El contraste entre e l comportamiento del Banco Central estadounidense (el Federal Reserve Board, FRB) en EEUU y el Banco Central Europeo (BCE) en la Eurozona es enorme. El Sr. Draghi y el BCE que preside, consideran que la labor más importante a realizar es la de garantizar una baja inflación y lo están […]
El contraste entre e l comportamiento del Banco Central estadounidense (el Federal Reserve Board, FRB) en EEUU y el Banco Central Europeo (BCE) en la Eurozona es enorme. El Sr. Draghi y el BCE que preside, consideran que la labor más importante a realizar es la de garantizar una baja inflación y lo están consiguiendo. La inflación ha ido bajando y bajando en la Eurozona, alcanzando en el último trimestre el promedio del 1,7%, por debajo incluso de lo permitido en tal comunidad monetaria.
Pero las políticas públicas (tales como la política de recortes de gasto público y las reformas laborales orientadas a facilitar el despido y la reducción de los salarios) que el BCE está activa y agresivamente promoviendo en la Eurozona, con las cuales consigue esta baja inflación, están causando una enorme recesión (la Eurozona está prácticamente en recesión desde 2011) y una tasa de desempleo nunca antes vista desde la II Guerra Mundial (un 12% como promedio). En España esta cifra ha batido un récord. Es, después de Grecia, la tasa de desempleo más elevada. Esta situación está afectando muy negativamente al bienestar y calidad de vida de la población, no solo de la desempleada, sino también de la empleada, pues aumenta la inseguridad y el temor (algunos pueden llamarlo el terror) entre la población. La gran mayoría de la población tiene miedo a perder su puesto de trabajo, habiéndose creado una cultura de inseguridad y falta de protección social.
Las recientes y crecientes manifestaciones populares en contra de estas políticas, así como su clara ineficacia para salir de la crisis, están forzando a que se reconozca cada vez más lo que ahora se llama «la insuficiencia de las políticas de austeridad». E incluso el Sr. Draghi ha indicado recientemente que es necesario desarrollar «políticas de estímulo económico», reanimando a la demanda doméstica para que pueda estimular la economía. Que este señor reconozca esta obviedad es semejante a que el Papa reconociera que el uso de preservativos es bueno para prevenir el SIDA (cosa que, por cierto, el Vaticano nunca ha admitido).
Pero no hay lugar para ninguna posibilidad de optimismo, pues lo que el Sr. Draghi define como estímulo es la versión neoliberal de lo que quiere decir estímulo. Para él, el estímulo es, por ejemplo, continuar y profundizar más en la desregulación de los mercados de trabajo que, en lenguaje llano, quiere decir -tal como acentuaba antes- facilitar el despido del trabajador y bajar salarios, con lo cual la demanda (que el Sr. Draghi considera que hay que reavivar) disminuye todavía más.
El BCE no es incompetente
Estas contradicciones e incoherencias pueden dar la impresión de que el BCE y su equipo dirigente son incompetentes. No descarto que haya bastante incompetencia en el BCE y sobre todo en el Fondo Monetario Internacional (FMI) cuyas predicciones económicas son conocidas por su escasa credibilidad. Pero el mayor problema del BCE no es que sea incompetente.
Tampoco es cierta la evaluación moral que predomina en algunos sectores progresistas que consideran que el BCE «miente». Esta acusación parece desconocer que como condición para que una persona mienta es necesario que primero conozca la verdad y lo que es más que preocupante es que no conocen la verdad. Mentir es decir algo que se conoce que no es verdadero. Y por mucho que extrañe, el establishment financiero (desde el BCE al Banco de España) se creen lo que dicen y proponen. Su ideología, el neoliberalismo, es como una religión. Se basa en dogmas. Y tanto el BCE como la dirección política del Banco de España (sus gobernadores) se creen que la mejor manera de estimular la economía y crear empleo es facilitando su destrucción, atribuyendo el elevado desempleo a una supuesta dificultad que tiene el mundo empresarial para despedir a los trabajadores, a pesar de que la evidencia científica lo niega y muestra, precisamente, lo contrario.
Esta observación es relevante a raíz del gran debate sobre el comportamiento del BCE, centrándose en la sabiduría (o falta de ella) de las políticas públicas promovidas por dicha institución. En este debate se ignora el contexto político que condiciona y determina sus políticas. Y como he estado diciendo durante muchos años, el BCE no es un Banco Central, sino un lobby de la banca. Y ahí está la explicación. El BCE defiende única y exclusivamente los intereses de la banca, a costa de todos los otros intereses. Y asume que los intereses particulares de la banca son los intereses generales de la población y de la economía. Y lo está haciendo exitosamente. La inflación es del 1,7%, como consecuencia, en parte, de que el desempleo haya alcanzado unos niveles enormemente perjudiciales para la población (y para la economía). De ahí que el BCE no compre deuda pública (y en cambio preste dinero a los bancos privados para que la compren a unos intereses exuberantes), mientas que el FRB lo hace constantemente, siendo los intereses de los bonos públicos federales más bajos que los existentes en la Eurozona (que a su vez se caracterizan por una enorme y abusiva diversidad y desigualdad, que perjudica a los países periféricos a costa de beneficiar a los países centrales, y muy en especial a los bonos públicos de Alemania, centro del capital financiero de la Eurozona. Una variabilidad tan acentuada no existe en EEUU).
El Sr. Draghi -como también el establishment financiero- se cree (a pesar de la enorme evidencia en contra) que sus políticas son las mejores para todos, y no solo para la banca. El gran mérito de una religión, que por definición está basada en dogmas, es que, además de ser impermeable a la evidencia científica, mantiene la fe de sus promotores y garantiza la protección de los intereses económicos y financieros que la apoyan y promueven. España es un ejemplo de ello. Es extraordinario observar lo que está ocurriendo en nuestro país. El establishment financiero, económico, político y mediático no ha variado ni un centímetro de las políticas neoliberales que nos están creando tanto dolor, a pesar de que la evidencia de su insuficiencia es robusta y abrumadora. Este es el impacto de que una doctrina económica se convierta en una religión.
El capital financiero y su desregulación fueron responsables de la enorme crisis financiera, facilitada por el BCE y el Banco de España, que pusieron como objetivo primordial de sus intervenciones defender la viabilidad y sostenibilidad de las instituciones financieras que precisamente habían causado la crisis. El capital financiero alemán, entre otros, alimentó la burbuja inmobiliaria española, la cual, al explotar, creó el enorme incremento del desempleo. Pero el continuo crecimiento del desempleo desde 2007 ya no puede atribuirse a la destrucción del empleo en el sector inmobiliario y al de la construcción (así como otros sectores afines) sino a las medidas apoyadas por el BCE y por el Banco de España, en sus imposiciones de destruir empleo, a través de las reformas laborales y reducción del gasto y empleo público. A la destrucción de empleo, causada por la explotación de la burbuja inmobiliaria (responsabilidad del capital financiero, supuestamente supervisado por el BCE y el Banco de España) ahora se añade la destrucción de empleo, consecuencia de las políticas impuestas por el mismísimo capital financiero (supervisado por los mismos BCE y Banco de España) que están destruyendo empleo. Nunca antes unas instituciones habían hecho tanto daño en tan poco tiempo. Y todo ello permitido por las instituciones políticas llamadas democráticas. No es sorprendente que la credibilidad y legitimidad de estas últimas estén tan cuestionadas. En realidad, nunca antes la mayoría de la población había sentido (en la gran mayoría de países de la Eurozona) tanto desafecto hacia tales instituciones, percibidas como meros instrumentos de aquellas instituciones financieras, supervisadas por el BCE y (en España) por el Banco de España. Así de claro.
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