Traducido para Rebelión por Manuel Talens
De nuevo, los intelectuales han decidido intervenir en un debate, esta vez sobre el imperialismo estadounidense y los derechos humanos en Cuba. «¿Qué importancia tiene el papel de los intelectuales?», me pregunté a mí mismo un soleado sábado por la tarde (el 26 de abril de 2003), mientras paseábamos por la madrileña Puerta del Sol y el eco de los gritos contra Castro de varios centenares de manifestantes resonaba en la plaza casi vacía. A pesar de una docena de artículos y columnas de opinión de conocidos intelectuales en los principales periódicos de Madrid, de las horas de propaganda en radio y televisión y del apoyo de burócratas sindicales y jerifaltes de partidos, sólo acudieron a la convocatoria unos ochocientos manifestantes, la mayor parte de ellos exiliados cubanos. «Está claro», me respondí, «que los intelectuales contrarios a Cuba tienen poco o ningún poder de convocación, al menos en España».
Pero la impotencia política de los escritores contrarios a Castro no significa que los intelectuales en general no representen un papel importante; tampoco la falta de resonancia popular significa que carezcan de recursos, sobre todo si cuentan con el apoyo de la máquina guerrera y propagandística estadounidense, que amplifica y disemina sus palabras en todo el planeta. Para poder adoptar una decisión en el debate que bulle entre intelectuales sobre los derechos humanos en Cuba y el imperialismo estadounidense, vale la pena tomar distancias y considerar el papel de los intelectuales, el contexto y las principales cuestiones que enmarcan el conflicto entre los Estados Unidos y Cuba.
El papel de los intelectuales
El papel de los intelectuales consiste en clarificar las cuestiones más importantes y definir las amenazas a la paz, a la justicia social, a la independencia nacional y a la libertad en cada período histórico, así como en identificar y apoyar a los defensores de los mismos principios. Los intelectuales tienen la responsabilidad de distinguir entre las medidas defensivas tomadas por países y pueblos sometidos al ataque imperial y los métodos ofensivos del poder imperial en su campaña de conquista. El establecimiento de equivalencias morales entre la violencia y la represión de los países imperiales conquistadores y los del Tercer Mundo sometidos a ataques militares y terroristas es el colmo de la doblez y de la hipocresía. Los intelectuales responsables examinan críticamente el contexto político y analizan las relaciones entre el poder imperial y sus funcionarios locales a sueldo -los denominados «disidentes»-, en vez de otorgar un fíat moral basado en sus pocas luces y en sus imperativos políticos.
Los intelectuales comprometidos que pretenden hablar con autoridad moral, sobre todo los que presentan como garantía su crítica del imperialismo, tienen la responsabilidad política de desmitificar el poder y el estado y la manipulación de los medios, sobre todo en lo relativo a la retórica imperial de violaciones de derechos humanos por parte de estados independientes del Tercer Mundo. En los últimos tiempos hemos visto cómo demasiados intelectuales «progresistas» occidentales apoyaban o bien guardaban silencio ante la destrucción estadounidense de Yugoslavia y la limpieza étnica de más de 250.000 serbios, gitanos y otra etnias en Kosovo, y se tragaban la propaganda estadounidense de una «guerra humanitaria». Todos los intelectuales de los Estados Unidos (Chomsky, Zinn, Wallerstein etc…) apoyaron el levantamiento fundamentalista en Afganistán -financiado por el Pentágono contra el gobierno civil prosoviético, con el pretexto de que la Unión Soviética había «invadido» el país y los fanáticos fundamentalistas eran «disidentes» que defendían la «autodeterminación»-, estratagema propagandística confesada y satisfactoriamente ejecutada por el jactancioso antiguo consejero de seguridad nacional Zbig Bryzinski. Tanto entonces como ahora, intelectuales prestigiosos blanden sus cartas credenciales pasadas como «críticos» de la política exterior estadounidense para prestar credibilidad a su denuncia poco informada de las presuntas transgresiones morales cubanas, y comparan la detención en Cuba de funcionarios pagados por el Ministerio de Asuntos Exteriores estadounidense y la ejecución de tres secuestradores terroristas con los crímenes de guerra del imperialismo estadounidense. Los practicantes de equivalencias morales aplican un microscopio a Cuba y un telescopio a Estados Unidos, lo cual les presta una cierta aceptabilidad entre los sectores liberales del imperio.
Imperativos morales y realidad cubana: la moralidad como falta de honradez
Los intelectuales están divididos en lo relativo al conflicto entre los Estados Unidos y Cuba: Benedetti, Sastre, Petras, Sánchez-Vázquez, Pablo González Casanova y muchos otros defienden a Cuba; los intelectuales de la derecha, entre ellos Vargas Llosa, Savater y Carlos Fuentes, como era de esperar, han publicado sus diatribas habituales contra Cuba, y un pequeño ejército de intelectuales asimismo progresistas -Chomsky, Saramago, Galeano, Sontag, Zinn y Wallerstein- se ha unido el coro de condenas, agitando sus posiciones críticas anteriores en un esfuerzo por distinguirse tanto de los opositores de la derecha como de los cubanos a sueldo. Es este último grupo de «progresistas» el que le ha causado mayor daño al floreciente movimiento antiimperialista y estas líneas críticas van dirigidas a ellos.
La moralidad basada en la propaganda es una mezcla mortal -en particular cuando los juicios morales provienen de prestigiosos intelectuales izquierdistas y la propaganda emana de la administración ultraderechista de Bush.
Muchos de los críticos «progresistas» de Cuba reconocen, de pasada y en términos generales, que los Estados Unidos han sido un agresor hostil contra la isla, por lo que «generosamente» le conceden a este país el derecho a la autodeterminación, pero luego se lanzan a una serie de acusaciones infundadas y de falsificaciones desprovistas de cualquier contexto especial que hubiera podido servir para clarificar las cuestiones y proporcionar una base razonada a… «los imperativos morales».
Lo mejor es empezar por los hechos más fundamentales. Los críticos de la izquierda, sobre la base del etiquetado del Ministerio de Asuntos Exteriores estadounidense, denuncian la represión del gobierno cubano de individuos, disidentes, periodistas, dueños de bibliotecas privadas y miembros de partidos políticos implicados en actividades políticas no violentas que intentan ejercer sus derechos democráticos. Lo que los «progresistas» no pueden o no quieren reconocer es que los detenidos eran funcionarios a sueldo del gobierno estadounidense. Según la Agencia de Desarrollo Internacional (AID), que es la principal agencia federal de subvenciones y préstamos para la implementación de la política exterior estadounidense, el Programa USAID destinado a Cuba (resultante de la ley Helms-Burton de 1996) ha canalizado desde 1997 más de 8,5 millones de dólares US a los opositores cubanos del régimen de Castro, destinados a publicaciones, encuentros y propaganda favorable al derrocamiento del gobierno cubano, en coordinación con ONG, universidades, fundaciones y otros grupos (véase Profile of the USAID Cuba Program, en el sitio web de AID). El programa U.S.AID, a diferencia de su estilo habitual, no envía los pagos al gobierno de Cuba, sino a su clientela cubana de «disidentes». Los criterios para la financiación son meridianos: todo aquel que desee recibir pagos y subvenciones debe haber manifestado un claro compromiso favorable al «cambio de régimen», propiciado por los Estados Unidos, hacia el «mercado libre» y la «democracia», sin duda similar a la dictadura colonial estadounidense en Irak. La ley Helms-Burton, el Programa U.S.AID, los funcionarios cubanos a sueldo y el manifiesto progresista de los intelectuales «condenan la falta de libertad, el encarcelamiento de disidentes inocentes, y piden un cambio democrático de régimen en Cuba». Se trata de extrañas coincidencias que requieren un análisis. Los periodistas cubanos que han recibido 280.000 dólares de Cuba Free Press no son disidentes, sino funcionarios a sueldo. Los grupos de «derechos humanos» cubanos, que recibieron 775.000 dólares de la tapadera de la CIA «Freedom House», no son disidentes, dado que su misión consiste en promover la «transición» (el derrocamiento) del régimen cubano. La lista de subvenciones y pagos a «disidentes» (funcionarios) cubanos por parte del gobierno estadounidense es larga y detallada y accesible a todos los críticos progresistas morales. Lo que debe contar es que los opositores encarcelados por el gobierno cubano eran funcionarios a sueldo del gobierno estadounidense, pagados para poner en práctica los objetivos de la ley Helms-Burton según los criterios del U.S.AID y bajo la dirección de James Cason, el jefe de la Sección de la US Interest Section en La Habana. Entre el 2 de septiembre de 2002 y marzo de 2003, Cason mantuvo docenas de reuniones con sus «disidentes» cubanos, tanto en su casa como en su oficina, para darles instrucciones y directrices sobre qué escribir y cómo reclutar, mientras que pronunciaba arengas públicas contra el gobierno cubano, de manera muy poco diplomática. USAID proporcionó a los funcionarios cubanos a sueldo de Washington equipos de comunicación electrónica, libros y otros materiales de propaganda, así como dinero para financiar «sindicatos» favorables a los Estados Unidos a través de la tapadera denominada «American Center for International Labor Solidarity». No se trata de bienintencionados «disidentes» que desconocen quién les paga y cuál es su papel como agentes imperiales, puesto que el informe de USAID (en la sección titulada «The US Institutional Context») señala que el Programa de Cuba está financiado a través del Fondo de Apoyo Económico, cuyo objetivo consiste en apoyar los intereses económicos y de política exterior de los Estados Unidos mediante ayudas financieras a aliados [sic] y a países en transición hacia la democracia».
Ningún país del mundo tolera o etiqueta de «disidentes» a aquellos entre sus ciudadanos que están a sueldo y trabajan para promover los intereses imperiales de un poder extranjero. Esto es sobre todo verdad en los Estados Unidos, donde el apartado 18 de la sección 951 del U.S. Code establece que «cualquiera que dentro de los Estados Unidos acepte trabajar bajo la dirección o el control de un gobierno o funcionario extranjero podrá ser sometido a procesamiento penal y una condena de diez años cárcel». Salvo que, desde luego, esté inscrito como agente extranjero a sueldo o trabaje para el gobierno israelí.
Los intelectuales «progresistas» estadounidenses han abdicado de sus responsabilidades como analistas y críticos y aceptan sin poner en entredicho que el Ministerio de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos califique a sus funcionarios a sueldo de disidentes que luchan por la «libertad».
Algunos defensores de los agentes-disidentes protestan porque estos funcionarios fueron condenados a «sentencias escandalosamente largas». De nuevo, la miopía empírica da lugar a moralizaciones mendaces. Cuba se halla en pie de guerra. El gobierno de Bush ha declarado que el país está en la lista de objetivos militares susceptibles de invasión y de destrucción masiva. Y, por si acaso nuestros intelectuales moralistas no están al corriente, Bush, Rumsfeld y los halcones sionistas de la Administración cumplen lo que dicen. La total falta de seriedad de Chomsky, Zinn, Sontag y los dictados morales de Wallerstein se deben a que no logran reconocer la amenaza inminente de una guerra estadounidense con armas de destrucción masiva, anunciada por adelantado. Esto resulta particularmente oneroso si consideramos que muchos de los detractores de Cuba viven en los Estados Unidos, leen la prensa estadounidense y son conscientes de hasta qué punto a las declaraciones militaristas suelen seguir acciones genocidas. Pero a nuestros moralistas no les preocupa el contexto ni las amenazas inmediatas o futuras contra Cuba, pues prefieren ignorar todo para demostrarle al Departamento de Estado que no sólo se oponen a la política exterior estadounidense, sino que también condenan a cada país, sistema o líder independiente que se oponga a los Estados Unidos. En otras palabras, señor Ashcroft, cuando castigue usted a los «apólogos» del «terror» cubano, recuerde que nosotros somos diferentes, también condenamos a Cuba y también exigimos un cambio de régimen.
Los críticos de Cuba no hacen caso de que los Estados Unidos han puesto en marcha una estrategia politicomilitar de dos vertientes, con el objetivo de controlar el país. Washington proporciona asilo a piratas del aire, hace todo lo posible para desestabilizar la economía turística de Cuba y trabaja estrechamente con la terrorista Cuban American Foundation en sus intentos de asesinato de líderes cubanos. Hay nuevas bases estadounidenses en la República Dominicana, Colombia y El Salvador y un campo de concentración cada vez mayor en Guantánamo, y todo ello con el objetivo de facilitar una invasión. El embargo estadounidense es cada vez más intenso, con el apoyo de los regímenes derechistas de Berlusconi en Italia y de Aznar en España. La actividad agresiva y abiertamente política de James Cason, de la Interest Section, similar a la de sus seguidores cubanos entre los funcionarios-disidentes, forma parte de la estrategia interior diseñada para minar la lealtad cubana hacia el régimen y la revolución. Nuestros prestigiosos críticos intelectuales han decidido ignorar la conexión existente entre ambas tácticas y su convergencia estratégica, pues prefieren darse el lujo de emitir prédicas morales sobre la libertad en todas partes y para todos, incluso cuando un Washington psicópata coloca el cuchillo en la garganta de Cuba. No, gracias, señores Chomsky, Sontag y Wallerstein, Cuba actúa con toda la razón cuando les pega a sus atacantes una patada en las pelotas y los envía a que se ganen honradamente la vida cortando caña.
La pena de muerte para los tres terroristas que secuestraron un bote es un duro tratamiento, pero igual de dura era la amenaza que pesó sobre las vidas de cuarenta pasajeros cubanos que afrontaron la muerte a manos de los secuestradores. De nuevo, nuestros moralistas olvidan hablar de los actos temerarios de piratería aérea y de otros complots descubiertos a tiempo. Los moralistas no logran entender por qué estos terroristas desesperados buscan escapar de Cuba de manera ilegal. La Administración de Bush ha eliminado prácticamente el programa de visados para emigrantes cubanos que deseen marcharse. Los visados han disminuido desde 9000 durante los cuatro primeros meses de 2002 a 700 en 2003. Se trata de una táctica sutil para alentar actos terroristas en Cuba y luego denunciar las duras sentencias, que a su vez hacen cantar el coro de los que dicen sí en el rincón del amén de la progresía intelectual estadounidense y europea. ¿Es simplemente ignorancia lo que hay tras estas declaraciones morales contra Cuba o es algo más, un chantaje moral destinado a obligar a sus colegas cubanos a rebelarse contra su régimen, su gente, so pena de afrontar el oprobio de intelectuales prestigiosos y de verse todavía más aislados y estigmatizados como «apólogos de Castro»? Por un lado están las amenazas explícitas de Saramago de abandonar a sus amigos cubanos y de abrazar la causa de los funcionarios a sueldo de los Estados Unidos. Por el otro, las amenazas implícitas de no volver a Cuba y de boicotear sus conferencias. ¿Es una cobardía moral el salir en defensa del imperio y meterse con Cuba justo cuando ésta se enfrenta a una amenaza de destrucción masiva por haber encarcelado agentes a sueldo, decisión que cualquier país del mundo hubiera tomado? Lo que resulta francamente vergonzoso es que hagan caso omiso de los enormes logros de la revolución cubana en el empleo, la educación, la salud y la igualdad, de su heroica oposición, basada en los principios, a las guerras imperiales -Cuba es el único país que lo dice claramente- y de su capacidad de resistir casi cincuenta años de invasiones. ¡¡Eso no cuenta nada para los intelectuales estadounidenses, eso es escandaloso!! La actitud de los intelectuales es una desgracia, una marcha atrás en busca de respetabilidad después de haberse «atrevido» a oponerse a la guerra estadounidense junto con otros treinta millones de personas en el mundo. Éste no es el momento de «equilibrar» las cosas condenando a Cuba, pidiendo un cambio de régimen o apoyando la causa de los funcionarios-disidentes cubanos «adictos al «mercado».
Vale la pena recordar que los mismos intelectuales progresistas apoyaron a «disidentes» financiados por Soros y por el Ministerio de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos en la Europa del Este y en la Unión Soviética. Los «disidentes» entregaron el país a la mafia rusa, tras lo cual la esperanza de la vida disminuyó cinco años (más de 10 millones de rusos murieron de forma prematura tras la ruina del sistema sanitario nacional), mientras que en Europa Oriental los «disidentes» cerraron los astilleros de Gdansk, ingresaron en la OTAN y proporcionaron mercenarios para la conquista estadounidense de Irak. Brilla por su ausencia entre estos partidarios actuales de los «disidentes» cubanos cualquier reflexión crítica sobre los resultados catastróficos de sus diatribas anticomunistas y de sus manifiestos a favor de los «disidentes» que hoy son soldados del imperio estadounidense en Oriente Próximo y en la Europa central. Nuestros moralistas estadounidenses no han reflexionado nunca -lo repito, nunca- de manera crítica sobre sus fracasos morales pasados o presentes, ya que, mire usted, están a favor de la «libertad en todas partes», incluso cuando la gente «equivocada» toma el poder y el «otro» imperio lo asume y millones de seres mueren de enfermedades curables y florecen las redes de esclavitud blanca. Su respuesta es siempre la misma: «Esto no es que queríamos, deseábamos una sociedad libre, justa e independiente, pero cuando exigíamos un cambio de régimen y apoyábamos a los disidentes nunca sospechamos que el imperio se quedaría con todo, se convertiría en la única superpotencia y se dedicaría a colonizar el mundo».
Los intelectuales moralistas deben aceptar la responsabilidad política de las consecuencias sin esconderse tras tópicos morales abstractos, ni en el caso de su complicidad pasada con el auge de imperio ni en el de sus escandalosas declaraciones actuales contra Cuba. No pueden alegar que desconocen las repercusiones de lo que dicen y de lo que hacen. No pueden pretender inocencia después de todo lo que han visto, han leído y han escuchado sobre los proyectos estadounidenses de guerra contra Cuba.
La autora y promotora principal de la declaración anticubana en los Estados Unidos (firmada por Chomsky, Zinn y Wallerstein) es Joanne Landy, que se declara «socialista democrática» y que desde hace cuarenta años aboga por el derrocamiento violento del gobierno cubano. En la actualidad es miembro del Council on Foreign Relations (CFR), una de las principales instituciones que desde hace medio siglo han asesorado al gobierno estadounidense en política imperial. Landy apoyó públicamente la invasión estadounidense de Afganistán y de Yugoslavia, así como a la organización terrorista albanesa KLA, responsable del asesinato de dos mil serbios y de la limpieza étnica de cientos de miles de serbios y otros grupos en Kosovo. No sorprende en absoluto que la declaración escrita por esta camaleónica extremista de derecha no contenga mención alguna a los logros sociales de Cuba y a su oposición frente al imperialismo. Preciso es señalar, además, que a lo largo de su ascensión a posiciones influyentes en el CFR, Landy fue una opositora visceral de la revolución china, de la vietnamita y de otras revoluciones sociales.
Por mucho que se jacten de su conciencia crítica, los intelectuales «progresistas» han pasado por alto la indeseable política de la autora que promovió la diatriba contra Cuba.
El papel del intelectual en la actualidad
Muchos críticos de Cuba hablan de «principios» como si fuesen algo único y aplicable a todas las situaciones, con independencia de quién esté implicado y de las consecuencias. La aplicación de «principios» como el de la «libertad» a los responsabilizados de la planificación del derrocamiento del gobierno cubano en complicidad con el Ministerio de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos convertiría a Cuba en otro Chile -donde Allende fue derrocado por Pinochet- y conduciría a una inversión de las ventajas populares de la revolución. Hay principios más básicos que la libertad para funcionarios cubanos a sueldo del imperio, y son la seguridad nacional y la soberanía popular. Existe una cierta atracción, sobre todo entre la izquierda progresista estadounidense, por las víctimas del Tercer Mundo, por quienes sufren derrotas, así como una aversión por los revolucionarios que tienen éxito. Al parecer, los intelectuales estadounidenses progresistas siempre encuentran una coartada para evitar comprometerse con la revolución. Si el estado juega un papel importante en la economía o tienen lugar movilizaciones de masas, sacan el viejo estribillo del «estalinismo» y hablan de «dictaduras plebiscitarias»; y si las agencias de seguridad previenen satisfactoriamente la actividad terrorista, hablan de «estado policiaco represor». El hecho de vivir en la nación menos politizada de la tierra, con uno de los aparatos sindicales más serviles y corruptos de Occidente y sin ninguna influencia política fuera de los campus universitarios, hace que los intelectuales de los Estados Unidos no tengan ningún conocimiento práctico o experiencia de las amenazas cotidianas y de la violencia que pende sobre los gobiernos revolucionarios y sobre los activistas en América Latina. Sus conceptos políticos, los criterios que esgrimen para condenar o aprobar cualquier actividad política, no existen en ninguna parte excepto en sus cabezas, en su agradable y progresista entorno universitario, donde disfrutan de todos los privilegios de la libertad capitalista y no corren ninguno de los riesgos contra los que los revolucionarios del Tercer Mundo deben defenderse. Un poco de modestia, queridos intelectuales prestigiosos, críticos y predicadores de libertad. Hagan introspección y pregúntense si les gustaría caer en manos de una organización terrorista con sede en Miami. Pregúntense si les resultaría agradable estar sentados en el café de uno de los principales hoteles turísticos de La Habana y que de pronto estallara una bomba, un regalito de los terroristas que toman cerveza con Jeb, el hermano del Presidente. Piensen en lo que es la vida en un país que está en el número uno de la lista negra del régimen imperial más violento que ha existido desde la Alemania nazi. Si lo hacen, quizá sus sensibilidades morales atenuarían sus condenas de la política de seguridad cubana y podrían contextualizar sus escrúpulos morales.
Quiero concluir estas líneas estableciendo mis propios «imperativos morales», dedicados a los intelectuales críticos.
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El primer deber de los intelectuales de Europa y de América consiste en oponerse a sus propios dirigentes imperiales que pretenden conquistar el mundo.
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El segundo deber consiste en clarificar las cuestiones morales implicadas en la lucha entre militaristas imperiales y la resistencia popular/nacional y en rechazar la postura hipócrita que compara el terror de masas del uno con las restricciones justificadas y a veces excesivas de seguridad del otro.
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El intelectual crítico debe establecer normas de integridad política y personal con respecto a los hechos y cuestiones antes de emitir juicios morales.
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El intelectual crítico debe resistir a la tentación de convertirse en «héroe moral del imperio» por el hecho de negarse a apoyar las luchas victoriosas populares y los regímenes revolucionarios, que no son perfectos y que carecen de todas las libertades puestas a la disposición de los intelectuales impotentes e incapaces de amenazar al poder (que, por eso mismo, gozan del derecho de reunión, de discusión y de crítica).
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El intelectual crítico debe negarse a ser el juez, el fiscal y el jurado que condena a los progresistas que tienen el coraje de defender a los revolucionarios. El ejemplo más ridículo de esto ha sido el burdo ataque de Susan Sontag contra el novelista y premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, al que acusó de falta de integridad y de ser un apólogo del terror cubano [sic]. Sontag profirió sus acusaciones difamatorias en Bogotá (Colombia). Las brigadas de la muerte colombianas, que trabajan con el régimen y con los militares, han matado a más sindicalistas y periodistas que en cualquier lugar en el mundo, y lo hacen por mucho menos que por ser «un apólogo» del régimen de Castro. Se trata de la misma Sontag que fue partidaria entusiasta de la invasión imperial estadounidense y del bombardeo de Yugoslavia, apóloga del régimen fundamentalista bosnio y testigo silenciosa de la matanza y de las limpiezas étnicas de serbios y otras etnias en Kosovo. ¡Menuda integridad moral! El inestimable sentido de superioridad que poseen los intelectuales de Nueva York hace que Sontag pueda señalar con el dedo a García Márquez y se quede convencida de que ha hecho una gran declaración moral.
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Los intelectuales de Europa y de los Estados Unidos no deberían confundir su propia inutilidad política y su posición inconsecuente con las de sus colegas los intelectuales comprometidos latinoamericanos. Hay lugar para el diálogo constructivo y el debate, pero nunca para los ataques personales ofensivos contra individuos que viven amenazados a diario.
A los intelectuales críticos les resulta fácil ser «amigos de Cuba» en los buenos tiempos de celebraciones, cuando los invitan a dar conferencias Es mucho más difícil ser «amigo de Cuba» cuando un imperio totalitario amenaza a la isla heroica y pone sus pesadas manos sobre los defensores.
Es en tiempos como los actuales -con guerras permanentes, genocidios y agresiones militares-, cuando Cuba necesita la solidaridad de los intelectuales críticos, solidaridad que está recibiendo de todas partes de Europa y, en particular, de América Latina. Ya va siendo hora de que nosotros, en los Estados Unidos, con nuestros ilustres y prestigiosos intelectuales progresistas, de sensibilidades morales majestuosas, reconozcamos que hay una revolución vital, heroica, que lucha para defenderse contra el gigante del norte y, modestamente, dejemos de lado nuestras importantes declaraciones, apoyemos esa revolución y nos unamos al millón de cubanos que acaban de celebrar el 1 de mayo con su líder, Fidel Castro.