Cuando hoy un grupo de gobernantes «progresistas» se siente a intercambiar ideas en Viña del Mar sobre como atravesar el Rubicón y llegar a la otra ribera de la crisis por la que atraviesa el planeta se esgrimirán diferentes criterios sobre como hacerlo y acerca de la necesidad de encontrar un orden social y económico […]
Cuando hoy un grupo de gobernantes «progresistas» se siente a intercambiar ideas en Viña del Mar sobre como atravesar el Rubicón y llegar a la otra ribera de la crisis por la que atraviesa el planeta se esgrimirán diferentes criterios sobre como hacerlo y acerca de la necesidad de encontrar un orden social y económico más justo, siempre dentro del sistema capitalista. Por ello es que no estarán gobernantes más radicalizados como Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, los propulsores del «Socialismo del Siglo XXI».
Es probable que haya menciones a ese gran pensador británico que fuera John Maynard Keynes cuyas ideas habían sido tirados al arcón de las cosas en desuso crecientemente a partir de la mitad de la década de los años 1970 y que algunos fueron a buscar en medio de la crisis. ¿Serán válidas sus ideas en estos tiempos? Tucídides de Atenas decía que las cosas, en la historia, no se repiten mecánicamente pero que se van sucediendo hechos que tienen una esencia común y que para ello escribió «Las guerras del Peloponeso» como punto de reflexión.
Keynes es considerado un economista de fuste, con ideas pasadas de moda para los responsables de esta crisis y con propuestas a reflotar para otros. Pero fue algo más que eso. Su obra cumbre, «La teoría general», aparecida en 1936, tiene un último capítulo, el XXIV, titulado «Notas sobre las conclusiones de filosofía social a las que podría llevarnos la teoría general», el que bien puede ser considerado una base cierta del moderno «progresismo».
Hace unos pocos lustros otro pensador inglés, Anthony Giddens, teorizó sobre » la Tercera Vía «, que hicieron famosa los ex primeros ministros Gerhard Schröder, de Alemania, y Tony Blair, del Reino Unido. Una suerte de mitad de camino entre el socialismo y el capitalismo, algo sobre lo que en la post II Guerra Mundial ya había expresado el entonces papa Eugenio Pacelli (Pío XII) cuando dijo que había que encontrar una alternativa de ese tipo. Un representante explícito de esa «Tercera Vía» en el encuentro del balneario chileno es el actual premier del Reino Unido, Gordon Brown. En los hechos han ido confluyendo el resto de los asistentes como los presidentes socialdemócratas Luiz Inácio Lula da Silva, del Brasil, y Michelle Bachelet, y desde otro origen la argentina Cristina Fernández. El nuevo discurso formal del gobierno estadounidense justifica la presencia del vicepresidente Joe Biden.
Pero vale la pena retomar las ideas esgrimidas en el marco de la «Gran Depresión» de los años 1930 por Keynes y que en la II Guerra fueron profundizadas por un economista nacido en el actual Bangladseh, William Henry Beveridge, director del London School of Economice. Keynes fue un avanzado, en particular en ese final Capítulo XXIV de la «Teoría General» un anticipador de la «Tercera Vía», o del actual «progresismo», de manera más genérica. Beveridge, un poco después, en sus dos informes al parlamento del Reino Unido, en 1940 y 1942, y luego como diputado por el Partido Liberal, desarrolló sus criterios sobre el «Welfare State» (estado de bienestar), profundizando las ideas sociales de Keynes.
Sin hablar de terceras vías, en el marco las ideas de ambos, el «capitalismo con rostro humano», como lo denominaron algunos, dio lugar, entre 1945 y 1975, a lo que se da en llamar «los felices años del capitalismo», en el marco de los equilibrios que hacían necesaria su supervivencia, según la visión keynesiana. Equilibrios que no podían sostenerse, sin criterios sociales por «los economistas profesionales que permanecieron impasibles ante la falta de concordancia entre los resultados de su teoría y los hechos observados», en referencia con la debacle por la crisis de superproducción y especulación estallada en 1929.
«Nuestra crítica a la teoría económica clásica aceptada no ha consistido tanto en buscar los defectos lógicos de su análisis, como en señalar que los supuestos tácticos en que se basan se satisfacen rara vez o nunca, con las consecuencias de que no se pueden resolver los problemas económicos del mundo real. Pero si nuestros controles centrales logran establecer un volumen global de producción correspondiente a la ocupación plena tan aproximadamente como sea posible, la teoría clásica vuelve a cobrar fuerza de aquí en adelante», señaló Keynes. Parafraseando al ex presidente estadounidense Bill Clinton se puede decir «Son el estado y los controles, idiota».
Y cuando hablaba del estado y los controles, remarcaba los peligros de la transnacionalización financiera. «Ideas, conocimiento, arte, hospitalidad, viajes, ésas son las cosas que deben ser internacionales por su propia naturaleza. Pero dejad que los productos sean caseros siempre que sea razonable y convenientemente posible; y, por encima de todo, permitid que las finanzas sean básicamente nacionales», señaló al respecto, anticipándose a graves males del presente.
Allá, en 1936, cuando apareció la «Teoría General», también se adelantó a recomendar políticas que sus detractores despreciaron cuando, sobre todo en los Estados Unidos de América se optó por liberar de impuestos a los ricos durante el gobierno de George Walter Bush. «Desde el final del Siglo XIX se ha progresado mucho en remover las enormes inequidades en la distribución de la riqueza y del ingreso gracias a los impuestos directos -impuestos a los ingresos, impuestos extraordinarios e impuestos a la herencia- especialmente en Gran Bretaña. Mucha gente querría ver que este proceso fuera mucho más lejos, pero los detienen dos consideraciones; por una parte, el miedo a que las altas tasas impositivas fomenten la evasión y disminuyan demasiado el incentivo a tomar riesgos, pero principalmente la creencia de que el crecimiento del capital depende de la fuerza de los incentivos hacia el ahorro individual, y que una gran proporción de ese crecimiento depende del ahorro de los ricos», fue su reflexión.
Desde la izquierda se requiere mucho más, pero para los responsables de la actual catástrofe esta anticipación de la «Tercera Vía» del «progresista» Keynes, es demasiado: «No hay ninguna razón evidente que justifique un sistema de socialismo de estado que abarcaría la mayor parte de la vida económica de la comunidad. No es importante que el estado asuma la propiedad de los medios de producción. Si el estado es capaz de determinar la cantidad total de los recursos dedicados a aumentar los instrumentos y la tasa básica de compensación a aquellos que los poseen, se ha realizado todo lo que es necesario». Es decir cuando los que más tienen más aporten para el «estado de bienestar» que reclamó luego Beveridge.
– Fernando Del Corro es periodista, historiador graduado la Universidad de Buenos Aires (UBA), docente en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la UBA y subdirector de la carrera de «Periodismo económico» y colaborador de la cátedra de grado y de la maestría en «Deuda Externa», de la Facultad de Derecho de la UBA. De la redacción de MERCOSUR Noticias. www.mercosurnoticias.com