Desde el nacimiento de los teatros universitarios, en los ’40, diversos acontecimientos han impulsado el desarrollo de las tendencias escénicas del teatro chileno. La dictadura, sin lugar a dudas, frenó el desarrollo del teatro nacional. Los primeros años del gobierno militar fueron mortales para la escena, tanto por el cese de las financiaciones a las […]
Desde el nacimiento de los teatros universitarios, en los ’40, diversos acontecimientos han impulsado el desarrollo de las tendencias escénicas del teatro chileno. La dictadura, sin lugar a dudas, frenó el desarrollo del teatro nacional. Los primeros años del gobierno militar fueron mortales para la escena, tanto por el cese de las financiaciones a las compañías apoyadas por el régimen derrocado, como por razones de censura, represión, exilio, y la situación de los teatros universitarios, que fueron intervenidos por los militares, quienes se encargaron de la elección del repertorio de las salas universitarias. A pesar del escenario sombrío y desfavorable de Chile durante estos años, las compañías independientes comenzaron a hacer resistencia. Si bien la denuncia no era del todo manifiesta, a través de metáforas se exponía sobre los escenarios la crítica situación de la sociedad.
A fines de los ’80 se produjo el nacimiento de un teatro que impulsó a generaciones de profesionales que ahora tienen entre 30 y 40 años. La llegada de la democracia en 1990 contribuyó de manera innegable al desarrollo del teatro que se venía fraguando desde los ’80: Andrés Pérez y el Gran Circo Teatro, Ramón Griffero y su Teatro de Fin de Siglo, compañía La Troppa, Mauricio Celedón y el Teatro del Silencio, Alfredo Castro y su Teatro La Memoria, entre otros, guiaron los pasos del teatro chileno, abriendo el imaginario nacional a nuevas posibilidades.
La influencia del teatro europeo, llegada de la mano de muchos artistas exiliados (voluntaria o involuntariamente), fue un referente importante para el desarrollo de la escena nacional. Si bien durante la dictadura hubo un teatro que habló del sufrimiento de la colectividad y la desesperanza, podemos afirmar que en la etapa comprendida entre el final de la dictadura y el comienzo de la democracia (1985- 1995), el teatro chileno se liberó y los escenarios se llenaron de colores. La profunda necesidad de experimentar y expresar con libertad, desenlaza en una fusión escénica nunca antes vista. A principio de los ’90 se establecieron en Santiago de Chile una serie de festivales, subvenciones y encuentros teatrales que evidenciaron un cambio en el panorama nacional: en 1992 se crea el Fondo Nacional para las Artes (Fondart); en 1993 se realiza el primer Festival de Nuevas Tendencias del Teatro y el Festival Mundial de Teatro de las Naciones; en 1994 comienza el Teatro al aire libre en el Parque Bustamante y el primer Festival de Teatro a Mil; en 1995 se inaugura la primera Muestra Nacional de Dramaturgia… El teatro se transformó en una manifestación artística popular, que no sólo funcionaba dentro de los teatros convencionales, sino que se abrió a nuevos espacios. A partir de este momento, comenzó un largo camino que se fue llenando de nuevos rostros. Los aportes de los jóvenes dramaturgos, directores, actores, compañías, colectivos, escuelas de teatro, asociaciones y festivales, han ido marcando nuevas pautas.
En mayo de 2006 se publica el libro Dramaturgia nueva, donde se analizan textos de 13 jóvenes dramaturgos chilenos: Coca Duarte, Cristián Figueroa, Benito Escobar, Ana María Harcha, Lucía de la Maza, Marcelo Sánchez, Cristián Soto, Flavia Radrigán, Juan Claudio Burgos, Rolando Jara, Andrés Kalawski, Alexis Moreno y David Costa, importantes representantes de la nueva escena nacional, la mayoría de ellos presentes en el teatro desde fines de los ’90.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/La-reescritura-del-teatro-en-Chile.html