«Una víctima inocente de la depreciación del dólar inducida por las decisiones de la Fed serán los países del Tercer Mundo deficitarios en alimentos cuyas monedas están ligadas al dólar. América Latina, el grueso de África y Asia se encontrarán con que, en sus monedas, el precio de las materias primas denominadas en euros se […]
«Una víctima inocente de la depreciación del dólar inducida por las decisiones de la Fed serán los países del Tercer Mundo deficitarios en alimentos cuyas monedas están ligadas al dólar. América Latina, el grueso de África y Asia se encontrarán con que, en sus monedas, el precio de las materias primas denominadas en euros se incrementará. Pero los salarios y otras fuentes de ingresos de su población distan por mucho de subir. La mordaza salario/precio seguirá apretando, y se calla por sabido que sus oligarquías se sumarán al torrente especulativo orientado a las divisas fuertes, moviendo sus fondos al exterior»
Contra las recomendaciones de la mayoría de los economistas, y hasta del Financial Times de Londres, el consejo de administración de la Reserva federal bajó ayer la tasa de descuento otro cuarto de punto, dejándola en un mero 2%. Manifiestamente, lo que se intenta es lograr, incentivándola, la «recuperación» económica: como si un recorte en los tipos de interés pudiera lograr tal cosa. A primera vista, eso parece reflejar la ideología de la Fed, según la cual bastaría manipular el interés para expandir o contraer la economía: como si de un globo se tratara, preparado para ser hinchado o deshinchado a voluntad, a fin de controlar el nivel de actividad.
Tal simplista filosofía fue característica de la era Greenspan. Bastaba alterar la tasa de interés para que la Fed no tuviera que «pensar», no tuviera que regular los mercados, no tuviera que plantear exigencias de niveles mínimos de reservas en los préstamos bancarios, y lograra alimentar una inflación de precios de los activos que la Fed confundía con real «creación de riqueza». No tenía que regular los préstamos subprime o intervenir en el extendido fraude financiero. Todo lo que tenía que hacer era subir los tipos de interés, cuando eso daba a los bancos oportunidad de cargar más e incrementar sus ingresos, o recortar las tipos para rebajar el coste de los préstamos concedidos por la Fed a los bancos.
Lo cierto es que ni siquiera la ideológicamente obnubilada Reserva Federal puede ya imaginar que un problema estructural -la incipiente depresión inducida por el favoritismo de la propia Fed hacia un sector bancario resuelto a promover la desindustrialización de la economía- puede resolverse bajando otra vez los tipos de interés. Aunque la Fed rebaja su tipo de préstamo a los bancos, esos bancos no transmiten a sus clientes las rebajas de tipos. Los tipos de interés de las tarjetas de crédito están subiendo, y rimeros interminables de penalizaciones varias están incrementando la tajada que se llevan los bancos. Las tasas hipotecarias siguen altas, de modo que los mercados inmobiliarios siguen sin levantar cabeza. Sencillamente, los bancos no hacen préstamos.
Lo que hacen es especular, sobre todo contra el dólar. Emulan así lo que hicieron los bancos japoneses tras el estallido de la burbuja financiera nacional en 1990. Los bancos japoneses se convirtieron en los agentes más activos del carry trade internacional, que consiste en tomar préstamos a muy bajo interés en una divisa débil (el yen, después de 1990; el dólar, hoy) para prestar a prestatarios con elevados intereses, preferiblemente con monedas fuertes o al menos estables (como a Islandia, antes de que, apabullada por la deuda, comenzara a colapsarse su moneda el año pasado; como, hoy, a los prestatarios europeos en euros).
Así pues, el crédito fiduciario estadounidense está ahora orientándose hacia Europa. Los bancos estadounidenses crean o toman a préstamo crédito al 2%, y lo prestan al 6% o más. Logran así una ganancia especulativa con la moneda extranjera, fundada en el hecho de que el euro sigue subiendo en relación con el dólar.
El propósito es, evidentemente, el mismo que en Japón después de 1990. Muchos bancos bordean la insolvencia a resultas de los préstamos inmobiliarios tóxicos contabilizados en sus libros de balances. Rescatarlos (para no tener que nacionalizarlos como, recientemente, tuvo que hacer Inglaterra con el Norhern Trust) es ayudar a los bancos «a lograr una vía de salida de la deuda», y esa vía es realizar préstamos gananciosos.
Pero el préstamo y la rentabilidad bancarios se han desacoplado por mucho de la economía. Los bancos no están prestando para financiar tangibles inversiones de capital y nuevas contrataciones. Ayudarles, pues, no ayuda a sacar a la economía estadounidense de una depresión que día a día se hace más honda. (Una recesión es corta, y le sigue una recuperación. La depresión que asoma hoy en el horizonte se aproa a una suerte de expropiación general, a una transferencia masiva de propiedad de los deudores a los acreedores.)
El efecto último de eso es hinchar el poder de las finanzas, del crédito y de los bienes raíces en relación con los salarios del trabajo y con el capital industrial. No es ése el camino para estimular nuevas inversiones tangibles. Es justamente lo opuesto al keynesianismo. No es apuntar a la «eutanasia del rentista»; es conferir más poder a las finanzas y decretar la eutanasia del trabajo y de la industria.
Y en lo atinente a Europa, yo añadiría lo siguiente. La decisión de la Fed de subsidiar el préstamo de los bancos estadounidenses a Europa contribuirá a elevar la tasa de cambio del euro en relación con el dólar. Eso será una bendición para los especuladores de divisas. Y contribuirá a mantener el precio del petróleo y de los alimentos relativamente bajo para los consumidores europeos. Pero también incrementará en Europa el precio del trabajo asalariado y otros costes (incluido el coste de los bienes raíces, que está jugando un papel creciente en el presupuesto de los trabajadores en todo el mundo). Eso tenderá a hacer que las exportaciones europeas resulten cada vez más caras en los mercados globales, incluidos el Airbus, para satisfacción de Boeing, y los automóviles europeos, para satisfacción de General Motors y Ford. (No es de extrañar que Kirk Kirkorian haya comenzado a comprar de nuevo acciones en la industria automovilística estadounidense.)
En los años 30 del siglo pasado, los países competían unos con otros oponiendo a los rivales murallas arancelarias y barreras comerciales no-arancelarias (encabezados por los EEUU), así como devaluaciones de la propia moneda destinadas a «depauperar al vecino» (también encabezados aquí por los EEUU). Pero los dirigentes del Banco Central europeo andan ahora tan ofuscados con la moderna ideología monetarista de la Escuela de Chicago -y tan olvidadizos de la historia económica de su propio continente-, que lo que se proponen es poner de rodillas a la inflación interior elevando los tipos de interés. Eso no hace sino acrecer tanto más el valor de su moneda, atrayendo aún más préstamos carry trade foráneos. (Los economistas llaman a eso una «curva de demanda con pendiente negativa», y la consideran una «anomalía», como anómalo les parece el grueso de la realidad económica de nuestros días). De modo, pues, que mientras la política monetaria estadounidense contribuye a subsidiar al sector bancario en detrimento del sector industrial y del trabajo asalariado, la política monetaria europea está ungida al uránico universo paralelo del pensamiento actual y socava su propia industria.
Una víctima inocente de la depreciación del dólar inducida por las decisiones de la Fed serán los países del Tercer Mundo deficitarios en alimentos cuyas monedas están ligadas al dólar. América Latina, el grueso de África y Asia se encontrarán con que, en sus monedas, el precio de las materias primas denominadas en euros se incrementará. Pero los salarios y otras fuentes de ingresos de su población distan por mucho de subir. La mordaza salario/precio seguirá apretando, y se calla por sabido que sus oligarquías se sumarán al torrente especulativo orientado a las divisas fuertes, moviendo sus fondos al exterior.
Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.