Cuando se desregularon las finanzas mundiales, hace dos décadas, la doctrina económica pronosticaba que un mercado eficiente juntaría oferta y demanda para beneficio de todos. En el mundo real, lo que ocurrió fue todo lo contrario, sostiene un estudio que acaba de publicar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Antes […]
Cuando se desregularon las finanzas mundiales, hace dos décadas, la doctrina económica pronosticaba que un mercado eficiente juntaría oferta y demanda para beneficio de todos. En el mundo real, lo que ocurrió fue todo lo contrario, sostiene un estudio que acaba de publicar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Antes de la crisis financiera de 2008 que provocó la peor recesión desde la década de 1930, ya había quedado claro que los desequilibrios mundiales se habían acentuado en vez de disminuir.
El coeficiente de Gini (que mide la desigualdad) ha tendido a aumentar tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo y en las «economías en transición». En 2007, dice el informe, titulado «Quebrando el ciclo de exclusión y crisis», el veinte por ciento más rico de la población del planeta recibía el setenta por ciento del ingreso mundial, mientras que al veinte por ciento más pobre solo llegaba el dos por ciento.
Ni la apertura comercial ni los cambios tecnológicos son causa de esta concentracion. El culpable es, sin duda, la globalización financiera. En primer lugar, el sector financiero canaliza sus mayores beneficios y remuneraciones cada vez más jugosas a los ricos, aumentando la proporción de los ingresos que va al uno por ciento más privilegiado de la población. En segundo lugar, los salarios se han quedado a la zaga del crecimiento de la productividad en casi todas partes, como resultado de una mayor competencia en los mercados de trabajo, menos legislación de protección del empleo, y el debilitamiento de los sindicatos. Esto frena la expansión de la demanda interna y, en consecuencia, el crecimiento económico estable. En tercer lugar, ha habido un enorme aumento en los flujos financieros especulativos en busca de ganancias rápidas. Estos han sido alimentados por las deudas contraídas por los gobiernos, empresas e individuos, y por la liberalización de los movimientos de capital financiero y tipos de cambio en muchísimos países.
Los gobiernos pierden capacidad de tomar medidas fiscales y distributivas. La liberalización de los mercados financieros facilita la fuga de capitales. Para evitar que los ricos saquen su dinero del país, muchos gobiernos reducen los impuestos sobre los ingresos altos y las ganancias de capital, mientras que imponen medidas regresivas, como los impuestos sobre el consumo, para compensar la menor recaudación.
Después de años de estancamiento de sus ingresos, las familias de clase media y baja se endeudan para realizar sus aspiraciones de mejores viviendas, lo que terminó alimentando burbujas de hipotecas de mala calidad en Estados Unidos, el Reino Unido, España y otros lugares. «Esto fue facilitado por los mayores ingresos de los ricos, cuya frenética búsqueda de rentabilidad aumentó el tamaño del sector financiero y proveyó liquidez para los préstamos a los de menores ingresos. En las economías avanzadas, estos procesos fueron acompañados por la proliferación de instrumentos financieros opacos, como los valores respaldados por hipotecas, que generaron las condiciones para la crisis de 2008».
Como los ricos reciben mucho más de lo que consumen, al aumentar su parte en el reparto de los ingresos la demanda total disminuye, mientras que los menos privilegiados piden créditos para mantener su propio gasto, reforzando así un modelo de crecimiento basado en la deuda. Cuando las crisis financieras estallan, toda la economía se contrae y el aumento del desempleo vuelve a acentuar la desigualdad. El ajuste de las empresas y los hogares reduce los ingresos fiscales. El Estado toma prestado para cubrir su falta de recursos y aumenta la deuda pública, lo que a su vez conduce a más impuestos regresivos y menos prestaciones sociales.
«El resultado es un círculo vicioso en el que las finanzas globalizadas fomentan la desigualdad, lo que contribuye a las crisis, las que, a su vez, perpetúan o incluso agudizan las desigualdades», advierten los expertos de las Naciones Unidas.
A largo plazo, el crecimiento lento de los salarios y la demanda total suponen para la economía mundial un estancamiento prolongado. La baja creación de empleos, sobre todo de puestos de trabajo estable, digno y a tiempo completo, desperdicia recursos humanos y excluye a mucha gente, especialmente los jóvenes y las mujeres, de los beneficios del crecimiento económico.
Para salir de esta trampa, los países en crisis o estancados de Europa y América del Norte deberían mirar a América Latina. En el Cono Sur del continente, observa el informe de la UNCTAD, «varios países han logrado reducir la desigualdad y sostener un crecimiento más rápido y más inclusivo a través de impuestos más equitativos, mayor inversión pública, más gasto social, aumentos de salarios y mejor protección social».
En Brasil, por ejemplo, la desigualdad se ha reducido drásticamente. El coeficiente de Gini mejoró en más de cinco puntos desde el año 2000, se redujo la pobreza y bajó la proporción de los ingresos que va a los más ricos. Como resultado, el crecimiento promedio anual del PIB se aceleró en dos puntos porcentuales en comparación con la década anterior.
http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy/2012/06/22/la-receta-sudamericana/