, conllevando un descenso de las rentas del trabajo con el consiguiente aumento de las rentas del capital, del cual derivan las rentas los sectores más pudientes de la sociedad), así como las bajadas de impuestos (que han beneficiado predominantemente a tales sectores más pudientes), ha facilitado una concentración de las rentas y de la propiedad que ha alcanzado un nivel que no se había visto desde principios del siglo XX. La abrumadora evidencia (que no es fácil de obtener, pues los ricos y superricos tienen unas cuentas muy poco transparentes) muestra que se ha alcanzado una concentración tal que está afectando negativamente la vida económica y la vida política de tales países. Veamos primero los datos.
En EEUU, el investigador que ha estudiado más tal fenómeno es el profesor G. William Domhoff, que ha documentado que en aquel país el 1% de la población (los superricos) posee el 43% de todos los activos financieros, es decir acciones (38%), valores (60%) y participaciones (62%). En realidad, si añadimos los ricos a los superricos, vemos entonces que el 10% de la población posee el 90% de tales activos y más del 80% de toda la propiedad inmobiliaria (excepto las casas donde viven las personas). Tal como el profesor Domhoff concluye, «el 10% de la población posee el país: son los propietarios de EEUU». Un indicador de esta concentración de la riqueza y de las rentas que de ella derivan es el enorme crecimiento del consumo de lujo. La venta de la versión más cara y exclusiva del automóvil Mercedes-Benz ha alcanzado niveles nunca vistos antes. Como señalaban las páginas económicas del The New York Times (03.08.11) «el consumo de lujo se ha disparado», señalando la venta récord de corbatas de 250 dólares, anillos de oro y diamantes de 10.000 dólares, y toda una gama de productos de lujo fuera del acceso de la población normal y corriente (ver el artículo de Paul Street titulado «The Filthy Rich» en Z Magazine, octubre de 2011) un tanto semejante ocurre en Europa. La venta de coches Porche ha aumentado un 45% desde el año pasado y un porcentaje semejante de Rolls-Royce. En ambos lados del Atlántico el número de superricos está creciendo. Y la riqueza de cada uno está creciendo.
Mientras esta enorme concentración de las rentas y de la propiedad orientada hacia un consumo de lujo ha ido ocurriendo, la masa salarial, que mide las rentas del trabajo, ha ido disminuyendo en ambos lados del Atlántico como porcentaje de las rentas totales del país y, paralelamente, la pobreza ha ido aumentando.
La extensión de este fenómeno de polarización de la sociedad no está pasando desapercibida. Pero la población no es plenamente conciente del elevado grado de concentración de la riqueza. Así, cuando el canal de televisión público de EEUU (P.B.S.) emitió el documental Land of the Free, Home of the Poor (16.08.11) mostrando la enorme disparidad de la propiedad, hubo una sorpresa generalizada. Según una encuesta entre una muestra representativa de la población estadounidense, el 90% de tal población creía que el 20% de la población (los superricos, los ricos y los grupos de profesionales de renta alta) poseían el 60% de la riqueza de aquel país. La concentración de la riqueza, sin embargo, es mucho más acentuada de lo que la población asume: el 10% (ricos y superricos) tienen más del 90% de la riqueza.
¿Por qué esta concentración es un problema?
La sabiduría convencional (que es la sabiduría promovida por la estructura de poder) subraya que tal concentración de la riqueza no supone ningún problema. Antes al contrario, tal sabiduría promueve la idea de que los ricos y los superricos están allí, arriba, en la cúspide económica y social, porque se lo han ganado. Asumen que el mérito es lo que les ha llevado al lugar privilegiado que ahora ocupan. Pero como bien ha señalado el superrico Warren Buffet (el superrico más odiado por los superricos de aquel país), ello no es cierto. La gran mayoría de superricos ni proceden de las clases populares, ni están ahí debido al mérito. Esta realidad queda documentada en los trabajos realizados por el Premio Nobel de economía Herbert Simon que claramente documentó que lo que se llama capital social (es decir las redes de contactos establecidos desde la escuela hasta la vida adulta y el ambiente de privilegio o falta de privilegio que uno tiene en su vida) explica el 90% de las rentas que las personas reciben. De ahí que tal autor señale que sea necesario un impuesto de un 90% a las rentas superiores para alcanzar la tan manoseada y promovida igualdad de oportunidades, es decir que todos los ciudadanos tengan la misma oportunidad de llegar a la cima donde están los superricos.
Toda la evidencia empírica muestra que la enorme concentración de las riquezas y de las rentas que hemos visto en los últimos 30 años se debe al desarrollo de unas políticas públicas neoliberales que han favorecido a los ricos y superricos a costa de todos los demás. Como bien señala John Weeks en su artículo «Mean, Median and Mode of Impoverishment: Why to Occupy Wall Street» en Social Europe (17.10.11) más del 50% de las rentas superiores derivadas del crecimiento económico ocurrido en el periodo 1993-2007, ha ido al 1% tope de la población en EEUU.
Esta concentración a favor de una minoría se hace a costa de la mayoría, tal como muestran los siguientes datos. Las rentas del capital han aumentado a costa de la reducción de las rentas del trabajo: los recortes de impuestos que han beneficiado primordialmente a los ricos y superricos han supuesto reducciones muy notables de los servicios públicos del Estado del Bienestar tales como sanidad, educación y otros servicios utilizados por las clases populares; la falta de protección ambiental se debe a la resistencia de las grandes empresas a pagar los costes de eliminar la contaminación que crean; su enorme influencia sobre los Estados explica que éstos apoyen a dictaduras que no permiten la sindicalización de los trabajadores; su enorme influencia sobre los Estados y sobre las instituciones internacionales (tales como el FMI, el Banco Mundial, la Comisión Europea, el BCE y la OCDE) explica también que se estén imponiendo políticas que, favoreciendo sus intereses, están dañando enormemente el bienestar de la población; su influencia sobre los Estados explica también las enormes ventajas fiscales y ayudas públicas que reciben de los Estados (como el rescate de los bancos realizado con dinero público), a la vez que se oponen al aumento del gasto público, incluyendo el gasto público social, que beneficia a las clases populares; y, tal influencia explica también que en la Unión Europea se estén debilitando los derechos laborales y sociales.
En otras palabras, tales sectores pudientes (que representan minorías muy reducidas de la población) viven mejor a costa de que otros, la mayoría, vivan peor. Ésta es la definición de lo que se llama explotación, término que nunca aparece en la narrativa de los medios de información, muchos de ellos poseídos por los superricos y ricos que prefieren promover la explicación que atribuye su estatus y poder al mérito personal.
La justificación de la situación actual. Los ricos son los que crean riqueza
La justificación de las políticas públicas neoliberales que favorecen a los superricos y ricos es que ellos son los que invierten y crean riqueza y empleo. De ahí que la manera en que la narrativa oficial los define es «emprendedores». Ahora bien, como bien señala el economista de la Universidad de Cambridge Ha-Joon Chang en su excelente libro «23 things they don’t tell you about capitalism» (23 cosas que no le dijeron sobre el capitalismo), el nivel de riqueza y bienestar de un país no depende de la concentración de la riqueza, sino de cómo se utiliza tal riqueza. Cuando son los propios ricos y superricos los que deciden primordialmente como se utiliza la riqueza, la sociedad tiene problemas graves. El superrico y rico invierte, no para crear empleo, sino para conseguir más dinero. Y como puede sacar más dinero (es decir la rentabilidad del capital) de las actividades especulativas (que no crean empleo) que de las inversiones productivas (la economía real que produce bienes y servicios), resulta que se crea muy poco empleo. De ahí que Ha-Joon Chang señale que el que debe guiar la utilización de tal riqueza, evitando sus usos no sociales, es la ciudadanía a través del Estado. Y la prueba de ello es evidente. Cuando el capital estuvo altamente regulado y las diferencias de renta y riqueza entre las clases sociales eran muchos menores que ahora (1945-1980) resultado de políticas redistributivas realizadas por los Estados, la riqueza global y el bienestar social crecieron mucho más rápidamente que en el periodo neoliberal (1980-2011) cuando el capital, y muy en especial el financiero, puede hacer lo que quiere. La Gran Depresión es resultado de ello (ver mi artículo «Las causas de la recesión» en mi blog, www.vnavarro.org).
Consecuencias de esta concentración de las riquezas
Esta concentración de la riqueza y de las rentas es negativa desde el punto de vista económico, social y político.
Desde el punto de vista económico, la evidencia científica muestra que cuando hay mayor concentración de las rentas en manos de una minoría hay mayor endeudamiento entre la mayoría, y un sector financiero desorbitado que debilita a la economía productiva.
Desde el punto de vista político tal concentración vicia y limita la democracia, pues poder financiero y económico quiere decir poder político. Hoy estamos viendo que los Estados están tomando decisiones altamente impopulares debido a la excesiva y nociva influencia de los ricos y superricos (se les llama capital financiero) sobre sus Estados.
Esta influencia política excesiva crea un deterioro social de las clases populares y una pérdida de legitimidad de las instituciones políticas. Las crecientes movilizaciones en gran parte de los países es una respuesta a esta situación.
Este artículo es una extensión del artículo de Público titulado «Desigualdades y explotación» (27.10.11)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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