Los efectos más importantes de la digitalización no recaerán sobre la productividad, sino sobre los salarios, la calidad del empleo y la sostenibilidad ecológica
En la actualidad existe un gran debate sobre los efectos del proceso de digitalización de la economía, el cual consiste en fomentar la «interconectividad» de las actividades de producción y distribución como resultado del abaratamiento de las tecnologías que obtienen y procesan información. Esto permite tanto automatizar en mayor medida la producción de bienes físicos como poder procesar grandes volúmenes de datos. La principal novedad consiste en la extensión de estas tecnologías a sectores que tradicionalmente habían sido intensivos en mano de obra.
Esta nueva oleada tecnológica promete incrementar la productividad en su sector de origen (la producción de Tecnologías de la Información y la Comunicación o TICs), pero, al generalizarse, puede mejorar también la productividad del resto de sectores (mediante efectos escala, aglomeración, desbordamiento, aparición de nuevos productos y mercados, etc.).
A pesar de estos posibles efectos, no deja de ser llamativo que una parte de la literatura económica actual se muestre preocupada por el «estancamiento secular», y las moderadas tasas de crecimiento observadas en la productividad del trabajo en la mayoría de economías occidentales durante los últimos 30 años. Mientras que, a la vez, otra rama sostiene que el proceso de cambio tecnológico va a provocar mejoras muy sustanciales de la productividad, hasta el punto de reducir sensiblemente la necesidad de trabajo en las economías avanzadas.
Es cierto que la evidencia disponible es aún escasa, pero atendiendo a la adaptación de las técnicas productivas en el pasado podemos afirmar que el cambio tecnológico incluye tanto factores que acelerarán la productividad como otros que la frenarán. Centrándonos en estos últimos, podemos distinguir los siguientes:
En primer lugar, existe la conocida «paradoja de Solow», que señala que a pesar del espectacular incremento de las TICs, la electrónica y el resto de innovaciones recientes, estos cambios no pueden competir con anteriores saltos tecnológicos. Probablemente por estar más basados en innovaciones del producto que del proceso de fabricación en sí mismo. En consecuencia, las economías occidentales atraviesan por una ralentización en las tasas de crecimiento de la productividad laboral respecto a las tasas vistas en el pasado.
Segundo, existen cuellos de botella por el lado de la demanda. Ya que la velocidad de asimilación de nuevas tecnologías depende más de la fortaleza de la demanda para sostener dichos cambios tecnológicos de forma rentable, que de las propias disponibilidades técnicas. En otras palabras, no es suficiente que exista la posibilidad del cambio técnico sino que también es necesario que haya una demanda suficiente para asimilarlo.
Tercero, existen límites ecológicos relevantes. Hay que considerar que los nuevos equipos y productos adaptados a la digitalización pueden implicar una fuerte demanda de insumos minerales y energéticos que ralenticen, o imposibiliten, la adopción a gran escala del cambio tecnológico.
Cuarto, como sabemos el cambio técnico puede ser tanto complementario como sustitutivo del trabajo. En este segundo escenario, puede darse una destrucción de empleo que es más productivo que la media, lo que reduciría su posible impacto sobre la productividad en el conjunto de la economía. Dado que la introducción de la automatización se va a desarrollar especialmente en sectores de elevada capitalización, y que son los que precisamente ya presentaban niveles de productividad superiores en términos relativos (como la industria manufacturera).
Otro efecto relevante es que el cambio tecnológico provoque la desaparición de producción y empleo en un entorno de rendimientos crecientes a escala. Esto se debe a la tendencia a la customización y la elaboración individualizada de la producción, que en consecuencia reduce la escala productiva en sectores que disfrutaban hasta ahora de las ventajas de la fabricación en serie.
Sexto, se debe tener en cuenta también la desaparición de complementariedades entre la empresa y sus proveedores y clientes. Si bien los efectos desbordamiento pueden ser positivos, nada garantiza que la concentración de la fabricación no implicará la desaparición de los vínculos habituales entre las empresas y su entorno, lo que reduciría así la producción de la economía en su conjunto.
La reducción de demanda de trabajo en los sectores más intensivos en capital liberará mano de obra que provocará una transferencia de empleo hacia sectores intensivos en trabajo. De tal forma que los flujos de empleo pueden llevar a un incremento del número de trabajadores en sectores con productividades inferiores a la media, lo que ralentizará la productividad del conjunto de la economía, pero también limitará la destrucción de empleo («efecto Baumol»).
Por último, existen límites al propio cambio del modelo de organización productiva, ya que los sectores que hasta ahora han sido intensivos en trabajo es improbable que se transformen rápida y estructuralmente. Precisamente, al haber mano de obra disponible existirán menores incentivos para convertirse en sectores intensivos en capital.
En definitiva, es de esperar que la digitalización impacte positivamente en la productividad del trabajo como sostienen las visiones más tecno-optimistas, pero también es bastante probable que se produzcan elementos de contrapeso que eviten crecimientos exponenciales de la productividad en su conjunto. Por ello, lo más probable es que veamos incrementos de la misma en la línea vista en las últimas décadas. Por todo ello, los efectos de la digitalización más importantes no serán sobre la productividad, sino las consecuencias que puede tener sobre los salarios, la calidad del empleo y la sostenibilidad ecológica.
Luis Cárdenas es profesor asociado en la Universidad Isabel I. www.paradojadekaldor.com