A propósito del paquete de Leyes presentadas esta semana a la Asamblea Nacional, llama la atención como se siguen posponiendo cambios de vital importancia para superar las trabas históricas más anacrónicas que siguen llevando sobre sus hombros los sectores más excluidos de la Sociedad. Mención especial merece el tema de la Prostitución, el cual, ha […]
A propósito del paquete de Leyes presentadas esta semana a la Asamblea Nacional, llama la atención como se siguen posponiendo cambios de vital importancia para superar las trabas históricas más anacrónicas que siguen llevando sobre sus hombros los sectores más excluidos de la Sociedad.
Mención especial merece el tema de la Prostitución, el cual, ha pasado debajo de la mesa, frente a la oleada de misiones sociales, reformas de leyes, cambios y creaciones de Ministerios que no han atacado el tema en cuestión. Agregando además la necesidad de que el Ministerio de Estado para asuntos de la Mujer, finalmente comience a ser portavoz de la problemática real de las mujeres venezolanas, especialmente las más pobres; y se pospongan los «espectáculos» para cuando ciertamente, hayan cambios significativos en materia de género que permitan una mayor inclusión de las mujeres, a la par de que se garanticen nuestros Derechos y garantías fundamentales.
Es obligatorio señalar en principio, un contundente rechazo ante una problemática que en resumidas cuentas, y en oposición a la tradicional y machista frase de «la profesión más antigua», no es más que la forma de esclavitud y violencia de mayor data a la que hemos sido sometidas las mujeres en toda la historia de la Humanidad.
Sobre la Prostitución existen abiertas posturas a favor y en contra, por lo que ambas deben ser analizadas a profundidad, y se debe, particularmente tomar en cuenta, la opinión de ese sector social que se ha tornado casi invisible hasta ahora.
Hay que partir de que actualmente la pornografía representa una herramienta ideológica «fundamental» de las clases dominantes, pues una vez que el sexo se ha convertido en una mercancía, cuya materia prima es el cuerpo de la mujer, es necesario sostener un mercado negro en el cual esa necesidad, que se vende como premio al hombre, sea accesible, incluso, cuando se trata de saciar las más bajas y cruentas pasiones de cuanto enfermo sexual y social puja ésta degenerada sociedad en base a esas necesidades que crea la misma pornografía.
Muestra de ello es que muchas mujeres en la prostitución encuentran las más inimaginables formas de violencia y vejaciones, pues se trata de la puesta en práctica de unos valores, de una cultura, de unas necesidades, que perpetúan y fortalecen un sistema jerárquico de dominación en el cual la mujer es: inferior – objeto – sumisión.
Hay ejemplos extremadamente escandalosos que muestran en la pornografía mujeres siendo penetradas por animales (zoofilia), niñas y niños siendo violados y penetrados por un órgano sexual u objeto desproporcional a ellos (pedofilia), también un caso muy recordado en nuestro país y que tuvo seguramente sus ecos, como el de la botella en la vagina de la mujer, y otra serie de situaciones que han venido siendo denunciadas a nivel internacional como los «snuff» films, que consisten en la transmisión de un acto sexual real, en el cual el hombre busca saciar sus más íntimos y oscuros deseos, los cuales curiosamente están expresados en una brutal violencia «física» hacia la mujer, y dichos actos terminan finalmente con la muerte real de la mujer. Aquí se grafica claramente, que en esta sociedad la sexualidad es para el hombre y debe insistirse en esto: se traduce en una relación hombre – sujeto / mujer – objeto, y que además legitima y naturaliza la violencia y la inferioridad de la mujer.
Hay que seguir haciendo énfasis en el elemento ideológico, porque se trata de la ideología patriarcal agravada, es decir, la supremacía del hombre por encima de toda humanidad.
Cuando se trata, por ejemplo, de hombres que están dentro de la prostitución, vemos como se vende un sexo que no está dirigido a la mujer, sino igualmente al hombre, y con una rentabilidad nada despreciable, pues para nadie es un secreto en nuestro país, como una vez que en nuestras ciudades cae la noche comienza a su vez el día de las llamadas trabajadoras sexuales, en su mayoría sexos diversos, que sostienen ese oscuro y clandestino mundo.
Entonces encontramos en la prostitución un mercado que pretende seguir legitimando la violencia contra la mujer, y que a su vez justifica el tráfico y trata de personas, especialmente de mujeres y niñas, violentando los más elementales derechos humanos (que al parecer también tienen una enorme carga sexista) pues encontramos vulnerados derechos como la autodeterminación, el cual trasciende el mero hecho de ejercer «voluntariamente» ese oficio, pues detrás de ello encontramos profundas inequidades sociales que expresan las desigualdades de clase y que obligan a muchas mujeres a insertarse al mundo de la prostitución, a la par de que no se puede hablar de autodeterminación cuando se trata de niñas y adolescentes que son obligadas a vender su cuerpo, ante la indiferencia cómplice de quien compra ese sexo. Igualmente no puede prevalecer la autodeterminación de aquellas mujeres que consienten el oficio según la «libre decisión», cuando se lacera la dignidad de todas las mujeres, pues deben privar en este caso los derechos colectivos y de mayor entidad, como no ser objeto de discriminación por razón de sexo, raza, credo o condición social, el derecho a una vida digna, a la integridad personal, a un trabajo digno, a la libertad de expresión, a la educación, a la protección de la infancia, a la salud sexual y reproductiva, a no ser sometidas a tratos crueles e inhumanos, y finalmente, el «derecho que tenemos las mujeres a una vida libre de violencia».
Debe valorarse de igual manera, el hecho de que ante una realidad inminente como esa, debe darse un trato especialmente diligente, pues no se trata de exigir el derecho a un trabajo digno, por ejemplo, empujando a las mujeres al desempleo, sin capacitación, y sin oportunidades reales de acceso al mercado laboral, pues éstas taras sociales son inherentes al sistema económico dominante, en la medida que sostienen las relaciones de explotación capitalista; por lo tanto, en esta etapa y ajustándonos a la realidad de las circunstancias objetivas, habría como medida mínima, que procurar la garantía de los derechos sexuales de esas mujeres expuestas a enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, abortos inseguros, mientras que no hay acceso real a métodos de anticoncepción. Sin contar los múltiples y elevados índices de violencia ya referidos.
En este sentido llama la atención la reciente intervención de una representante de sectores de trabajadoras sexuales sindicalizadas y en proceso de sindicalización de América Latina y el Caribe, en la Conferencia Internacional sobre VIH/SIDA, realizada en México, donde se demandó entre otras cosas, la masificación de métodos de anticoncepción como el preservativo femenino, el cual según cifras de la misma conferencia, en los países donde llega, se distribuyen en una proporción de 50 a 1 respecto al preservativo masculino.
Existen, frente al tema de la prostitución dos posiciones, la que combate categóricamente relegitimar el orden patriarcal existente, y que parte de la premisa de que «legalizar la prostitución es legitimar la violencia»; y la que defiende la legalización de la Prostitución, bajo la consigna de la libre elección de las mujeres, pues se alude a la garantía de sus derechos laborales, y a la disminución de la violencia una vez que esta práctica se reglamenta.
Finalmente, es necesario exhortar a los máximos representantes del Gobierno Nacional, a profundizar en esta problemática, para que la Revolución Bolivariana ofrezca soluciones contundentes y se tomen las medidas necesarias para darle un tratamiento objetivo a una realidad que no se combate con leyes traducidas en letra muerta, sino con medidas sanitarias mínimas, y el control de mafias detrás de las cuales se amparan relaciones de esclavitud, el tráfico de personas, e inclusive el narcotráfico.