Durante un debate televisivo una comentarista justifica los penúltimos recortes de las comunidades autónomas porque Europa los demanda. Luego matiza que en realidad son sus organismos estadísticos y financieros los que lo hacen. Y en esa puntualización se esconde la clave para entender nuestro naufragio social y económico, la quiebra de nuestro sistema democrático y […]
Durante un debate televisivo una comentarista justifica los penúltimos recortes de las comunidades autónomas porque Europa los demanda. Luego matiza que en realidad son sus organismos estadísticos y financieros los que lo hacen. Y en esa puntualización se esconde la clave para entender nuestro naufragio social y económico, la quiebra de nuestro sistema democrático y bienestar. Vivimos el rapto de Europa a manos de lo instrumental. Nuestro mundo contemporáneo exhibe a diario el triunfo de lo auxiliar sobre lo esencial, lo accesorio sobre lo fundamental; lo cuantitativo sobre lo cualitativo; la primacía de los medios sobre los fines. Los remos organizando el rumbo de la galera de esclavos. Los caballos dirigiendo el carromato. El bisturí decidiendo por donde empezar a diseccionar el cadáver mientras es observado por un atento forense. La política al servicio de la economía. Las estadísticas dominando las políticas públicas. El ser humano en permanente adaptación tecnológica. La razón instrumental reinante. El mundo reducido a lo numérico; a los designios de los economistas a sueldo de los mercaderes.
Hablamos de modernidad a partir del Renacimiento, cuando se enfrentan por el dominio del mundo razón y religión. Pero hoy la razón instrumental, y sus hijas tecnología y ciencia, se conforman como objetos de culto similares a la superstición y a la fe, desechando la razón teórica, con sus intentos por comprender el mundo y su sentido del ser humano multidimensional; la filosofía desplazada por situarse al margen del utilitarismo, por aproximarse a la verdad sin objetivo mercantil.
Reina la racionalidad instrumental, deshumanizada y des-nortada, que en su dominio intenso y extenso de la naturaleza ha llegado a dominar también al ser humano, cuando lo despieza y subordina al cumplimiento de objetivos ajenos a su felicidad y bienestar. La racionalidad se reduce a la búsqueda de lo útil, con el crecimiento ilimitado como único fin. El ser humano productor y productivo, eficaz y rentable, sencillamente económico, porque de otro modo su vida carece de sentido. Todo es cuantificado en términos de rentabilidad, eficiencia y productividad. Una racionalidad instrumental extrema que lleva a la irracionalidad.
En este reinado de la racionalidad instrumental, triunfa la ciencia económica disfrazada de objetividad y neutralidad, operando con sus propias reglas, pero más ideologizada que nunca, sirviendo como eficaz instrumento de dominio para el destripamiento de históricos avances y derechos, aprovechando la interiorización social de su hiper-desarrollado valor, que le ha permitido extenderse mucho más allá de una ciencia instrumental. Podríamos decir que en la construcción de nuestra jaula de hierro, siguiendo a Weber, intervienen tanto la burocratización del mundo como la pseudo-economía al servicio de intereses bastardos.
Julio Anguita lo expresaba en un reciente artículo. Para construir una alternativa a la barbarie, la ciencia económica ha de estar supeditada, como ciencia instrumental, a la plena realización de los derechos humanos, sometiéndose además al mantenimiento de las condiciones que preserven el equilibrio ecológico del planeta. Si no -añado-, muy pronto tendremos que buscar un patrocinador para nuestra propia vida, que la dote de razonable eficiencia y rentabilidad, y así evitar que un economicista opte por su inmediata amortización.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.