Los medios que apoyan a los conservadores tratan a Jeremy Corbyn de compañero de viaje de los soviéticos, mientras guardan silencio sobre el candidato laborista a ministro de Hacienda cuando propone una visión que rompe con el viejo modelo burocrático estatal. El ministro de Hacienda en la sombra, John McDonnell, normalmente apenas puede susurrar una […]
Los medios que apoyan a los conservadores tratan a Jeremy Corbyn de compañero de viaje de los soviéticos, mientras guardan silencio sobre el candidato laborista a ministro de Hacienda cuando propone una visión que rompe con el viejo modelo burocrático estatal.
El ministro de Hacienda en la sombra, John McDonnell, normalmente apenas puede susurrar una palabra sobre nacionalización sin desatar un escándalo mediático, de manera que resulta extraño que sus comentarios más interesantes sobre el tema hayan pasado casi inadvertidos. Hablando en febrero sobre la nueva política económica del Partido Laborista, McDonnell declaró: «No deberíamos tratar de recrear las industrias nacionalizadas del pasado… No podemos sentir nostalgia por un modelo cuya gestión ha sido a menudo demasiado distante, demasiado burocrática.» En vez de ello, añadió, un nuevo tipo de propiedad pública se basaría en el principio de que «nadie sabe mejor cómo dirigir esas industrias que quienes se pasan la vida en ellas».
Es posible que el silencio mediático en torno a esta visión profundamente democrática de la propiedad pública no tenga nada de extraño: no en vano se contradice abiertamente con el intento de reavivar temores de la guerra fría ante una supuesta dirección laborista secretamente prosoviética cuyos proyectos de propiedad pública constituyen el primer paso hacia la imposición de una economía de ordeno y mando al ignorante pueblo británico. Ahora que las historias de espías checos han demostrado ser falsas, podemos comentar el nuevo pensamiento democrático del laborismo de manera más productiva y tal vez algunos medios presten atención. El caso es que este nuevo pensamiento en torno a la propiedad pública abre una rica veta de nuevo pensamiento económico, más allá tanto del neoliberalismo como del bienestar socialdemócrata de posguerra.
Mientras que el neoliberalismo dice que los que mejor lo saben son los mercados, el modelo de inspiración fabiana del Estado de bienestar de 1945 -sin despreciar todos sus notables méritos- dejó a los trabajadores sin ninguna función en la gestión de las industrias recién nacionalizadas. Beatrice Webb, una de las dirigentes fabianas, declaró su desconfianza en el «hombre medio razonable» (capaz de «describir sus agravios», pero no de «prescribir sus remedios») y preconizó que las empresas públicas fueran dirigidas por el «experto profesional». En la práctica, esto supuso a menudo recolocar a los mismos patronos de las empresas privadas en la dirección de la versión pública, además de un exgeneral o dos.
Subyace a la «nueva política» del laborismo una comprensión nueva y muy distinta del conocimiento, incluso de lo que se considera conocimiento, en la administración pública, y por tanto de qué portadores de ese conocimiento interesan. Porque si las industrias han de ser gestionadas por «quienes se pasan la vida en ellas», se trata del reconocimiento del saber hacer derivado de la experiencia práctica, que a menudo es más bien tácito y no está codificado: una comprensión del conocimiento experto que abre la toma de decisiones a una participación popular más amplia, más allá del patrono privado o del burócrata del Estado. Como dijo McDonnell, necesitamos «conocer las experiencias cotidianas de quienes saben cómo hacer funcionar estaciones de tren, compañías de suministros y servicios postales, y las necesidades de sus usuarios».
El modelo Preston
El discurso de McDonnell vino precedido de una conferencia igualmente innovadora que tuvo lugar en Preston, inspirada en el deseo de conocer de primera mano la labor del ayuntamiento de esta ciudad y las cooperativas y sindicatos locales. Su compromiso con esta política, como el de Jeremy Corbyn, es fruto de toda una vida de contemplar la sabiduría, en gran parte desaprovechada, que existe en la base del movimiento sindical: el extraordinario nivel de conocimientos que atesoran los sindicalistas de base sobre su trabajo y sus ideas sobre mejores maneras de organizarlo.
En ello resuena el eco de luchas pasadas como la del plan de los trabajadores de Lucas Aerospace de asegurar una producción útil para la sociedad y su continuación en la estrategia industrial del Consejo del Gran Londres, justo antes de que fuera abolido por Margaret Thatcher. También se escucha el eco de una expresión olvidada de la antigua Cláusula Cuarta del Partido Laborista, que no solo preconizaba la propiedad común, sino también «el mejor sistema viable de administración y control popular de cada empresa o servicio». Fue una expresión que la mayor parte del tiempo durmió en un cajón antes de ser eliminada a mediados de la década de 1990, pero ahora tenemos una dirección laborista que cree realmente en la capacidad de la gente para asegurar una «administración popular».
Por supuesto, no va a ser fácil idear nuevas formas de propiedad pública participativa que no solo se apoyen en el saber hacer de los trabajadores y trabajadoras de cualquier industria dada (pensemos en los ferrocarriles, los embalses, las obras de alcantarillado, etc.), sino también en el conocimiento de las personas usuarias, la clientela y las comunidades próximas. Pero el Partido Laborista abre ahora las puertas de par en par a quienes querrían plantear sus propias ideas sobre la propiedad pública que se aparte en gran medida del viejo estilo e implique una redefinición de lo que significa lo público. Con este fin invita a los sindicatos, las autoridades locales y los movimientos sociales de distinto tipo a participar en su inteligencia creativa. El modelo Preston es un ejemplo más de ello.
Los fracasos de la privatización y la intensidad de las necesidades sociales, junto con cuestiones como la inminencia del cambio climático, han llevado a una nueva generación a divisar nuevas estrategias y buscar alianzas: no solo para protestar, sino también para colaborar en torno a alternativas reales que puedan existir aquí y ahora. Aunque los sindicatos son en general más débiles que en el pasado, los grupos Momentum y las agrupaciones locales del laborismo pueden, hasta cierto punto, llenar el vacío mediante la elaboración de alternativas prácticas a escala local.
Cooperar por la transformación
El movimiento cooperativo, por ejemplo, siente que vuelve a tener viento de popa, ahora que la empresa privada no logra satisfacer las necesidades sociales y medioambientales, y que la gente desempleada -especialmente personas jóvenes- ve en la cooperación la única manera ética de labrarse un camino en la vida. Descubre que las mismas tecnologías que han utilizado las empresas modernas para fragmentar el trabajo pueden rediseñarse como instrumentos de colaboración social. Estos experimentos, nacidos de la necesidad, pueden ser la base de una fuerza transformadora capaz tanto de ayudar al laborismo a ganar las próximas elecciones como a constituir la base de un nuevo orden económico democrático cuando los laboristas formen gobierno.
Este reconocimiento de la clase trabajadora no tan solo como un interés a defender, sino como una aliada experta y creativa en el proceso de producción de riqueza social, refuerza notablemente la aspiración del laborismo a ser el mejor partido al que el electorado puede confiar la economía. Esto permite al Partido Laborista actual romper el pacto tácito que dice que la empresa privada debe poder realizar la producción, mientras el Estado se ocupa de la redistribución; aquella supuestamente eficiente, este supuestamente equitativo. Esta piedra angular del consenso de posguerra dejó, en efecto, al Partido Laborista con una mano atada a la espalda y a expensas de la acusación de ser el partido del gasto y no el de la creación de riqueza. Y puesto que las cuestiones de la organización de la producción quedaron en manos de los capitalistas, la sólida afirmación del Partido Laborista de que, como partido de la clase trabajadora, es el verdadero partido de la creación de riqueza, quedó en entredicho. Después de todo, el dinero (capital) sin trabajo es improductivo. El trabajo, en cambio, puede ser productivo sin capital privado, mediante el cotrabajo (es decir, la cooperación) y a través de fondos públicos y la coordinación.
Cuando vengan ahora los tories y pregunten si se puede confiar la economía al laborismo, esta nueva política económica tiene una respuesta: el laborismo no es otro grupo de expertos en los que confiar, comisarios de un plan central o defensores de un interés particular, sino que se basa en el apoyo activo y confía en aquellas personas de las que depende la riqueza y el bienestar social. Para los muchos, por los muchos. Y el partido de los negocios ya no puede afirmar que tiene el monopolio de la sabiduría en materia de creación de riqueza social, ni puede descalificar creíblemente al Partido Laborista de Corbyn como simple calco del socialismo de Estado de viejo cuño.
Esto es realmente un Nuevo Laborismo, aunque esta es una marca demasiado contaminada para la visión de la dirección actual de un gobierno radicalmente democrático que comparta el poder con seguidores expertos y productivos. Más bien abre la posibilidad de desarrollar un nuevo socialismo basado en el autogobierno y no en el ordeno y mando desde arriba. Ahora esto es sin duda una historia para un medio que tenga verdadera curiosidad por saber adónde conducirá un gobierno encabezado por Corbyn.
Hilary Wainwright forma parte del equipo de redacción de la revista Red Pepper y es miembro del Transnational Institute.