En días recientes un nutrido grupo de venezolanos dio a conocer su adhesión a un documento promovido por la profesora universitaria Verónica Zubillaga y Rafael Uzcátegui, coordinador general del Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea), en el cual se insiste en la necesidad de una solución pacífica, democrática, constitucional y electoral al conflicto […]
En días recientes un nutrido grupo de venezolanos dio a conocer su adhesión a un documento promovido por la profesora universitaria Verónica Zubillaga y Rafael Uzcátegui, coordinador general del Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea), en el cual se insiste en la necesidad de una solución pacífica, democrática, constitucional y electoral al conflicto político en el cual está inmerso el país.
En su texto se sintetiza claramente posturas con las cuales estoy totalmente identificado. Por ejemplo, «el rechazo a la injerencia indebida de gobiernos extranjeros, cualquiera sea su bandera, así como cualquier tipo de salida armada y de fuerza»; la «promoción de mecanismos pacíficos, así como la valoración de la solidaridad y los esfuerzos de los países que apoyan la negociación», y otro planteamiento de suma importancia, como lo es la realización de un proceso electoral que se caracterice por ser realmente democrático, «confiable, incluyente y transparente, que le otorgue protagonismo al pueblo venezolano».
También el referido documento hace mención al apego al principio de alternabilidad democrática, como «la mejor garantía de convivencia presente y futura, del disfrute de los derechos humanos y de dirimir los conflictos sin aniquilarnos, mediante la participación de organizaciones políticas de cualquier ideología, en igualdad de condiciones».
Es muy pertinente que en esta dura circunstancia que vive Venezuela un nutrido grupo de connacionales se disponga a dejar clara su posición contraria a la violencia, en pro de soluciones democráticas y pacíficas.
No es una posición blandengue, complaciente, colaboracionista o entreguista. Todo lo contrario. Se trata de una posición firme, sólida, decidida y frontal en la dirección de volver a la política, sin abandonar la presencia activa de los ciudadanos en la calle, en demanda de un cambio que el país reclama desesperadamente, pero sin hacerle concesiones a la violencia o a la búsqueda de atajos que solo se han traducido en frustraciones, retrocesos, represión, muerte, desmovilización y desesperanza.
Este grupo de venezolanos firmantes del documento en cuestión expresa, en mi criterio, una corriente de pensamiento con más fuerza en la sociedad de lo que puede imaginarse. Nada más y nada menos que las grandes mayorías que no quieren violencia, pero que tampoco le creen a la «paz» que le venden desde un gobierno caracterizado por su intolerancia, su autoritarismo y su poco sentido de la responsabilidad con el destino de la patria, por mucho que proclame lo contrario.
Pienso que la mayoría tampoco desea ver convertida a Venezuela en un teatro de operaciones bélicas. De las salidas de fuerza se puede esperar cualquier cosa, por ejemplo la entrada en un conflicto que nos hunda en una larga pesadilla. ¿Podemos estar peor? Claro que sí.
Por eso, digo yo, la sociedad democrática, es decir, la abrumadora mayoría de los venezolanos, necesita que se le hable claro, que no se le engañe, que no se le vendan oasis de soluciones rápidas por la vía del vanguardismo y de estrategias que no se pueden ni revelar ni mucho menos discutir, porque hacerlo e incluso disentir de ellas equivale a un acto de traición.
Los extremos hablan de traición cuando no se les sigue incondicionalmente. Esa conducta la vemos en el chavismo gobernante.
Criticar, protestar, disentir, denunciar y deslindar son verbos que le exacerban el autoritarismo que llevan por dentro. Pero lo mismo ocurre con factores opositores que actúan de forma similar cuando surgen voces o criterios disonantes con sus puntos de vista y acciones. Salir del autoritarismo que hoy lleva a Venezuela por los caminos del sufrimiento no debe ser al costo de caer en otra forma de autoritarismo y de pensamiento único.