Sometida al impacto brutal de un aparato mediático concertado para desdibujarla y destruirla, la Revolución Bolivariana es un enigma para el español común. He podido comprobarlo, al menos entre los andaluces. En esta distorsión no sólo tiene responsabilidad el poderío comunicacional del imperio sino que, también, una ineficaz utilización de las posibilidades comunicacionales de la […]
Sometida al impacto brutal de un aparato mediático concertado para desdibujarla y destruirla, la Revolución Bolivariana es un enigma para el español común. He podido comprobarlo, al menos entre los andaluces. En esta distorsión no sólo tiene responsabilidad el poderío comunicacional del imperio sino que, también, una ineficaz utilización de las posibilidades comunicacionales de la revolución. Contribuye con ello un servicio exterior incapaz de hacer frente a las consuetudinarias matrices de opinión. El grueso de los españoles, por ejemplo, sólo posee de Chávez y la revolución la imagen que proyectan los titulares de la gran prensa y poco más. Para unos no hay diferencias substanciales entre el modelo cubano y el venezolano más allá del factor tiempo. Para otros, sorprendentemente, el proyecto bolivariano es sólo una experiencia más en el marco del populismo nacionalista y nada más.
¿Es la revolución bolivariana marxista?, lo primero que debo recordar a quienes se formulen esta pregunta, es que la calificación «marxista» posee una carga emocional distorsionada por muchos años de propaganda «anticomunista» en la cual han nacido, crecido y existido muchos de los ciudadanos. Es innegable que un largo período de asociación sistemática del marxismo con «dictadura», «ateismo», «violación de la propiedad privada», «purgas», «muro de Berlín», junto a un larguísimo etcétera de otros fantasmas condiciona negativamente la asociación del proceso bolivariano con el marxismo.
A este respecto sería bueno recordar que el marxismo ha sido históricamente muy golpeado tanto por los fabricantes de opinión pública como por los errores, -conscientes o no- de quienes actuaron en su nombre. Como ejemplo práctico del poder de estas matrices de opinión, sólo tenemos que ver la demonización orquestada por los operadores psicológicos en contra del proceso bolivariano basado en mentiras, calumnias y ollas mediáticas sin base alguna. Esto que hoy se hace contra la Revolución Bolivariana se ha hecho siempre contra todo proyecto revolucionario indiferentemente de su naturaleza ideológica siempre que amenace privilegios seculares.
Retomando el tema, debo señalar que el principal exponente del proceso revolucionario, el Comandante Hugo Chávez, reivindica tozudamente la condición ideológica y la naturaleza originaria de este proceso en el llamado «árbol de las tres raíces», es decir, el pensamiento, el ejemplo y el testimonio vital de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora, añadiendo a estas raíces el aporte fundamental del Evangelio de Cristo, al contrario, ha manifestado su desconocimiento de la doctrina materialista y dialéctica de Karl Marx, no obstante su incansable curiosidad por todo pensamiento redentor del hombre, con lo cual quiero decir que no tendría nada de particular que el pensamiento marxista sea cada vez más fuente inagotable de sabiduría para la construcción del proceso revolucionario. Si algo ha demostrado Hugo Chávez es una capacidad infinita por el estudio, junto a una envidiable frescura para aproximarse a cualquier pensamiento revolucionario.
Es importante para la reflexión no perder de vista la forma sencilla y abierta en que, el Comandante líder de la revolución bolivariana, cita igualmente a cualquier líder o pensador universal siempre que ese pensamiento contribuya a la lucha por la liberación de nuestros pueblos. Puedo afirmar, -creo que con poco margen de error-, que la revolución bolivariana más que sujeta a cartabones doctrinarios es un estado de permanente búsqueda de lo revolucionario desde lo autóctono, lo fresco y original. En este sentido es importante recordar que Simón Bolívar es asumido no como quien mueve a la liberación sino como norma de la práctica liberadora y prototipo del hombre nuevo que se pretende con la liberación. Simón Bolívar es así la norma normans y no la norma normata de la liberación.
También debo recordar que en la Revolución Bolivariana hay una cierta forma de indignación ética que se origina en el uso que se ha hecho de la figura de Bolívar para armar un complejo tinglado de opresión popular. Esta indignación ética tiene dos vertientes, la primera y más visible es por la repercusión trágica que ha tenido para los pobres la manipulación histórica de Simón Bolívar. Existe también una segunda vertiente que apunta a la persona misma de Bolívar, su persona, ha sido manipulada, desfigurada, secuestrada por las oligarquías omnipresentes. Detrás de esta segunda indignación esta el dolor, no sólo por la opresión de los pobres, sino por el falseamiento histórico de alguien de suma significatividad personal para los venezolanos, los latinoamericanos y para todo el mundo: la persona de El Libertador.
No deseando convertir este aporte en un mamotreto quiero, aunque sea muy brevemente, arrojar algunas luces sobre la naturaleza del proceso venezolano. La Revolución Bolivariana no es el fruto de un cuerpo doctrinal acabado es búsqueda, es camino. No se empeña entonces en el cumplimiento de la norma normata revolucionaria, porque no existe sino que la va construyendo. Así, al modo de Simón Bolívar en sus gestos, sus actos y acciones, si en la revolución se busca la liberación de todas las esclavitudes, si se busca que todos los hombres vivan con dignidad, si se tiene la valentía de decir la verdad, que se traduce en denuncia y desenmascaramiento del mal y la firmeza de mantenerse en los conflictos y persecuciones que esto conlleva; si en ese camino revolucionario se pasa del hombre opresor al hombre servicial; si se mantiene el espíritu revolucionario con corazón limpio para ver la verdad de las cosas, si no se entenebrece el corazón permitiendo el aprisionamiento de la verdad de las cosas con la injusticia; si al hacer la justicia se busca la paz y al hacer la paz ésta se basa en la justicia, si se hace todo esto como Bolívar lo demostró a lo largo de toda su vida, entonces se es bolivariano y se es, más aún, revolucionario.
Si en ese bolivarianismo se encuentra más gozo en servir que en ser servido; si se está dispuesto a dar de la propia vida y aún la propia vida para que la patria sea libre y la tenga cada hombre, mujer, niña o niño, se está en la interpretación profunda y auténtica de la revolución bolivariana. Más profundamente, sin embargo, lo que se pretende en Venezuela al volver la mirada hacia Simón Bolívar es que se vivifique al hombre, su pensamiento y su obra libertadora y que no se pueda presentar como ídolo sino como el constructor de espacios de justicia, derechos humanos y libertad, en este sentido nada es más caro a los bolivarianos que la práctica de Bolívar, su actividad para operar activamente sobre su realidad circundante y transformarla.
Lo importante no es, entonces, lo doctrinal, en cuanto esto se hipostasía a sí mismo independientemente de su práctica, no es poder trazar líneas doctrinales más o menos exigentes sino que es, en primer lugar un seguimiento a sus prácticas. Dentro de esa práctica común se comprenderá el camino revolucionario y se tendrán claros los objetivos. Termino diciendo que, en ese sentido la revolución bolivariana es marxista, pero no menos que lo es martiana o robinsoniana porque es en suma camino de justicia, de equidad, de igualdad, de dignidad y de realización humana.
De no entenderse esto, vanamente se comprenderá la originalidad verdadera de este proceso revolucionario. Yo terminaría señalando que más allá de los «ismos» el enemigo universal sí que ha descubierto el carácter peligroso de esta revolución y quizás esa sería su mejor carta de presentación. No en vano, aunque no la pegan en cuanto a la calificación del proceso, sí que han descubierto la peligrosidad del mismo para las estructuras históricas de dominación y esclavización del hombre.