¿Existe algo más elocuente y demostrativo de un genocidio que el testimonio directo de sus supervivientes? Sí, el testimonio sin arrepentimiento de los verdugos y, además, su escenificación. Ese testimonio muestra, además, de la veracidad del genocidio la prueba clara de la impunidad. Haji Mohammad Suharto llegó al poder en Indonesia tras un golpe de […]
¿Existe algo más elocuente y demostrativo de un genocidio que el testimonio directo de sus supervivientes? Sí, el testimonio sin arrepentimiento de los verdugos y, además, su escenificación. Ese testimonio muestra, además, de la veracidad del genocidio la prueba clara de la impunidad.
Haji Mohammad Suharto llegó al poder en Indonesia tras un golpe de Estado en 1967 con el apoyo de la CIA con el pretexto del asesinato de seis generales derechistas. En su camino hacia el poder, y como jefe del Ejército, mediante escuadrones de la muerte y grupos paramilitares, masacró a todo tipo de opositores, desde comunistas a sindicalistas o simples campesinos. Los analistas establecen que, en menos de un año, asesinaron, en torno a un millón de militantes comunistas en lo que se convirtió en uno de los más grandes genocidios del siglo XX.
El director Joshua Oppenheimer vivió en Indonesia y descubrió con sorpresa que uno de sus vecinos era uno de los que había protagonizado cientos de esos asesinatos. Era tal la naturalidad e impunidad con que relataba sus crímenes que se dio cuenta que grabarle era la forma más reveladora de la criminalidad de lo sucedido. Y así es como se hace en 2012 The Art of Killing, un documental en el que una caterva de paramilitares procedentes del lumpen explican y escenifican de un modo tan patético como odioso y repugnante el método con el que torturaban y asesinaban a los comunistas en los sesenta. Y por si esa impunidad no fuese suficiente, en algunas escenas en las que recrean masacres de aldeas anteras o en actos de reafirmación les acompañan ministros del gobierno.
Es tanta la pulsión vanidosa de estos dirigentes paramilitares que aceptan entusiasmados la propuesta del director de protagonizar ellos mismos las escenas de las masacres que cometieron hace más de cuarenta años. Entre sus grotescas interpretaciones de cine gore -pero fieles a la historia- y las conversaciones captadas aparentemente sin que ellos lo supieran, el documental nos provoca el rictus de quien siente una mezcla de vergüenza ajena por el ridículo de esa canallesca pero, al mismo tiempo, despierta mayor odio que cualquier denuncia de organización de derechos humanos hubiera logrado. La siguiente indignación es la de comprobar que ni el gobierno ni la justicia indonesia, ni ninguna otra justicia internacional haya intentado o conseguido actuar contra quienes ellos mismos se reconocen autores de un genocidio de inocentes. ¿Alguien se imagina a unos criminales nazis relatando y escenificando las torturas a judíos, las cámaras de gas, los asesinatos de mujeres y niños a sangre fría? Sin embargo, como las víctimas eran indonesias y comunistas, los torturadores siguen ahí pavoneándose. El espectador puede ver sus caras, el reconocimiento de sus crímenes, la confesión de la inocencia de sus víctimas, la representación de las torturas que infringían, el homenaje y la gratitud de los miembros del gobierno indonesio. Todo ello alternado con el lujo hortera de los palacios donde viven los criminales, el deleite con el que se pasean por un centro comercial. Hasta escuchamos a uno de ellos decirle a su nieto que le pida perdón a un patito al que lastimó una de sus patas. Lo dice quien asesinó a mil personas y no tiene ni pizca de arrepentimiento. En todo ello muestra Oppenheimer su genial exposición de la ironía.
El 27 de enero de 2008 moría a los 86 años el ex dictador que dirigió todo ese genocidio. La agencia Efe dijo que su presidencia » da comienzo la era del Nuevo Orden: estabilidad, crecimiento, desarrollo y orden. (…). La ‘democracia vigilada’ permite un progreso económico notable y el general de sonrisa constante, voz clara y fuerte, y de hablar pausado, pasa a convertirse entre su pueblo en Bapak Pembangunan (Padre desarrollo)». Como dice uno de los criminales en un momento del documento: «Lo que se considera crimen de guerra está definido por los vencedores. Ahí está Bush y Guantánamo. Ahora todos los critican pero no ha sucedido nada».
Pascual Serrano es periodista. Su último libro es La comunicación jibarizada (Península).