Los economistas académicos más influyentes de Estados Unidos, como Krugman y Stiglitz entre otros, así como analistas y antiguos responsables en la toma de decisiones económicas, están anunciando una posible recesión en la economía norteamericana. De ser esto así, las cosas no se ponen muy bien para la economía mundial en su conjunto, aunque la economía europea se encuentra en mejor posición que la de Estados Unidos para afrontar la desaceleración. En todo caso, aún siendo conscientes de la importancia que la economía de Estados Unidos desempeña en la economía global, la evolución futura dependerá en parte del comportamiento de las economías emergentes.
Desde los años setenta hasta ahora la economía estadounidense se encuentra sujeta a procesos cíclicos de auge y declive que no dejan de llamar la atención en la que es la economía más desarrollada del planeta, que cuenta con un importante progreso tecnológico y con aumentos significativos en productividad. En Estados Unidos se encuentran las más importantes universidades del mundo y ello les hace estar a la cabeza de la investigación y de la innovación. Sus universidades se ponen como ejemplo a seguir por las demás y desde los países que tienen un nivel de investigación inferior su modelo y sus medios, humanos y materiales, se ofrecen como referencia y como algo deseable a imitar.
Además, las clasificaciones internacionales que se realizan sobre las universidades, aunque sean muy discutibles, dan preponderancia a las universidades de Estados Unidos, que siguen avanzando, mientras se observa un cierto declive de los centros europeos. Este hecho preocupa en la Unión Europea, pues se considera que el viejo continente está perdiendo el tren del progreso frente a un sistema más ágil y moderno como el norteamericano.
Con todo ello, lo lógico sería que, en la medida en que los avances de la ciencia se transmiten al sistema productivo, la economía contara con una fortaleza que vemos que no es así cuando llegan los ciclos recesivos. A pesar de los avances logrados, que no se pueden minusvalorar, de cuando en cuando la economía norteamericana se muestra excesivamente vulnerable y toda su potencialidad investigadora y de innovación no le sirve de antídoto frente a la adversidad.
La crisis de los setenta puso de manifiesto el declive de la hegemonía de Estados Unidos, que había ejercido desde el fin de la segunda guerra mundial, y su pérdida de competitividad frente a economías de Europa y Japón. Todo esto lo analicé en su día en el libro ¿Fin del imperio USA? (Planeta, 1976).
Las políticas neoliberales que se impusieron en los años ochenta fueron una respuesta a esa crisis y al intento de recuperar su hegemonía. La expansión que hubo en esta época se basó en el endeudamiento del sector público con un crecimiento del déficit público, cuyo incremento mayor fue debido a los aumentos de los gastos militares. Se produjo también un endeudamiento de las familias y de las empresas, que condujo al final de la década a una crisis de las cajas de ahorro bastante elevada. Esos déficit condujeron a la recesión que tuvo lugar en los noventa.
Este modelo se sustentó en el aumento de la desigualdad de la renta, en el excesivo crecimiento de los trabajos precarios y mal retribuidos, y en el estancamiento de las rentas de las clases intermedias. Al tiempo que se estimulaba al capital financiero que adquiría un gran auge frente a la inversión productiva. Fueron los años del enriquecimiento rápido y fácil, y de una progresiva especulación. Un buen estudio de este periodo se puede encontrar en el libro de Krugman La era de las expectativas limitadas (Ariel, 1991).También yo analicé los procesos de cambio que se estaban dando en el libro Economía: Crisis o recuperación (Eudema, 1988).
Tras esta recesión vino lo que Stiglitz bautizó como Los felices noventa (Taurus, 2003). En este libro analiza las claves del éxito logrado en esos años, que pusieron las bases para la recesión que tuvo lugar en el cambio de siglo. Se produjo entonces el estallido de la burbuja especulativa que se estaba dando en el sector de las tecnologías de la información y de la comunicación, al tiempo que saltaron escándalos empresariales. Los incrementos de la productividad que tuvieron lugar en los años noventa no fueron suficientes para evitar caer una vez más en la recesión, resultado de la especulación y del fraude empresarial. Así que la economía norteamericana, tan robusta como parece ser, es no obstante más vulnerable de lo que cabría esperar si tenemos en cuenta la fuerte implantación de las nuevas tecnologías y su efecto arrastre de otros sectores. ¿Por qué esto es así? Robert Pollin en su obra Los contornos del declive (Akal, 2005) señala con acierto que la economía de Estados Unidos se sigue basando en la desigualdad, generando un modelo polarizado entre sectores económicos que acumulan una inmensa riqueza y renta y otros sectores que no se benefician de los frutos del crecimiento, al tiempo que se deterioran progresivamente los servicios públicos y se desmantelan los mecanismos capaces de generar una mayor equidad en la distribución de renta y en los derechos y oportunidades.
Por tanto, la mayor economía del mundo no es capaz de construir una economía sólida con la aplicación de medidas cada vez más liberales y la imposición del fundamentalismo de mercado sobre otras formas de actuar. Por esto, a pesar de su potencial investigador e innovador, al ser la economía víctima del neoliberalismo, de la especulación y del excesivo gasto militar, se neutralizan los efectos positivos que los incrementos de productividad vía mejora tecnológica deberían producir. Y es así como hay demasiadas privaciones y un nivel de pobreza elevada, que conviven con la opulencia. Eso es lo que tiene la economía más poderosa de la tierra.