Los eventos vividos en los últimos meses, resumidos en los siguientes puntos: Por una parte, hacia un claro redireccionamiento de la acción de gobierno en favor de la reconciliación entre las actuales fracciones burguesas pugna, tanto del viejo estatuto oligárquico como de las nuevas burguesías generadas al interno del Estado. Por otra, la aparición de […]
Los eventos vividos en los últimos meses, resumidos en los siguientes puntos:
Por una parte, hacia un claro redireccionamiento de la acción de gobierno en favor de la reconciliación entre las actuales fracciones burguesas pugna, tanto del viejo estatuto oligárquico como de las nuevas burguesías generadas al interno del Estado.
Por otra, la aparición de una fuerza de presión violenta protofascista incubada en las clases medias, mucho más ligada a las estrategias directamente imperiales de ultraderecha que a la burguesía nacional.
Sumemos, los efectos de un pacto y sus presiones violentas ya se dejan ver en lo que suponen una desmejora de las condiciones de vida mayoritarias y un claro bloqueo y represión a los procesos transformadores, por primera vez en 15 años.
Y luego, la lenta pero expansiva respuesta de claro rechazo hacia estas tres caras de una misma opresión, expuesta a a través de posiciones dispersas pero muy frontales del pueblo en lucha, en su inmensa mayoría chavistas.
Son cuatro fenómenos que por su trascendencia y ruptura ante lo que ha sido el tradicional cuadro de polarización vivido en los últimos quince años, nos pone en la obligación de ayudarnos a restituir la vigencia de la izquierda revolucionaria como acto y como pensamiento político de liberación.
No sabemos muy bien todavía si en definitiva esa izquierda creció desde todo punto de vista o más bien produjo su suicidio como dejó ver en sus últimos escritos el viejo Domingo Alberto Rangel. Quizás el chavismo la mata y la renueva al mismo tiempo. Ella parecería tener vida aún a través de múltiples manifestaciones de resistencia y estrategias de poder incubadas en la raíz mayoritaria que fabricó la rebelión contra la cuarta república y vivió su historia hasta hoy. Pero lo que no cabe duda es que ella misma esta parada frente al reto de la respuesta critica y militante en todos los planos de la realidad que tenemos enfrente. ¿Hasta qué punto es posible una posición realmente de izquierda frente a los acontecimientos que suceden en nuestras caras?. Entendemos que el proceso abierto desde el 89 «llego a su llegadero» y quiérase o no esa izquierda está obligada a caminar sobre nuevos senderos mucho mas espinozos y complejos, «sin gobierno propio», que se parecen de menos en menos a la cartilla vigente en los 14 años presididos por Hugo Chávez. Digamos que la revolución y todo movimiento histórico de ruptura, por su razón de ser necesita permanentemente volver a reconocerse y así mismo volver a reinventarse.
Primero desde donde nos ubicamos: ser de izquierda es una locura
No hay nada que obligue a luchar por un mundo mejor, peor aún, el mundo ya esta hecho, ordenado, codificado, sus reglas estas puestas. El imperialismo europeo expandiéndose desde hace mas de 500 años logró poner cada pieza del mundo en su puesto, y así ya no sea el centro exclusivo de expansión de fuerzas, sus fuentes culturales y políticas son las que presiden el deber-ser de todas las aspiraciones humanas: la propiedad privada, el mercado, el Estado (las fuerzas invasivas legitimadas) y los derechos humanos como contraparte (los derechos de preservación reconocidos). Podemos decir entonces que el capitalismo, independientemente de sus crisis y contradicciones globales, es un orden acabado y total.
Por lo tanto, la razón para rebelarse contra este gran triunfo civilizatorio del capitalismo es de por sí muy débil, prácticamente una locura si la entendemos como aquel comportamiento individual o colectivo cuyo acto solo tiene sentido dentro del mundo psicológico interior de quien la acomete sin posibilidad alguna de construir un puente comunicante con el otro. Estemos claros entonces, la revolución como supuesto de rebelión y fractura del orden dominante, comienza siendo un acto de locos.
Y aún siendo totalmente verídico que dentro de este mundo consolidado no hay posibilidad alguna de felicidad para la mayoría y de que es evidente su completa hipocresía, hasta el punto de ponernos cada vez más al borde de un colapso ambiental planetario, lo cierto es que su misma vigencia y perpetuación nos demuestra tajantemente que este impera incluso por encima de nuestra salvación, que su hegemonía es más fuerte que la evidencia de la muerte. Constatamos por igual que no hay ni dioses, ni instintos, ni razonamientos previos y anteriores al orden mismo, que nos muevan espontáneamente hacia salvación de la humanidad, mucho menos hacia su felicidad y liberación colectiva. La humanidad hoy tiende a comportarse como un gigantesco movimiento derechista (conservador, sumiso) y autodestructivo.
Por ese lado la actividad negadora tendiente a destruir los supuestos que soportan el mundo ya hecho, si es por las evidencias vividas podríamos decir que esta condenada al fracaso de antemano. En la experiencia de hecho es así, hasta en sus buenos momentos. Los ciclos de rebelión tienden rápidamente a agotarse y disiparse casi sin dejar huella y cuando no es así (caso venezolano por ejemplo desde el 89) la rebelión por lo general construye un camino político (es decir de poder) viable, pacífico o violento. Pero al poco tiempo de perdurar y hasta triunfar frente a sus enemigos inmediatos, vemos como de nuevo queda atrapada dentro de una reglamentación global que le impide chocar con el principio fundamental de la desigualdad, de la autodeterminación integral de los pueblos, creándose en su propio seno el veneno termidoriano de la regresión contrarevolucionaria. Se deshace succionada dentro de los códigos del orden mundial superior, y quienes son sus dirigentes bajo una justificación u otra terminan siendo por lo general los primeros artífices políticos de este tránsito, moviéndose con mayor o menor vengüenza en esta entrega frente al movimiento rebelde que dirigen.
Lo cierto y mas que cierto es que como decía Fidel en su última exposición en la universidad de La Habana es muy difícil encontrarle sentido a la revolución si de todas formas la vida en el planeta tarde o temprano se acabará, el sol se enfriará y adiós todo. Y por otro lado, es tan imponente el orden civilizatorio del capital, tan dominante dentro de los códigos de vida y el sentido común de los seres humanos que actualmente sobrevivimos en el planeta, que solo nos queda una cosa clara si aún pretendemos chocar y derrotar la magalopolisis capitalista: si la revolución es un hecho prácticamente de locos, entonces no queda otra salida que la fabricación de una estrategia y una ciencia superior al reinado del orden, que nos permita romper las barreras incomunicantes del loco, utilizando el vuelo de ella misma. Se trata de reacomodar a esta nueva realidad que se perfila, en el mundo que ha surgido del capiatalismo posindustrial, su agenda invariable: la insurrección, el poder real y la construcción de una sociedad distinta.
Para ello no es suficiente «la politica», probablemente sea lo más inútil y en el fondo una manera elegante de desechar el camino y darle prioridad a cualquier interés grupal en que nos movemos por mas que se diga «de izquierda»; las maniobras dentro del sistema son siempre las mascaradas del oportunista hasta en el más ingenuo. Lo importante, la «otra política» si se quiere, es que cual loco y voluntarioso, y si nos da la gana de ser tal, tenemos que apuntar a un comportamiento y una capacidad de efecto superior al imperio destructivo y explotador del capital que ha impuesto de forma tan totalitaria su hegemonía. Es allí donde la locura revolucionaria tiene que asumir un comportamiento científico, organizativo y estratégico superior al orden del capital, sin eso no hay posibilidad de nada.
Obligada está a crear el efecto contrario a su punto de partida: de la locura frente al otro a la racionalidad mas creadora y abierta. Ya no hay izquierdas ni reformistas, ni despóticas, ni sectarias. Las primeras desaparecieron en las buenas intenciones y lo que queda de nominal dentro de ellas o son poderosos contingentes al interno de la conservación del orden mundial con viejas bases obreras y de clase media esperando algún favor (Brasil, Europa), o bufones pequeños de una misma política trazada en el plan neoliberal. Las otras fueron rechazadas de manera contundente por los mismos pueblos ya que no hay liberación sin que a su paso no se abran todos los causes de una comunidad, una identidad de pueblo y un individuo que se sientan realmente libres. Solo la contrarevolución en China a partir de los años ochenta pudo mantener el viejo orden despótico pero a condición de un supercrecimiento económico que es tan impresionante como será desastroso su futuro si no se renueva su proceso revolucionario comunista. Y por su lado, las sectas inamovibles en su verdad quedaron inhabilitadas por completo, resongado palabras pesadas oídas solo entre convencidos y descreditadas ante las avalancha del desarrollo de las fuerzas productivas y el desborde del conocimiento y las necesidades humanas.
Queda la agenda pendiente de una izquierda revolucionaria que además de probarse como tal en la lucha de los pueblos en cualquier terreno, sepa asumir su condición dirigente cualificando al máximo su capacidad comunicante -dentro de un mundo que no tiene códigos para oírla- y al mismo tiempo saber sacar de la rabia que los contextos de explotación y humillación capitalistas crean, un espacio estratégico de organización donde cada militante y participante no solo asuma con convencimiento el deber-ser de un luchador; su disciplina, su transparencia, sino que demuestre en los hechos que ese mundo justiciero ya nació con la organización aún en los momentos más difíciles, y que su conocimiento colectivo del mundo comienza desbordar los patrones de orden, culpas morales, prepotencias científicas, dirigidas siempre a la dominación con que se mueve la patronal del capital y sus instituciones.
Esa capacidad insurreccional, cognocitiva y comunicante es lo que nos toca empezar a redescubrir frente a la corrosión política y moral que nuevamente y como era de esperar se instala en todo lo ancho del poder constituido, aprovechada con muy buenos resultados hasta los momentos por todos los fascismos y presiones contrarevolucionarias para acabar la historia emprendida; no hay locura sin invento…seguimos con el próximo.
* Roland Denis es luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).