Las consecuencias que esta medida van a tener en la política sanitaria mundial y en la propia salud pública en los EEUU son devastadoras. Estamos hablando de que el accionista principal de la OMS se sale de la noche a la mañana y retira su apoyo político, su contribución técnica y su aportación económica
La Orden Ejecutiva que decreta la separación de Los Estados Unidos de América (EEUU) de la Organización Mundial de la Salud (OMS), firmada por Donald Trump en el primer día de su segundo mandato presidencial, es un artero golpe a los esfuerzos internacionales en materia de salud y una acción claramente dirigida a minar la gobernanza sanitaria mundial.
Esta decisión no afecta únicamente a los ciudadanos y residentes de ese país, sino que tiene repercusiones de alcance mundial que nos tocan a todos y minan los esfuerzos coordinados de los 194 Estados Miembros que forman parte de esta agencia especializada en salud del Sistema de las Naciones Unidas creada en 1948 en cuya Constitución se le otorgó la atribución de fungir como Autoridad Sanitaria Internacional.
Esta es solo una de las decenas de Órdenes Ejecutivas firmadas por Trump unas pocas horas después de haber asumido la presidencia de su país en las que desmonta por completo lo que la administración de Biden había construido, pone de cabeza el orden nacional e internacional y da los primeros pasos definitorios del nuevo imperialismo oscurantista y conspiranoico que caracterizará el próximo cuatrienio durante el que dirigirá autocráticamente los destinos económicos y políticos de los EEUU. Bastan los ejemplos de las disposiciones para salir del Acuerdo de París y revertir los compromisos sobre cambio climático, decretar la emergencia nacional en la frontera con México y movilizar al ejército a fin de endurecer las medidas anti migratorias, autorizar la perforación indiscriminada con el fin de extraer más petróleo y más gas sin importar el efecto ambiental que ello supone, orquestar acciones encaminadas a deportar a millones de migrantes en situación irregular incluyendo redadas anti migrantes en escuelas e iglesias, e indultar masivamente a quienes hace cuatro años invadieron el Capitolio e intentaron perpetrar un golpe de Estado para impedir la llegada de Biden, el presidente electo, al poder.
Al abandonar la OMS y retirar su contribución técnica y financiera los EEUU estarán dando la espalda a una construcción de 77 años de cooperación sanitaria entre países que busca, entre otras cosas, garantizar una seguridad sanitaria mundial que nos proteja colectivamente de amenazas y riesgos para la salud. La pandemia de la Covid nos ha mostrado que ningún país es una isla sanitaria. Se automarginarán de uno de los pocos instrumentos jurídicos vinculantes como es el caso del Reglamento Sanitario Internacional y también del nuevo Tratado Pandémico Internacional que viene negociándose desde entonces.
Esta medida miope y dañina es, de alguna manera, la crónica de una retirada anunciada. Trump ya lo intentó al final de su primer mandato en una clara maniobra destinada a ocultar el fracaso de su estrategia de lucha contra la pandemia de la Covid, pero no le alcanzó el tiempo para materializarlo, pues el Congreso aprobó hace más de siete décadas que para abandonar la OMS se debía notificar la decisión con doce meses de antelación. Por supuesto, la administración Biden revirtió la decisión en cuanto asumió el poder. Sin embargo, de una manera obsesiva y falaz, Trump y sus secuaces no han esperado ni veinticuatro horas para tomarla de nuevo, inspirados por el más oscuro negacionismo y dejando un escenario de gobernanza sanitaria internacional totalmente quebrado en el que EEUU irá a su aire y el resto del mundo seguirá otros derroteros.
Además, esta medida no solo es un ataque a la OMS sino la primera muestra de la preocupante aversión de la administración Trump hacia el multilateralismo, su oposición a la cooperación internacional y al mismo sistema de las Naciones Unidas que los propios EEUU contribuyeron a crear hace 80 años. No resultaría sorprendente ver en los próximos meses que este tipo de acciones se extienden a los esfuerzos de las Naciones Unidas en materia de derechos humanos, protección de los refugiados, mitigación del cambio climático, perspectiva de género, derechos sexuales y reproductivos e incluso paz y seguridad. Implica un retorno a la ‘fuerza bruta’, a la prepotencia, a una visión egoísta del mundo y a un delirante “destino manifiesto” en pleno siglo XXI. En gran medida, es una nueva Edad Media, como diría Umberto Eco. Pero además en materia sanitaria, esto va aunado a posiciones antivacunas, a políticas cercenadoras de los derechos en materia de salud sexual y reproductiva, insolidarias, y seriamente amenazantes para la salud pública doméstica e internacional, tal como lo revela la nominación de Robert Kennedy Jr. para dirigir el Departamento de Salud de los EEUU. Una nominación que ha concitado un amplio rechazo en la comunidad científica y académica del país.
Las consecuencias que esta medida va a tener en la política sanitaria mundial y en la propia salud pública en los EEUU son devastadoras. Estamos hablando de que el accionista principal de la OMS se sale de la noche a la mañana y retira su apoyo político, su contribución técnica y su aportación económica. Esto supone que la OMS tendrá que enfrentarse dentro de doce meses a la perdida de casi un treinta por ciento de sus recursos y se verá obligada a recortar programas y personal que resultan esenciales para la acción sanitaria mundial y para la vida de millones de personas.
Los recursos que EEUU aporta a la OMS son tanto su cuota obligatoria que aporta, como todos los Estados Miembros, en función de una escala que ha fijado a tal efecto la Asamblea General de las Naciones Unidas, como las contribuciones voluntarias para llevar a cabo distintos programas y que son cuantiosas. En total, suponen unos mil trescientos millones de dólares de ingresos en los presupuestos bienales de la OMS. No debemos olvidar que el estancamiento durante años en las aportaciones o cuotas obligatorias de los Estados Miembros ha hecho que la OMS dependa en un ochenta por ciento de las contribuciones voluntarias, como las que viene recibiendo de los EEUU para su funcionamiento y operaciones.
Muchos proyectos y actividades de la OMS deberán ser recortados ante un déficit de ingresos de esa magnitud. Esto supondrá el debilitamiento de las acciones de preparación, alerta y respuesta ante futuras pandemias, el deterioro de la actividad normativa y de establecimiento de estándares sanitarios, la reducción en las operaciones dirigidas a alcanzar los objetivos sanitarios de desarrollo sostenible de la agenda 2030 y el rezago en las acciones destinadas a garantizar una cobertura universal de salud. Se verá afectada la capacidad de reforzar los programas de vacunación, de reducción de la mortalidad infantil y la mortalidad materna, de combate al VIH, a la Tuberculosis y a la Malaria, de lucha contra las enfermedades desatendidas, de prevención y control de enfermedades no transmisibles, de fomento de la salud mental y la salud sexual y reproductiva, entre otros. Y se limitará seriamente la capacidad de la OMS para dar respuesta a emergencias sanitarias y para la acción humanitaria en materia de salud.
Si se llegase a producir una nueva pandemia tendríamos un serio problema de incoordinación mundial. EEUU irá por su lado, a su aire, y el resto del mundo buscaría concertar medidas que permitan mitigar su impacto. Este hiato sanitario se produciría cuando más necesaria sería la cooperación internacional en esta materia para identificar riesgos sanitarios y nuevos agentes infecciosos, para coordinar esfuerzos de preparación pandémica, para poner a punto la capacidad de alerta y respuesta, para el desarrollo de vacunas y para la acción conjunta y coordinada que permita mitigar y superar esa emergencia sanitaria.
Por desgracia será muy difícil revertir esta Orden Ejecutiva de la Administración Trump porque la dinámica de la política interna en los EEUU no permite visualizar una oposición legislativa eficaz ni una conciencia ciudadana al respecto. Tampoco parece haber espacio para que la presión internacional fuerce al gobierno de los EEUU a dar marcha atrás. Solo resta confiar en que los demás Estados Miembros de la OMS den un paso adelante en la defensa de la organización, no solo con declaraciones sino con hechos; es decir, incrementando sus aportaciones para paliar, en todo o al menos en parte, el daño causado. Lo cual no será fácil ni ocurrirá de un momento a otro, pero es el único camino posible para mitigar los impactos de un golpe tan bajo a la salud mundial.
En este sentido es encomiable el anuncio que ha hecho la ministra de Sanidad de que España hará una aportación extraordinaria a la OMS de 60 millones de euros. Ojalá que este ejemplo sea seguido por otros países de la Unión Europea y hagan un esfuerzo económico que permita incrementar su actual aportación de fondos a la OMS a fin de minimizar el impacto de la decisión de Trump de retirarse del organismo.
Además, en el ámbito diplomático, sería deseable que las autoridades europeas no desfallezcan en sus intentos de convencer a la administración Trump para que rectifique la pésima decisión que ha tomado.
Autores:
Daniel López-Acuña. @lopezacunad