A lo largo de las dos últimas décadas varios políticos rusos han esgrimido la tesis de que Rusia debería integrarse en la comunidad europea. Esta consigna puede ser válida en plano estratégico, pues, la verdad sea dicha, Rusia carece de estrategia bien definida en materia política o económica. China, por poner un ejemplo, no oculta […]
A lo largo de las dos últimas décadas varios políticos rusos han esgrimido la tesis de que Rusia debería integrarse en la comunidad europea. Esta consigna puede ser válida en plano estratégico, pues, la verdad sea dicha, Rusia carece de estrategia bien definida en materia política o económica. China, por poner un ejemplo, no oculta su intención de convertirse en la superpotencia número uno para el año 2050 y se propone sendos objetivos económicos, militares y geopolíticos.
En cambio Rusia no tiene una meta parecida, Ultimamente se han formulado dos consignas a mediano plazo: duplicar el volumen del PIB y reducir a la mitad el número de las personas que viven por debajo del umbral de pobreza. Y pare de contar. Aspirar al ingreso en la Unión Europea significaría para Rusia, desde ese punto de vista, la necesidad de orientar toda una serie de sectores y parámetros técnicos -empezando con la calidad del combustóleo y terminando con los procedimientos judiciales para el ciudadano de a pie- a los estándares europeos que están por encima de los rusos. Sería provechoso, probablemente.
Ahora bien, si miramos la adhesión de Rusia a la UE como una tarea política real, hay que reconocer que es absolutamente inviable. Primero, Rusia tendría que cumplir para ello muchas condiciones, lo cual, obviamente, requeriría al menos veinte años de labor bastante ardua. Segundo, no creo que Europa esté esperando a que Rusia entre en la UE como miembro de plenos derechos. Al nivel informal lo confiesan los propios políticos europeos que tienen bastante influencia. Ellos piensan que Europa simplemente ‘no podrá digerir’ un país con 145 millones de habitantes y con un territorio inmenso.
Parece sintomático en ese contexto el conflicto que hay en Europa acerca del ingreso de Turquía en la UE. Turquía tiene una población que es la mitad de la rusa pero sus habitantes, a diferencia de la mayoría de los europeos, son de otra religión. Pero en Europa también hay numerosos musulmanes, y en Rusia son más de veinte millones, así que la reacción europea a la adhesión de Turquía demuestra su actitud a la pertenencia de un país bastante grande y en desarrollo dinámico a la Unión Europea. Todo indica que el proceso de la incorporación no se va a prolongar por diez años, que es lo que quisiera Turquía, sino quince o veinte como mínimo.
Más realista parece la cooperación de Rusia con la UE en asuntos específicos, por ejemplo, la supresión de visados para ciertas categorías de ciudadanos, y a la larga para todos, la cooperación económica y la puesta en marcha de grandes proyectos conjuntos, es decir, lo que ya se practica mayoritariamente.
¿Hasta qué punto es factible un espacio económico común entre Rusia y la UE?
En primer lugar, cabría señalar que en la propia Europa no existe un espacio económico común. Ni siquiera lo hubo en la época en que la Unión Europea estaba integrada por quince naciones, lo cual significa que el principio básico de todo espacio económico único – ausencia de barreras que obstruyan el movimiento de bienes, capitales y mano de obra – aún no se ha convertido en una norma. Todavía se mantienen las restricciones de diversa clase.
Un espacio económico común ruso – europeo es, en cierto modo, una declaración hermosa para camuflar la evidente renuencia de Europa al acercamiento real hacia Rusia en muchas direcciones. Las restricciones relativas al régimen de visados, el movimiento de los recursos laborales, los aranceles y otras, son bastante fuertes y se van atenuando a un ritmo muy lento. Así que hoy en día, lamentablemente, parece difícil que Rusia pueda aspirar a un espacio económico común con Europa. Probablemente el único hecho serio es que Rusia tiene una posición sólida en varios mercados de la Europa del Este y el Báltico, ante todo, en el sector de hidrocarburos, refinamiento del petróleo y suministro del gas, en particular, transporte del gas por territorio europeo. Cuanto más rápido sean desmanteladas las barreras internas en Europa, mayor protagonismo va a tener Rusia en algunos sectores de la economía, eso sí, bastante limitados en número por desgracia. Tampoco deberíamos subestimar el hecho de que los rusos y los ucranianos representan hoy una cifra considerable -no de centenares de miles sino de millones de personas- en la mano de obra europea.
Un 47 por 100 del comercio exterior de Rusia corresponde a la UE
El Acuerdo de asociación y colaboración entre Rusia y la Unión Europea, vigente desde 1994, no satisface del todo a ninguna de las partes, a pesar de que se trata de un documento básico. Creo que la estructura de esa cooperación podría modificarse en el proceso de las negociaciones entre Moscú y Bruselas sobre el ingreso de Rusia en la OMC. Rusia y la UE tendrán que aceptar una serie de concesiones mutuas, suprimir numerosas restricciones arancelarias en materia del comercio bilateral y facilitar el flujo de inversiones en ambos sentidos. Estas condiciones se van a cumplir en fechas no muy lejanas, pues Rusia podría plantear su ingreso en la OMC para el año 2007. Y en noviembre próximo deben acordarse a grandes rasgos los acuerdos con la UE sobre la adhesión de Rusia a la Organización Mundial del Comercio.
La realidad es que Rusia ya es una economía abierta y muy implicada en el comercio internacional. Un 47 por 100 del intercambio comercial de Rusia corresponde a 25 países de la Unión Europea, según los datos correspondientes al primer semestre de este año. Es casi la mitad. Está claro que la UE, siendo el mayor socio comercial de Rusia, tiene para ella importancia enorme. La economía rusa va creciendo en los renglones que puede: petróleo y sus derivados, gas, metales ferrosos y no ferrosos, productos de química e industria forestal, que son
precisamente los artículos más demandados en el comercio con Europa. No es casual que entre los cinco primeros socios comerciales de Rusia, en enero-junio de 2004, cuatro sean miembros de la Unión Europea: Alemania, Holanda, Italia y Finlandia.
Ya nos gustaría, sin duda, que la economía rusa estuviese más orientada a la industria de transformación, no a las materias primas, pero es algo que hasta la fecha no se ha podido lograr.
Puesto que sacamos beneficios de lo que hay, la cuestión clave, probablemente, es cómo administrar tales recursos, cómo invertirlos bien y cambiar de esta manera la estructura de la economía nacional. Un papel considerable en este ámbito corresponde a las inversiones extranjeras, las cuales van aumentando aunque no tan rápido como quisiéramos. Y otra vez: de los cinco mayores proveedores de capital a Rusia cuatro pertenecen a la UE: Alemania, Chipre, Luxemburgo y Holanda. Las importaciones en Rusia tienen una tasa de crecimiento alta, correspondiendo un 40 por 100 de lo que se introduce en el país a maquinaria y equipos, es decir, precisamente aquellos bienes que permiten cambiar, lenta pero seguramente, la estructura de la economía rusa. Y la Unión Europea, junto con Japón, es la principal proveedora de equipos a Rusia.
Faltan proyectos de inversión a gran escala
Por tales proyectos, que Rusia y la UE podrían implementar de forma conjunta, entiendo en primer lugar los proyectos de infraestructura, por ejemplo, los concernientes a la modernización de la estructura de transporte, gracias a lo cual sería posible agilizar el comercio bilateral. Es una de las oportunidades para ampliar la cooperación. Hasta en sectores rentables, como el energético o el de comercio, las inversiones europeas aún son escasas, de manera que aquí también existe la posibilidad real para el fomento de la colaboración.
Actualmente, Rusia tiene mucho capital disponible, por lo cual las compañías rusas también podrían realizar inversiones y es lo que procuran hacer. Pero muchas veces su esfuerzo provoca una actitud de recelo, especialmente, en la Europa del Este que muestra escaso entusiasmo cuando grandes empresas rusas se ofrecen para adquirir algunos activos. Sin embargo, el proceso avanza y creo que irá ganando ritmo en el futuro.
La ratificación del Protocolo de Kyoto, que es lo que la UE venía pidiendo a Rusia, ha sido un paso importante. Dudo que Rusia pueda ingresar miles de millones de dólares por la venta de cuotas. La ratificación permitirá, más bien, aprovechar las cláusulas del Protocolo para sustituir equipos obsoletos en muchas plantas metalúrgicas, químicas o de energía eléctrica que son ecológicamente sucias, y obligará a Rusia a prestar mayor atención a la situación medioambiental.
Está muy difundida ahora en Rusia la creencia de que el crecimiento económico debe lograrse a cualquier precio y que la ecología puede esperar, opinión que también prevaleció en Europa y Japón en los primeros años de posguerra. Justo la experiencia europea demuestra que las cuestiones medioambientales, desafortunadamente, no pueden permanecer en la lista de espera.
El Protocolo de Kyoto, por lo tanto, es una autolimitación para la política económica de aquellos Estados que lo hayan firmado y ratificado.
Podríamos mencionar también otras oportunidades para el desarrollo de la cooperación entre Rusia y la UE. Pero a día de hoy la dirección clave es, lamentablemente, el comercio, y todo parece indicar que en un futuro próximo las cosas seguirán así.