En la XVI Cumbre de los BRICS celebrada recientemente en Kazán, Rusia, una de las principales preocupaciones presentes en los debates y plasmada en la resolución final se refiere a la necesidad de buscar alternativas que nos permitan salir de la trampa mortal que representa la vinculación del comercio internacional al dólar estadounidense.
Para que podamos tener una mejor comprensión del significado real del vínculo actual entre las transacciones transnacionales y la moneda estadounidense, nos sería oportuno hacer un breve repaso histórico de cómo surgió y evolucionó a lo largo del tiempo el modelo que nos aprisiona y nos causa tantos trastornos.
En 1944, poco antes de que se consumara la ya prevista derrota definitiva de la Alemania hitleriana en la Segunda Guerra Mundial, las potencias que lideraban el bando opuesto al Eje nazi organizaron una reunión en la ciudad de Bretton Woods, en los Estados Unidos, para delinear las bases de lo que constituiría el nuevo orden internacional que iba a prevalecer en la nueva situación geopolítica que se estaba consolidando.
Debido al enorme poderío militar y económico que ostentaban los Estados Unidos en ese momento, el dólar se ganó la categoría de moneda base para las transacciones internacionales. En consonancia con lo anterior, se estipuló que habría una convertibilidad entre el dólar y el oro. En otras palabras, la nación que tuviera una cierta cantidad de moneda estadounidense podría en cualquier momento exigir su conversión a su equivalente en oro. Fue bajo estas condiciones que el dólar pasó a desempeñar el papel de medio de pago de referencia para el comercio exterior.
Pero, teniendo en cuenta su enorme hegemonía sobre todos los países fuera del bloque socialista, en 1971, durante la administración de Richard Nixon, las autoridades financieras estadounidenses tomaron la decisión de poner fin a la convertibilidad de su moneda en oro. Así, desde entonces, el comercio internacional viene realizándose sobre la base de una moneda fiduciaria enteramente subordinada a las determinaciones arbitrarias emanadas de los Estados Unidos.
Amparándose em este mecanismo totalmente desvinculado de factores económicos reales, la economía norteamericana ha adquirido una faceta de parasitismo como nunca antes en la historia se había visto. Al lograr mantener la continuidad del dólar como medio básico de pago sin verse obligado a respaldar sus emisiones monetarias con reservas reales de oro, los Estados Unidos ya no tendrían que preocuparse por el tema de su déficit presupuestario. Al final, los desequilibrios que se produjeran acabarían siendo compartidos o, de hecho, transferidos a todos los demás países del sistema internacional. Por lo tanto, bastaría con que los Estados Unidos emitieran más dólares para que sus cuentas se equilibraran, es decir, serían los otros países los que serían penalizados por los desbarajustes generados por las emisiones no respaldadas realizadas por los Estados Unidos.
No cabe duda de que tan poderoso instrumento de manipulación financiera ha dotado a los Estados Unidos de una capacidad de expansión y fortalecimiento de su poder sin parangón en todo nuestro planeta. Todo ello sin depender de la fuerza de su economía productiva real. Así, los gigantescos costos de instalar y mantener bases militares en los puntos geopolíticamente más estratégicos del mundo podrían ser absorbidos casi sin ningún sacrificio de su parte. Serían las demás naciones del mundo las que pagarían por los gastos en que incurrieran los Estados Unidos para imponer a todos su incomparable fuerza militar de intervención.
Como sabemos, hay actualmente alrededor de 900 bases militares estadounidenses desparramadas por todos los continentes, listas para entrar en acción en cuanto los líderes de esta megapotencia imperialista evalúen que sus intereses geopolíticos están en riesgo. Por cierto, para evitar que algún remoto punto del planeta quede fuera del alcance de este gigantesco aparato de dominación y muerte, el actual presidente nazi-fascista de Argentina, Javier Milei, ya les ha ofrecido a sus tutores estadounidenses la posibilidad de instalar otra de sus bases en la región antártica.
En consecuencia, es esta gigantesca estructura militar la que sirve como el principal punto de apoyo para que el parasitario capital financiero estadounidense siga acumulando enormes beneficios sin tener que emprender ninguna actividad económica de verdadera utilidad. Y para que este monstruoso mecanismo de intervención pueda asegurarse su supervivencia, es imperativo que el dólar continúe desempeñando el papel de moneda de aceptación común en el comercio entre diferentes naciones. Esto se debe a que, evidentemente, los Estados Unidos no tienen ninguna posibilidad de asumir los gastos de todo este aparato a base de la producción efectiva de su ya debilitada y obsoleta estructura económica.
Además, el sistema en vigor está totalmente sometido a los designios de los controladores financieros estadounidenses. Como resultado, las sanciones, los boicots, las confiscaciones y las expropiaciones (robos) pueden ocurrir en cualquier momento, dejando a los países menos poderosos completamente sujetos a la arbitrariedad de quienes dominan las instituciones reguladoras del dólar. Para que quede claro que no nos estamos refiriendo a una mera hipótesis, recordemos los recientes acontecimientos en los que varias naciones fueron literalmente despojadas de sus activos a través de acciones urdidas por estas instituciones subordinadas a los emisores de la moneda: son los casos ocurridos con Libia hace poco más de una década, con Irán y, más recientemente, con Venezuela y Rusia.
Entonces, aunque a primera vista esto pueda parecer de poca relevancia, la persistencia del dólar como moneda del sistema internacional de pagos es, de hecho, una condición indispensable para que los Estados Unidos puedan ejercer su hegemonía como gran potencia en el escenario mundial. Por lo tanto, poner fin a tal disparate equivale a asestar un violento golpe a las aspiraciones de los Estados Unidos de aferrarse en el mando geopolítico del mundo, succionando los recursos de otros países, en especial de aquellos que conforman la periferia del capitalismo. Parafraseando esto de manera más coloquial: «para que no sigan chupando la sangre de las naciones periféricas».
Sin embargo, si abandonamos el dólar como moneda estándar en el comercio exterior, ¿qué vamos a utilizar en su lugar? Bueno, la respuesta a esto no es tan simple de llevar a cabo como podría parecer. Pero las alternativas pueden y deben surgir de los debates que se llevarán a cabo en los diferentes países que sienten la necesidad de resolver este problema.
Podemos imaginar que, en una primera etapa, surgirá una moneda contable derivada de una ponderación entre las diferentes monedas nacionales de los actuales países vinculados a los BRICS, por ejemplo. Sería una forma de permitir que las transacciones realizadas entre los miembros y asociados de este bloque se guiaran por esta ponderación contable derivada de sus monedas nacionales. A medida que avanza el proceso, las cosas deben ajustarse y corregirse, hasta que surja una alternativa que demuestre ser realmente la más apropiada y adecuada para convertirse en el nuevo estándar efectivo del comercio internacional.
Lo que realmente no podemos aceptar es que no se cuestione el actual esquema de parasitismo que prevalece debido al uso del dólar para tal función.
Publicado originalmente en portugués en: https://www.brasil247.com/blog/o-encontro-dos-brics-e-a-armadilha-do-dolar
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