El animado debate en torno a la renta básica ha solido obviar con demasiada frecuencia un aspecto crucial: las dinámicas de género. En una sociedad fundada sobre diferencias de género, ¿cómo podría afectar una renta básica de forma diferente a hombres y mujeres? ¿Se podría emplear la renta básica como herramienta en la lucha por […]
El animado debate en torno a la renta básica ha solido obviar con demasiada frecuencia un aspecto crucial: las dinámicas de género. En una sociedad fundada sobre diferencias de género, ¿cómo podría afectar una renta básica de forma diferente a hombres y mujeres? ¿Se podría emplear la renta básica como herramienta en la lucha por los derechos de las mujeres? Adoptar una perspectiva feminista en la discusión sobre la renta básica implica un conjunto particular de problemas y virtudes de la propuesta. Natalie Bennett recuerda la larga historia en el siglo XX de la lucha de las mujeres en el Reino Unido por una defensa feminista de la renta básica.
Resulta revelador que, al menos en Reino Unido, las mujeres estuvieran en la vanguardia de las primerizas campañas por una renta básica[1]. Se ha afirmado, con algunos buenos motivos, que Virginia Woolf, al afirmar que las mujeres necesitaban 500 libras al año y un cuarto propio, estaba exponiendo un argumento en favor de la renta básica, cuando no un modelo de esta.
La activista Lady Juliet Rhys-Williams, con antecedentes anteriores a la Segunda Guerra Mundial en temas de maternidad y bienestar infantil, precisó una renta básica universal en tanto que una alternativa al modelo británico Beveridge de Estado del bienestar menos basada en el trabajo asalariado y que implicaba menos discriminación de género. Lo hizo en su libro Something To Look Forward To en 1943 [2] . Sin embargo, el modelo Beveridge (por el cual subsidios como las pensiones están basados en las contribuciones en lugar de en la necesidad, algo que demasiado a menudo ha atrapado a las mujeres más mayores en la extrema pobreza) triunfó, tal y como estaba orientado a las necesidades de la economía de crecimiento capitalista. El arquitecto del modelo, William Beverdige, sufrió el significativo ataque de un amplio espectro de mujeres por estas características, notablemente de Elizabeth Abbot y Katherine Bompas de la organización sufragista Women’s Freedom League, que dijo que el plan de Beveridge era «un plan de hombres para hombres». Pero el partido laborista que debería materializar el plan -y en cierto modo los conservadores les dejarían hacerlo durante décadas-estaba poco predispuesto a aceptar el reto y actuar en base a él.