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La resistencia iraquí necesita un Ho Chi Minh

Fuentes: IPS

¿Es Iraq otro Vietnam? El vietnamita Tran Dac Loi sabe la respuesta mejor que nadie. Pasó su niñez esquivando bombas de Estados Unidos, y su padre participó en la guerra de guerrillas librada en las montañas contra el invasor, y que a larga resultó triunfante. A tres décadas de finalizada aquella guerra (1964-1975), Tran Dac […]

¿Es Iraq otro Vietnam? El vietnamita Tran Dac Loi sabe la respuesta mejor que nadie. Pasó su niñez esquivando bombas de Estados Unidos, y su padre participó en la guerra de guerrillas librada en las montañas contra el invasor, y que a larga resultó triunfante.

A tres décadas de finalizada aquella guerra (1964-1975), Tran Dac Loi, hoy secretario general de la Fundación Vietnamita para la Paz y el Desarrollo y uno de los ideólogos del gobierno comunista de Vietnam, tiene algún que otro consejo para dar a la resistencia iraquí, nacida después de que Estados Unidos invadió el país de Medio Oriente, en marzo de 2003.

«Nuestra batalla estaba muy bien organizada. Teníamos dirección y contactos oficiales, en cambio en Iraq nunca se sabe quién pertenece a la resistencia ni cuáles son sus objetivos», dijo Tran en una entrevista con IPS.

«Naturalmente, todos los combatientes quieren que los estadounidenses se vayan, pero no existe un programa político capaz de unir a todas las fuerzas que se oponen a la ocupación», expresó Tran, señalando una de las tantas debilidades de los insurgentes.

La resistencia se alimenta principalmente del dolor de la ocupación. Su apoyo proviene de ciudadanos iraquíes comunes y corrientes que han sufrido en carne propia la guerra o cuyos familiares o amigos fueron asesinados, dañados o apresados por el ejército ocupante de Estados Unidos.

«Esta clase de resistencia no va a ninguna parte», dijo Tran.»La resistencia debe tener un objetivo claro. Nuestra meta, por ejemplo, era la independencia y el socialismo, no era simplemente una reacción, sino una verdadera revolución».

Algunos de los grupos que se oponen a la ocupación estadounidense sí fueron capaces de crear organizaciones, con portavoces, programas ideológicos y todo lo demás. Sin embargo, puesto que estas organizaciones tienen un fundamento religioso o étnico nunca conseguirán sus objetivos, sostiene Tran.

El movimiento islamista de Muqtada al-Sadr, por ejemplo, habla principalmente a la población pobre que habita en los numerosos asentamientos chiitas del país. En esencia, esa organización brinda una serie de servicios a esas comunidades desposeídas al tiempo que aboga por la creación de un Estado islámico.

Esta línea de acción contribuyó a que Al-Sadr consiguiera millones de adeptos entre los chiitas que viven en la miseria, pero también explica por qué es incapaz de persuadir y atraer a ciudadanos de otros sectores sociales.

Según Tran, lo mismo puede decirse de los fundamentalistas sunitas. La Asociación de Académicos Musulmanes, una entidad sunita de línea dura, tiene portavoces que aparecen con regularidad en todos los canales de televisión satelital árabes, pero su popularidad es muy limitada, incluso dentro del país.

Por su composición étnica, tres cuartas partes de los 24 millones de iraquíes son árabes, 20 por ciento kurdos y el resto de pequeñas minorías.

El Islam es la religión mayoritaria. Sesenta y dos por ciento de los habitantes, concentrados en el sur del territorio, profesan el Islam chiita, y 35 por ciento el sunita, predominante en el mundo árabe.

Tran piensa que la falta de un programa político pan-étnico y culturalmente plural puede tener como consecuencia que muchos grupos minoritarios prefieran aliarse con el invasor para asegurarse que sus derechos culturales serán respetados y protegidos.

Esto explica, por ejemplo, por qué la minoría kurda del norte y más de 100.000 guerrilleros «peshmerga» (en kurdo, dispuestos a morir) están del lado de Estados Unidos.

«La ausencia de un programa político claro favorece los intereses de Estados Unidos», señaló Tran. «De esta manera, ellos se ponen por encima de todos y pretenden que lo hacen para ayudar a resolver los problemas que existen entre los distintos grupos, cuando en realidad lo que hacen es imponer su señorío».

Desde el inicio, las fuerzas de ocupación proscribieron al Partido Socialista Baath, del derrocado presidente Saddam Hussein, que era una organización laica, pero esto no les bastó para ganarse la confianza de las minorías.

De momento, el partido Baath continúa funcionando mediante células independientes que sobreviven dentro de Iraq y con los exiliados residentes en Jordania y Siria.

La táctica de Estados Unidos fue la clásica «divide y triunfarás».. Desde el comienzo mismo de la invasión, Washington alentó a la ciudadanía iraquí a reagruparse sobre la base de identidades y criterios sectarios (étnicos, lingüísticos, religiosos).

La administración de George W. Bush llegó incluso a contratar a la empresa Research Triangle Institute (RTI) para que organizara autoridades locales basadas exclusivamente sobre el perfil étnico de cada una de las regiones de Iraq.

En marzo de 2003, RTI obtuvo un contrato por 466 millones de dólares para organizar 180 gobiernos locales y provinciales en Iraq y asegurar la participación de la población en ese proceso, pero una auditoría del gobierno encontró irregularidades en su puesta en práctica.

Como vietnamita comunista, Tran sugiere que Iraq elabore un programa similar al de la revolución en su país, que se basó sobre la formación de un partido político único con la misión de derrocar al invasor, defender la unidad del país y garantizar la soberanía política y económica.

Qué ideología particular se debe adoptar, dijo Tran, es lo de menos. Lo principal es que todo el mundo, independientemente de su origen étnico o creencia religiosa, pueda identificarse y creer (en el programa y sus objetivos).

Entre otras actividades, Tran es el coordinador de las diferentes delegaciones vietnamitas que cada año asisten al no gubernamental Foro Social Mundial que se realiza desde 2001 en Porto Alegre, Brasil.

Iraq necesita una figura política como el líder revolucionario Ho Chi Minh (1890-1969), que sea capaz de unificar a la nación y «de hacer emerger un objetivo de largo plazo que sea de interés para la mayoría de la ciudadanía», recomienda.

Pero, en su opinión, ninguno de los líderes políticos iraquíes tiene ese perfil. De hecho, los asesinatos de civiles inocentes que cometen continuamente los insurgentes son repugnantes y contraproducentes.

«Se comportan como grupos rebeldes que actúan sin ton ni son», dice. «Cuando nosotros combatíamos, sólo atacábamos a quienes nos atacaban. Los civiles nunca fueron objetivos militares nuestros».

Dadas las sangrientas tácticas a las que recurre la resistencia y la falta de un programa político unificado, Tran duda de que los iraquíes lleguen a triunfar en su empeño de expulsar a los estadounidenses, al menos a corto plazo.

Él compara la insurgencia iraquí con los intentos vietnamitas por acabar con la dominación colonial francesa antes de la segunda guerra mundial, liderados por pequeños grupos de la elite educada, que fracasaron y fueron aplastados.

«Todos ellos eran patriotas, pero fueron vencidos porque no supieron llegar a las masas», concluye.

Aaron Glantz es periodista de IPS y autor del libro »How America Lost Iraq» (Cómo Estados Unidos perdió Iraq) publicado por Tarcher/Penguin. Con aporte de Ngoc Nguyen.